jueves, 5 de junio de 2025

LO PALACIEGO

 

 

Delicius mi madre me llevaba al cuarto grande para tomar clases de francés. A mí me  hacía leer de corrido a la edad de trece años.  Las clases de francés eran algo insignificante al lado de todo lo que tenía que aprender : ingles, gramática, modales en la mesa y ceremonial, bailes folklóricos y clases de religión, dos veces por semana.

Por ese entonces, yo vivía en un palacio ostentoso y decorado con las mejores materias primas del condado. La cúpula del mismo era abombada y decorada con las mejores piedras de la región. Cuando daba la luz del sol parecían brillar como de un color grisáceo plomo y se recortaba a lo lejos sobre el fondo del cielo gris como si fuera una imagen de un cuadro bien pintado. La puerta de entrada brillaba enmarcada por el fulgor  del revoco de mica plateada, limpia de las lluvias de días anteriores, embellecida por guirnaldas de hiedra en la que destacaban las flores parecidas a las rosas color violeta. Los postigos, que brillaban también de pintura nueva, estaban cerrados. Detrás de la enorme puerta se encontraba un patio rodeado en tres de sus lados, por una pared y ciertos restos de estructuras de madera, el cuarto lado lo constituía una pared que en su mitad tenía una puerta doble con un postigo para llamar. En el medio del patio se encontraba una fuente de agua. En el centro de esta en un pedestal de cemento se elevaba una rosa labrada en piedras blancas, grises y celestes que hacia caer un agua cristalina.

Una de las paredes del salón principal estaba cubierta de retratos de los ancestros del rey. Había pasado varias horas mirando embelesada los cuadros para advertir que no me parecía ni por poco a ninguno de ellos. Colgaban allí composiciones de escudos reales redondos también, algún que otro cuadro bucólico con las figuras predominantes de la época. La mitad de la pared siguiente la ocupaba el hogar de una gigantesca chimenea cubierta de mosaicos árabes de tonos liliáceos sobre el que colgaban filas de llamadores de ángeles hechos de ramas y lanas de color rojo que contrastaban terriblemente con el lila.  

En el centro del salón, lleno de ventanas ovaladas, se hallaba una enorme mesa de roble, vacía excepto por un florero de cristal facetado cubierto de nomeolvides.

Los muebles habían sido hechos por las manos de los mejores artesanos del condado y de más allá de los confines. En el ambiente se percibía un agudo olor a flores recién cortadas.

El resto del palacio estaba constituido por las habitaciones que eran catorce incluidas los cuartos para la servidumbre que se encontraban al final de la estructura del castillo en la planta baja. La cocina era espaciosa y contaba con una salamandra para calentar el ambiente, dos hornos y diversos utensilios de metal. Todo tenía que brillar así como también se compraban las mejores mercaderías comestibles que podía haber en el territorio.     

Antes de la etapa escolar recuerdo muy poco que hacía, si jugaba con los demás hijos de los nobles en el parque más espectacular del condado o me la pasaba jugando sola en el castillo. Cuando le preguntaba a Delicius que era lo que solía hacer, respondía con esa voz autoritaria que no concordaba con su talla y estatura pequeña con un rostro pequeño que hacia juego con unos ojos chiquitos que resplandecían como los de los roedores bajo el brillo de los candelabros, que no, que a una señorita como yo no le correspondía ser tan preguntona. Entonces, me enfrascaba en leer la tarea como para eliminar la rabia de no saber.                                                                                                                     

Una vez estábamos paseando por el pueblo, cerca del laberinto de campanarios lejos del monte, percibí lejos como un sonido inaudible mi nombre dicho por una voz femenina, cuando Delicius nunca supe por qué me tomó del brazo y me llevo casi corriendo hacia la otra esquina. Al preguntarle, tampoco se dignó en contestar.                                                                                                                                      

El rey Rayhn, alto y de presencia severa cuya piel era lisa y blanca como la de los cisnes, pero cuando una la tocaba fría como la del mármol estaba designado para trabajar en las tareas onerosas del palacio, iba y venía como una hormiga hacendosa por todos los pasillos del mismo con cara de preocupado tratando de no escapársele ningún detalle. Entonces, ese mismo día en que Delicius no me contestó mi requerimiento, fui a pasear por los pasillos del palacio para así poder encontrar a mi padre.

