jueves, 26 de noviembre de 2020

extracto de la novela "LAS HORTENSIAS"



-Ya le dije que era cosa vana. 

 -¿A quién? -A Clide. ¿A quién va ser? 

 -¿Pero ella no te hizo caso? 

 -Nunca hizo caso. Ni siquiera al primo, que de sociología sabía mucho y sin prurito, le dijo que no se 

metiera con la derecha. 

 -¿La derecha? 

 -Sí, mamá. 

 -¿Pero si Clide nunca milito en política? 

 -¡Mamá, Casares es de derecha, eso quise decir. 

 -¿Y ella que hizo? 

 -Como siempre que una le dice cosas que son para bien, nunca hizo caso. Ella está aguardando a que 

vuelva. Como si ella pudiera darse el lujo de ser una piedra a la que nunca le sobreviene el tiempo. 

 -Me parece que queres decir que es una tonta. 

 -Una tonta enamorada. ¿Por qué me haces tantas preguntas? 

 -Solo quiero saber cómo esta ella. ¡Ya sabes que a ella no le gusta que yo baje a hablar! 

 -Es lógico mamá que ella actué así. ¡Si nunca la cuidaste! 

 -Hija, eres demasiado joven para entender algunas cosas, o más bien inexperta. Yo a tu edad no andaba 

preguntando de esa manera a mi madre. ¡Ni se me hubiera ocurrido tal cosa! 

 -¡A mí no me importa lo que vos hacías en tu juventud! ¡El otro día hablaba con Juanchi, el hijo de la 

vecina, ¿Te acordas? ¿Sabes que me dijo? 

 -¡No tengo la menor idea! 

 -Que tendrían que haberlo matado en el momento justo, madre. 

 -¿Pero qué decís? 

 -Sí, digo la verdad de lo que pienso. Hubiera sido mejor haberlo matado al abuelo. Se hubieran evitado 

tantas muertes en vida, mamá. 

 Por la pared pintada de blanco paso el fantasma de la madre corriendo; era casi el atardecer cuando la hermana de Clide se recostó en la silla mecedora. Su madre estaba muerta, pero bajaba de vez en cuando a hablarles, sin embargo no se daba cuenta que tanto Clide como ella se encontraban muertas por dentro. Su madre era vieja, y aun deambulando entre la tierra y su espacio en el que moraba muerta, parecía que ella estaba perdida en su memoria.      


             RE-2018-50119354-APN-DNDA*MJ               

jueves, 1 de octubre de 2020

EL ENCIERRO

                                                               

Nadie sabe hasta dónde puede soportar las inclemencias de la vida hasta que 

le sucede. Poco a poco me acostumbro a esta vida. 

El brillo del sol sobre la ventana golpea llevándome lejos de la realidad.  El 

verde de las plantas que están en el balcón me trae el recuerdo del esplen- 

dor de la juventud, aquel que en algún momento pude ostentar. Pero para que 

lamentarme si nadie me ve.

Hace rato me quedé encerrada,  tal vez por miedosa fue que no quise salir, pe- 

ro no tengo ánimo para deshacerme de ellas. ¡Son tan poderosas!

Recuerdo haber jugado, de niña, con  algunas y haber sentido la resistencia de 

ellas en cada una de las veces que las acurrucaba en mis manos como minús- 

culos gatitos. 

La primera que conocí, que era malísima, era la más gorda de toda su especie. 

Una vez mamá dijo al verla en un negocio enfrente de la plaza Brown : —¡Qué 

linda que es! —pasaban en ese momento dos mujeres que se la quedaron mi- 

rando a mi mamá como si fuera una bruja y me reí ferozmente—¿Cómo te vas 

a  reír así en la calle?—protestó mamá mirando como fascinada la caja donde 

se hallaba la gorda posando como una reina  y añadió—: ¿Acaso ahora se es- 

tila reír como un mono ? —¿Qué monos? — interrogué.  — Los monos de la 

selva, ignorante. Todavía no sabes lo que son los monos. — ¡Ah!, los monos — 

respondí con debido asombro—,  yo creí que había monos acá en la calle . —

Ya no sabes ni comportarte como una niña educada. Tendrías que irte a la 

selva para hablar con los monos-me amonesto mamá. 