El rey Rayhn se revolvió sutilmente, como que iría a perder el equilibrio quizás, estuviese mal parado. Los ojos le brillaron como una espada bien filosa a la luz de las lamparillas. Hubo un suspiro o una agitación, cuando le hice la pregunta, pero también me contestó con una negativa o una evasiva; no podía contestarme ya que no se hallaba en el lugar en que sucedieron los hechos. Por lo tanto, otra vez me tuve que resignar a no saber nada.           

En una tarde con un sol esplendoroso a los tres nos había parecido buena idea asistir

a la fiesta de los caballos azules en conmemoración de la fundación del reino que se realizaba en agosto dentro de las murallas asombrosas construida con bloques de granito que se presentaba imponente, dominando sobre las demás construcciones que se levantan bordeando las aguas azules del condado de Rhosink.

Era una fiesta y esperaba ansiosa la fecha en que se realizaba ya que tenía la posibilidad de estrenar algún vestido nuevo debido a que era una competición muy alabada entre las jóvenes con más status del reino. Pero Delicius, me dijo que esta iba a ser una ocasión especial, diferente a las otras.    

Nos hallábamos los tres cómodamente sentados en los asientos forrados de terciopelo marrón del palco, cuando vi para mi sorpresa a una mujer, que me parecia increíblemen- te parecida a mí que actúaba en una escena teatral en plena vía pública. La mujer en uno de sus movimientos volvió su rostro hacia donde estábamos con una expresión de indescriptible nostalgia, como si hubiera perdido algo, de inmediato escuche como se revolvía inquieta Delicius. Estuve a punto de saludarla con la mano, pero no sé por qué mi madre me ordenó que no saludara, como si supiera lo que iría a hacer.  Asombrada, bajé la mano, y entonces un hombre ataviado con uniforme azul nos ordenó levantarnos del asiento. Iban a tocar la música orquestal.

Me revolví inquieta en la silla del palco, incapaz de proferir palabra alguna. Los rulos castaños, mis  ojos azules, que curiosamente eran iguales a los de esa mujer que representaba la obra, un sombrero transparente, y mi vestido blanco de organdí nuevo pareció agradar al público, que aplaudió ostensiblemente. Entonces, escuche como en un sueño, que un conejo blanco vestido con una chaqueta marrón, y con un reloj en la mano, dijo con tono solemne:

—¡Bella es la princesa nuestra!—desapareciendo rápidamente entre la multitud que

aplaude rabiosamente. 

En ese preciso instante, hubo un estruendo y un humo lleno de pólvora inundo el ambiente.

Varios hombres se hallaban tirados en el suelo. Los otros dos estaban tendidos boca abajo. Uno inmóvil, el otro retorciéndose de dolor y agitándose en un charco de sangre que crecía rápidamente. En el ambiente sonó, hiriendo los oídos, un agudo e histérico grito de mujer. Creo que era el grito de mi madre. Alguien me tomo fuertemente del brazo y me condujo fuera del tumulto. Trate de mirarle la cara, pero me echaron una tela en la cabeza que me impedía ver.

Solo podía dejarme conducir por la otra persona. No sabía cuantos minutos habían pasado. Me quitaron de una buena vez el velo. La persona que tenía delante de mí era la mujer que anteriormente se encontraba en la multitud asombrosamente parecida a mí. Me dijo:

—Siéntate:

—¿Quién sos?

—Soy tu madre. Cuando eras muy pequeña, la reina Delicius y el rey Rayhn te raptaron y te criaron como hija suya para que fueras la sucesora de la línea real como ellos no podían tener descendencia. Manejar les resulta fácil. El rey Rayhn era el hermano del rey al cual mato. El rey asesinado era mi esposo. Hui pues fui amenazada de muerte. Me fui por un tiempo del condado pues sabes que ellos son poderosos. Ellos tenían enemigos que fueron los que hoy armaron la revuelta.   

—¡Pero yo no recuerdo nada de lo que me está diciendo!

—¡En algún momento tienes que recordar!

—¡Pero no recuerdo nada! ¡Tengo que volver con los míos!

—¡Ya no puedes! ¡Una vez que pasaste el umbral ya no se puede volver atrás!

—¿Qué está diciendo? ¡Todo lo que me está diciendo es mentira!

—Escúchame, mírame bien. ¿Acaso no me parezco, casi como dos gotas de agua, a ti?

 Tenía que reconocer, que la historia que contaba podía ser cierta. ¿Había vivido en una gran mentira ? Ahora cerraba el porqué del olvido de ciertos recuerdos. Un odio inmen- so por Delicius, que no era ninguna reina y por su secuaz, mi supuesto padre me inundo el alma.  ¿Pero realmente querría volver a mi antigua vida, una vida ostensiblemente rígida, aburrida y sin ninguna posibilidad de tomar el control como era la que se me había ofrecido durante tantos años?

—¡No sé si me voy a adaptar a la nueva vida!

—¡Eres mi hija! ¡Eres fuerte! ¡Saldrás adelante!

—¡Ya no serás reina! ¡Serás tú misma!— dijo la voz del conejo. Este se hallaba escon- 

dido detrás de una piedra fucsia. Con sus manos enfundadas en guantes dorados, agre-

go: —¡Ya no se puede volver atrás!—diciendo esto desapareció.                                                    

—¿Qué dices hija?

La mujer que decía ser mi madre se estaba levantando con cuidado, entendí todos los años que habían pasado para ella lejos de mí, entonces reaccioné y rápidamente, le conteste:

—¡Vámonos  mamá!

Mire por última vez el fondo de luces que formaba el paisaje de lo que había sido mi hogar diluido entre la oscuridad de la noche como si fuera una verdad dentro de una mentira.

   

 


 

 

 

 

 

martes, 10 de septiembre de 2024

LA MÚSICA DE LOS MUERTOS



Estuve como muerta, transfigurada por la presencia de un halo violeta, me hizo un poco más viva, me dio color a la palidez del rostro, me dio fuerza al pelo negro llovido hasta los hombros. Estuve perdida en los cien barrios porteños atada, quizá, por un hilo invisible que me balanceó hacia atrás siendo guiada a un camino que no lleva a ninguna parte. Proseguía sin marchar bajo la constelación de las estrellas. En mi caminar me golpeé con los cantos de los adoquines, las flores rojas de los malvones gigantescos, las ramas de los árboles me lastimaron suavemente como queriendo sujetarme a la vida, presurosa fui como si me la estuviera perdiendo. En la esquina me encontré con un colegio religioso con una entrada que parecía un patio, con baldosas bordo tipo mosaico. Atrás se divisaba sobre un techo cortado en pico, una cruz de iglesia. Al lado una pared blanca que me inspiraba atracción de quince metros se mostraba como un bastión. Me dirigí hasta la puerta que permanecía abierta como si por alguna razón me estuviera llamando. Entré sin mirar alrededor, fui derecho como en trance saltando sapos fosforescentes, guirnaldas de luces, esquive grillos que lloran, nomeolvides liliáceos y abiertos listos para las abejas bronce que corrían a mi paso hasta que llegué a un enrejado que detrás de él observé una puerta de roble que se proclamaba como un camino. Me paré en seco como abstraída por lo que me provocó lo que había detrás del enrejado. Es entonces que la música de los muertos comenzó a sonar endulzando a mis oídos.