Pobre mamá, cómo se notaba que había nacido en la época en que las niñas 

debían vestirse de rosa para ser consideradas mujeres.  A veces me desvela 

saber cómo era la época en que vivían mis bisabuelas que llevaban polleras 

largas hasta el suelo y se encorsetaban el busto como un matambre. Si algo 

sé de ellas, es que no eran felices. 

¿Y yo tendré siempre mi cara pálida de no salir nunca?.  Cara de salamín, de- 

cía mi tía que venía a ver la novela Rosa de lejos junto a mi madre y mi herma- 

na;  que siempre pensaba que yo tenía cuatro años menos de los que tenía.  

¡Qué feo era parecer menos!. No extraño mi infancia; eso sí que no, pero ellas 

ya eran mi compañía, malas o buenas, como todas las compañías. 

En cierto modo ellas ya me protegían.  Más que toda mi familia, más que cual- 

quiera que me haya cruzado en la vida. 

A veces pienso que han pasado varios años y que soy vieja; pero si fuera así 

no me quedarían ganas de salir de acá. 

También pienso que  alguien vendrá a buscarme, confío en la astucia de los 

jueces que, más que buscarme a mí buscarán la mansión en la que vivo 

cuando les salte la deuda que tengo con el municipio.  Me encontrarán por 

casualidad; no tengo parientes que me busquen. 

A veces duermo cinco minutos y parecería que he dormido toda una noche. 

Dormí al atardecer, me desperté con la luz de la noche y me encontré con  

una que  no tiene patitas. Es raro encontrarse con una sin patas. No se si habrá 

peleado con otra o con el macho. 

Con cuidado la dejo sobre el acolchado de la cama. La telaraña es tan fría co- 

como el hielo. La reina araña, tuvo tiempo de tejer su hilo alrededor de mi brazo  

izquierdo y de llegar hasta el torso. No puedo descifrar el porqué del ensaña- 

miento.  Anoche, cuando me desperté, escuché que hablaba a los gritos pe- 

lados y se quedó hasta el amanecer peleando con el macho. 

Estoy furiosa,  con dificultad pero con urgencia me quito la porquería que me 

tejió, diciéndole yegua, como a una de mis enemigas que siempre me embro-

maban en la secundaria cuando les decía que no podía ver el pizarrón ya 

que, las altas se sentaban adelante. La araña como dándose cuenta de que su 

tela se le estaba deshaciendo comienza a tratar de hacerla de nuevo aprove-  

chando que tiene el terreno libre.  

La telaraña se expande muy rápido por mi brazo izquierdo, trato de deshacerla 

pero la guacha se me sube por el otro brazo. Nerviosa por el accionar de la in- 

sistidora, la hago a un lado.  No contenta con haberla hecha a un lado, la ara- 

ña se sube de vuelta por mi brazo. Exasperada le grito que ya está, que me 

deje tranquila. No me hace caso, señala el acolchado donde se encuentra la 

araña que no tiene patas y con voz rasposa y aguda de araña me dice:  -¡Vos 

me lo mataste!               

-¡Yo escuche anoche que discutías con él! 

-¡No, no discutía con él! ¡Discutía con mi amiga!

-¡Yo no fui la que lo mato!

Furiosa la agarro de la pata y se le quiebra.  La dejo caer al suelo y de gol- 

pe, todas sus hermanas surgen debajo de la cama como furiosas y van dere- 

cho, con una rapidez inusitada hacia mi cuerpo. Sin poder creer lo que hago, 

me enfrento a todas ellas y con un poder que no sé de donde lo saco, una a 

una las voy matando. Caen como luciérnagas que odian el sol una al lado de la 

otra como hermanadas en la lucha.  Tanto matar me ha dado cansancio; me re-

cuesto en el lecho.     

Ya estoy cansada de permanecer siempre en la misma posición. Con esfuer-

zo me levanto de la gran cama. No sé por qué siento que peso un montón; 

mucho más que antes y que las piernas se han hecho débiles. Me cuesta lle-

gar al espejo que se encuentra del otro lado de la habitación, pero avanzo con

determinación. El espejo está lleno de telarañas; no sabía que les gustaba el 

brillo que da la luz  del espejo a las arañas.   