El color violáceo que tenía se fue diluyendo dejándome pálida sin vida como un cuerpo transfigurado. Me balanceé hacia atrás, hice fuerza para enderezarme, algo me empujó sutilmente hacia adelante. Recordé los años duros, la alacena una vez abierta en donde las polillas huían del trigo guardado y echado a perder, la sangre mes a mes corriendo como un río sin simiente, la debilidad que me dejó la anemia consecuencia de la traición sanitaria que oficia como un círculo para los olvidados. Me pregunté: ¿Qué soy yo sin los ancestros? De algún modo, me había quedado esperando la muerte como si fuera tan fácil como subirse a una calesita para girar y girar, y entre mis manos alguna vez tomar la sortija. Con una frecuencia inusitada había pasado de estar sentada en bancos de plaza rodeada de ombúes a estar invadida de escarapelas de los festejos patrios pasados como una compañía habitual más los cantos de los pájaros tapaban mi ofuscación que batallaba por largar el grito; ahora ya no me quedaba ningún lugar recóndito por recorrer siempre con mis zapatitos blancos como de bailarina clásica. De repente, comenzó a sonar la música de los muertos, como si transmitieran todas las nebulosas del espacio al mismo momento, bajo la sombra de los tilos funcionando como un alero. Los muertos hablaron a través de la melodía una vez que eran arrojados al espacio. Ese sonido sonó al agua, que se parecía al ruido que hace la lluvia al caer y los despertó del trance, del aletargamiento en el que caían como zoombies.

—¿Otra vez?—pregunté no sé si al aire o a los fallecidos.

Pasaron por mi mente las imágenes de, cuando mi madre había quedado viuda; rápidamente la piel envejecida y cenicienta se había convertido en sepia, su garganta había comenzado a negarse a ingerir los alimentos, hasta que una cruel neumonía se la llevó para siempre vencida un veinticuatro de diciembre. Algunas veces por olvido o quizá para recordarla queme la pava de acero inoxidable con la cual mi madre hacia los mates, hasta que un día la vi tan negra como el carbón y la dejé afuera en el jardín para que se la llevaran los gavilanes que solían sobrevolar la zona. Excepto por los recuerdos, el resto de mi vida se había convertido en una amplia nebulosa de hechos que no se hallaban vinculados por ningún cabo, como si todo estuviese guiado por el desorden.

El sol bajó abruptamente para dejar paso a la oscuridad. Lo único que pude ver es el metal del enrejado que brillo como la plata que recubría la puerta de madera. Sin embargo, el sonido que parecía emanar detrás de la puerta no era atemorizante más bien era hipnótico como si estuviera prodigado por algún chaman o brujo experto en muertos. Raíces retorcidas de árboles formadas por alguna energía tenebrosa se levantaron alrededor de mi cuerpo. Un maullar de gatos seguido de un ladrar de perros enfurecidos se oyó débilmente a lo lejos.

De pronto, escuché unos pasos sobre la piedra de los escalones de la entrada. Gire la cabeza, y con asombro vi a un hombre que se encontraba desconcertado de hallarse en tal lugar. El hombre vestido con traje formal y gorra de fieltro se apresuró a llegar hasta el círculo de raíces que se había formado alrededor mío. Confundida no pude emitir palabra alguna. De la puerta, un vaho negro y espumoso comenzó a crecer hacia nosotros. Durante unos segundos el silencio se impuso para después hacerse eco la lenta melodía de los muertos. Sin pensarlo, corrí hacia la entrada con todas mis fuerzas. El hombre emitió unos gritos inarticulados que nadie oyó y desapareció en el humo negro.

El aletargamiento que origino la disminución del sonido continuo por unos instantes como un llamado. Nadie lloro, nadie extraño. Mucho menos los vivos.