El espejo me devuelve la imagen del cuerpo grotesco de una araña  inmensa

que despide hacia el cosmos la energía que emerge de sus extremidades ful- 

gurantes de luz.  Con estupor veo los ojos inmersos en esa araña inmensa, 

aquellos ojos míos, que alguna vez supe ver nitidamente en el mismo espejo 

cuando este se hallaba limpio y yo tenía el rostro sin marcas, que la vida le da  

y los tilos de la cuadra despedían el olor aromático en la primavera.



                                                

Registro Nacional del Autor PV 2019-91715904-APN-DNDA#MJ 

martes, 22 de septiembre de 2020

EL LLANTO




Tenía unas líneas estriadas en el iris castaño de los ojos, el pelo cobrizo y lacio, los pómulos 

marcados, la boca pálida como una daga. Lo vi la primera vez en mi vida, cuando yo tenía 

catorce años cuando mi tía me llevo para dejarme internada en el orfanato católico.

Hacía mucho tiempo que yo sabía que me iba a llevar y sabía que me llevaban al orfanato 

como una forma educada de quitarse de encima a alguien que les resultaba un engorro. 

Esperamos a Cristiano Alderete en un enorme patio lleno de sol; los canteros tenían piedritas 

bien cuidadas y una preciosa profusión de ligustros. Para endulzar mi sufrimiento mi tía por 

parte de padre, me regaló aquel día un cuaderno y una bolsa de caramelos para que los degus- 

tara cuando pudiese.

Cuando apareció Cristian Alderete, con su hábito oscuro y su rostro grave, me inquieté. Se pu- 

so los lentes culo de botella y ceremoniosamente nos hizo pasar a su oficina; me quitó el cua- 

derno y la bolsa de caramelos.  Después de mirarme un momento que me pareció una eterni- 

dad  me pregunto:

—¿Sabes que dios es justo y que todos tenemos una misión que cumplir en la tierra? —inqui-

rio el sacerdote—Quédate aquí por unos momentos y reflexiona la pregunta.

El sacerdote desapareció con la rígida de mi tía. Yo me quedé pensando seriamente en la res-

puesta. Cuando volvió, esta vez solo, le contesté que dios había velado por mi alma dejando-

mé en ese lugar donde podría más adelante cuando estuviese bien preparada asistir el alma

de las niñas y jovencitas huérfanas que por mal destino habían terminado en ese lugar. El 

hombre de dios pareció estar de acuerdo con mi respuesta y me llevó al cuarto donde se 

alojaban las internas consagradas en la vocación de religiosa. Desde ese día nunca más lo 

había vuelto a ver. Pero el destino me tenía designado volver a verlo. 

El día que era el santo de Santa Catalina de Alejandría–la hermana Ángela me ordenó que 

fuera a buscar a las niñas que tomaban la clase de religión- Una de las niñas salió con la cara 

toda colorada y se sostenía el estómago con expresión de asco. Cuando la llevé a la enfermería 

donde con paciencia Sor Juana la atendió y como no decía nada la muchacha  sobre su estado, 

la religiosa mandó que la llevara de vuelta a las instalaciones del orfanato para que guardara 

reposo; la muchacha que tendría unos 12 años se puso más colorada todavía. Vaya con dios-

eso fue todo lo que le dijo la religiosa. En el trayecto al cuarto donde dormían todas las inter- 

nadas le pregunté a la muchacha como se sentía. Solamente hizo una mueca de dolor. O al 

menos eso me pareció.                  

Era ya la hora de hacer mis oraciones en la capilla cuando observé que la puerta estaba cerra- 

da; situación extraña para la hora. Antes de entrar llamé a la puerta. Nadie salió. Tomé el pica- 

porte y abrí. En el altar se encontraba Cristiano Alderete  leyendo lo que parecía ser la biblia. 

Había cambiado desde aquella vez que me había hecho la pregunta.  Unas delgadas arrugas

le surcaban la frente y algunas canas aparecían en su pelo cobrizo.  

Nunca lo había visto fuera de los horarios habituales en que se realizaban las misas. Hice poco 

ruido hasta llegar al último asiento. Hubo un momento de silencio y entonces el religioso le- 

vantó la vista y me miro desde donde estaba. Pude verle una mirada rara. Cerró inmediata- 

tamente los ojos. Yo empecé a rezar el Ave María que es la oración que más me gusta. Santa 

María, madre de dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. 

Amén, oré con los ojos cerrados. Sentí una mano que me tomaba el hombro con fuerza. Do- 

blé la cabeza para mirar pero no le pude ver la cara, me tapó la boca y con una fuerza de 

animal me arrastró fuera de la capilla. Yo trataba de forcejear contra la fuerza bruta, pero todo 

fue en vano. En cuestión de segundos estaba tirada en el suelo con un hombre encima de mí. 

No podía gritar. Hábil; me había amordazado. No sé el tiempo que paso hasta que escuché la 

voz de Cristiano Alderete que me dijo: Quédate acá- y agrego –que entrara a un cuarto y me 

señalo un catre con una manta raída. Entré y me senté en el catre. Junte las rodillas, bien 

pegadas y el escozor que sentía entre las piernas me volvió a doler y pensé en todo lo que 

había pasado y en la posibilidad de que alguna de las superioras se enterara. Seguramente 

sería echada del orfanato. Ya eran muchas bocas para mantener y una más, era un verdadero 

engorro además que tenía un pecado tan grande. Sin embargo, esa posibilidad se me negó. 

Pasaron los meses, no sé cuántos. Yo llevaba el ritmo del tiempo según iba creciendo la vida en 

mi seno. 

Un día, no me había dado cuenta que habían abierto la puerta. Nunca lo había visto antes al  

hombre que vestido con el hábito de religioso se encontraba al lado del marco de la puerta . 

Soy Gabriel, vengo a sacarla de esta prisión. ¿Tiene a alguien fuera de aquí que la pueda re- 

cibir? Me di cuenta que no había nadie que me esperara afuera o al menos sabía que los 

parientes que todavía me quedaban no me verían con buenos ojos. 

Mi hermano estaba casado y se había hecho cargo de la estancia de mis padres. Yo al ser 

demasiado regordeta y fea no iba a conseguir marido acorde al rango social de mi familia. 

Cuando me dijeron si quería ser novicia dije que sí. Realmente no sé qué iría a hacer en la 

estancia con un hijo natural. Negué moviendo la cabeza ante la pregunta del hombre.  Y él dijo: 

Yo ya intercedí con la superiora.  Vamos, levántese y venga conmigo, dijo el hombre y dude en 

levantarme.  Dude porque no sabía si me estaba diciendo la verdad. Me tomó de la mano, 

abrió la puerta y yo supe que podía confiar en él. Salimos a lo que era un túnel que nunca ha- 

bía visto cuando mi tarea era vigilar a las internas. Era un túnel oscuro con enredaderas que 

despedían un olor a alcanfor. Caminamos hasta el fondo,  donde había una puerta de hierro 

que el hombre con facilidad empujó. Salimos a lo que era el patio interno de las instalaciones 

donde se alojaban las religiosas. Rosas, ligustros, trozos de manguera y hasta algunas herra- 

mientas de jardinería vi tiradas con descuido. De repente, el hombre detuvo su marcha ante 

una puerta. Escuchamos un grito de depredador y unos segundos después dos hombres que 

no sé de donde salieron se abalanzaron hacia mi libertador. Pasó todo tan rápido. Entonces 

terminé encerrada de vuelta en la celda maloliente y esperando que el retoño hiciera su apa- 

rición al mundo para sentirme por lo menos en algún sentido libre.                                                            

El día del alumbramiento al final llegó para mi liberación. Nunca pensé que la sensación de un 

dolor indescriptible pudiera  ser a la vez  algo  tan hermoso. En el medio de la sangre que caía y 

el retoño que venía al mundo, salieron mis palabras atragantándome por el sufrimiento corpo-

ral:                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

                                                   Por los siglos de los siglos,

                                                   que repiqueteen los plañidos de mi niño, 

                                                   como campanas angelicales,

                                                   en este sucio y depravado lugar.                                         


A orillas del mar Atlántico, entre las ruinas de un orfanato, se oye durante tres noches un  

llanto débil como de niño recién nacido, que retumba insistente a las tres de la mañana en el 

sector olvidado del orfanato.  Un guardia en un recorrido nocturno,  ve ante sus ojos atónitos 

la figura espectral  de una mujer  regordeta  con un bebé en sus brazos que llora.

        

                                           


 

                      

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