                                                                                                              









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sábado, 20 de abril de 2024

NO SOMOS ÁNGELES

 

Fin de ciclo, le había dicho el tipo ese el que se había cruzado al final del andén en esa mañana lluviosa como pocas, que el mercurio retrogrado representaba un fin de ciclo. Es como si le hubiera metido el dedo en el culo. ¡Mira que iba a creer en la influencia de los astros! ¡De ninguna manera! ¡Era un insulto a todos los años en que se había sentado enfrente del psicólogo hablando de la mugre! Ojala fuese todo tan fácil y con la simple presencia de una conjunción de planetas se arreglara todo como en un abrir y cerrar de ojos! No me acuerdo bien-mentira-pero era medio fina y bruta a la vez, demasiado lista para entender algunas cosas y lenta para otras, cuando le convenía seguramente. Y usaba más de una docena de pantalones de todos los colores. Tenía manía por los pantalones nadie sabía bien por qué. Hubiera sido buena en diseño de modas, pero el dibujo no se le daba bien. Sin embargo, a Emilio no le importó demasiado, ni que tampoco para ir a bailar se vistiera como si fuera a ir a un desfile de modas. El problema era otro, que no llamara la atención tanto como para que se la birlara algún otro candidato después de unos tragos de más, ella medio inestable y casquivana perdiera la decencia por ahí. A veces ella salía con las amigas y volvía malhumorada como si lo hubiera pasado mal. Emilio ya andaba por los treinta cuando se comprometió con los anillos y la sonrisa de oreja a oreja de Sabrina se manifestaba como un buen pronóstico. 
En un verano, fuimos todos los amigos con nuestras respectivas parejas a vacacionar, justo cuando salía del mar una ola la tiro con fuerza, sucedieron unos interminables segundos hasta que emergió fulgurante como una sirena, pero sin el anillo. Yo lo hubiera tomado como una señal, una señal del destino, pero yo no era Emilio. Le compro otro anillo, esta vez se lo había mandado grabar con tinta roja y se lo dejo atado a una cinta que emergía de un libro, eso me dijo. Todo funcionaba de maravilla tanto que a Sabrina se le había ocurrido colocar una ruda en el balcón porque decía que la envidiaban en el barrio. Apenas la trasplanto a la planta se le posaron varias mariposas, de esas que tienen el cuerpo negro con líneas naranjas y blancas, pero a las horas Sabrina se había asomado a la ventana para ver y pego un grito agudo que despertó al barrio. A la ruda hembra se la habían comido quizá, unas hormigas porque solo se veía el cabito. Entonces, Emilio le regalo un rosal que daba flores violetas, pero la mala suerte perseguía a las plantas. La futura suegra de Emilio dijo, que su yerna no tenía mano para las plantas.

                                      


domingo, 21 de enero de 2024

MEMORIAS-ILSA-2024

 ILSA-2024



Pero ni la actitud ni la mirada de Anthony mostraban signos de emoción en su rostro, había permanecido imperturbable como un jugador de pocker que no desea que se le note la jugada. Solo recuerdo que los ojos le centelleaban como la luz del faro encandila un océano bravío y oscuro. Tenía en ese momento en que fue la última vez que lo vi una musculosa blanca, no recuerdo si tenía alguna inscripción en el frente. Pero siempre era preferible olvidar cualquier faceta de él, sin embargo, lo difícil era olvidar sus ojos, y pensar que acaso alguna noche-mentira-la haya mirado como se observa un objeto especial y valorado. No lo había juzgado, en ese tiempo no, y la mayoría de las veces, una y otra vez le daba vueltas, en mi mente. Entonces, quizá del miedo a la decepción jamás se me hubiera ocurrido asistir al bar, pero como mi vida no iba a ninguna parte como si un tren estuviese atado a una vía por alguna misteriosa razón decidí que lo mejor era moverme para que por lo menos le diera ocasión al azar o a la providencia como dirían los católicos de que mi existencia se sacudiera aunque le diera la sensación horrible del sonar de huesos, cuando se mueve una tumba en un cementerio maloliente, puesto que así me sentía como una muerta, pero en vida. Sin embargo, eso sucedió hace mucho tiempo tanto que ni siquiera me reconozco en ese recuerdo, tan diluido en mi mente como lo puede ser una fotografía color sepia. Entonces, todo me importa menos, como si no me doliera la vida o las equivocaciones que una comete porque es tonta y se equivoca como una adolescente tardía o por como dicen algunos, es la vida que te toco, no pudiste hacer más nada que eso, o como diría Lacan es lo que sale. —Entonces—digo sacando el azúcar de la bolsita para ponerle al café—tendré que acostumbrarme a vivir con algunos recuerdos, así como los que se me presentan en el sueño, a veces. Puedo solamente ver a esta mujer blanca, pero bronceada por trabajar de sol a sol en invierno o en verano las manos secas y ásperas como una lija que duerme poco con un ojo abierto para velar por el niño enfermo, salir a la madrugada, cuando aún el sol no despunta para abrir el establo, a veces cae la nieve y esa mujer, cuando no puede dormir se la pasa con la nariz pegada al vidrio de la ventana con la mirada como perdida. Tiene rostro de estar esperando a alguien, se le nota en la mirada, quizá porque esa mirada la conozco demasiado bien es que pienso eso, pero solo la veo en los sueños, debe ser por eso que se me aparecen los instantes de esa mujer a mí que no me gusta dormir, que soy una desvelada tanto como ella, pero a la que le dan pastillas para conciliar el sueño en la noche, es imposible vivir bien sin dormir y entonces, tengo que recurrir a ellas que por lo menos dan descanso, sin embargo, fue con ellas que esa mujer se me presentó. Que sabía yo de vidas pasadas más que alguna que otra lectura en una revista de moda, o esa famosa película de los ochenta con la estrella de Superman en auge y su partenaire una bonita morocha. Todavía no me es fácil pensarlo. Nada más que por pensar que en algún punto esa mujer sería yo misma en otra época, en otro lugar muy diferente a este en el que vivo ahora, solo esa idea me aterra. Lo he soñado, no es más que un sueño, lo sé, en una imagen estaba la mujer posiblemente campesina por lo que se deduce de las ropas viendo con sus ojos como unas tumbas un nombre escrito en un vidrio sucio, la palabra Tonio. Pensé, ¿Cómo es posible que ambas estemos marcadas por un mismo nombre? Pero, sin embargo, este tipo, que se llama Anthony, que a veces tiene cara de zarigüeya en esas fotos que se saca y muestra como si fuera una estrella de cine, como si fuera el Rick de la película nunca volvió a presentarse en esta ciudad lenta y terrible, al menos yo no lo vi andar con paso de turista cruzar la plaza de la estación o cruzar la avenida con nombre de presidente. Pero, está vez, la providencia me tenía reservada una sorpresa. Ese hombre que entró alto y recio llevaba un sobretodo color gris topo cerrado hasta el cuello, las manos en los bolsillos. Lo observé como quien observa una pequeña hormiga que de repente llama la atención. El hombre giro la cabeza como buscando algo o alguien perdido y avanzó con paso dubitativo, lo vi moverse como dando vueltas o como perdido quizá en el tiempo, pero no en su búsqueda. Toco una silla en su trastabillar en el espacio, nadie pareció darse cuenta de su presencia quizá, sea así, que uno cree que es mirado, y no lo es, pensé que no me encontraba allí en ese pub con luces medio apagadas y humo de cigarrillo que se parecía a la serpiente de una cola de cascabel. No, no podía equivocarme en lo que mis ojos estaban viendo, de alguna manera había sido un juego de niños, yo que esperaba con ansias un correo de un remitente con un nombre singular todos los meses durante unos diez meses hasta que deje de escribirle. No sé si alguna vez en el pasado he dado la bienvenida a alguien con tanto deseo en ese mundo de entonces, rojo como una bomba comunista, o como un hilo rojo japonés que hace que se conecten dos personas sin importar tiempo, espacio o circunstancia. Suena demasiado cursi, lo sé. Demasiado cursi para lo que soy yo, capaz que esta vez no se va mas, quizá porque se le terminaron los lugares o el hastío por ver lugares lo llenó. ¿Debía ser él, el muchacho talentoso que se ganaba la vida tocando el saxo en los bares de Europa, en esa región maloliente y llena de ratas como había leído que era Paris, al que había visto solo una vez, hacia añares en un bar? Bar que ya no existía en la actualidad. Yo veía a esa mujer de antaño saludar a Antonio, ese hombre de antes que después de trabajar en el campo se dedicaba a dejar los panfletos bajo las puertas de las casas, algunas veces entraba a los graneros y hablaba con los trabajadores, y venía corriendo a resguardarse bajo el algodón de su pollera. ¿Pero de quién estoy hablando ahora sentada en un bar oscuro como muchos de los que hay en mi pueblo esperando a que ese hombre que se parece a Anthony se digne en hablarme? Pero ahora todo lo no vivido tenía sentido porque entre el humo de cigarrillo de los parroquianos y la música de rock añeja de los ochenta en este presente ya no importa si es Anthony o Antonio el que me mira con su penetrante mirada y sonríe como si nunca hubiésemos estado separados en ese tiempo de tierra lejana ya que ahora las almas se contemplan y se encuentran-o era mi imaginación descompuesta, mi ansiedad que se desencaja como una pieza de puzzle mal puesta que despierta de golpe y me juega una mala pasada?






viernes, 12 de enero de 2024

MEMORIAS -ELSA-1891

 



A veces se sentía envalentonada y largaba toda la furia como una bocanada de fuego; pero se perdía en el recuerdo de él que en ese entonces se parecía a los varones de la familia recio, grandote y trabajador como pocos. Era difícil olvidar el color de sus ojos, la perdida sucedía cuando con toda la fuerza del mundo levantaba la bolsa de la cosecha y el olor fresco la invadía como si fuera un retoño demandante. Otras veces cuando no lo tenía cerca, que generalmente era cuando se lo llevaban a otro campo la boca se le torcía al costado y la tristeza arreciaba como un huracán sin previo aviso. Como en ese entonces en que no podía contestarle nada, incluso la mayoría de las veces se quedaba callada. Es que no le salían las palabras. A veces ni siquiera el grito, estaba esperando una tarde afuera después de haber atado las bolsas llenas gracias a la providencia de ese invierno, cuando él le dijo:

—Elsa, me tengo que ir. El pasaje me costó el trabajo de dos años duro y parejo. Entonces, le dejaba de hablar, la mirada perdida en el horizonte lejano.                                                                                           Cuando llego el momento de que tuviera que irse a despedirse al barco, ella no quiso ir. Una parte de ella estaba en contra, la otra no. Eran las bocas de sus hijos las que importaban ahora. Sin embargo, cuando lo veía emerger de los maizales con la luz del sol que pegaba fuerte en la que se destacaba una figura alta, de musculatura recia, brazos, piernas largas, espalda ancha de marinero y cintura estrecha sentía que su corazón crecía. A veces le daban ganas de tirar las bolsas con el maíz recién cosechado de la rabia de sentirse sola y desamparada como cuando era niña y a su padre lo veía lejos como una figura bamboleante perdida en los juncos. Pero al acordarse de que tenía hijos la idea de tirar las bolsas se le iba. Las cartas que le mandaba las tenía celosamente guardadas en el cajón de la ropa que solo se ponían para la fiesta del patrono del pueblo San Ambrosio. Algo entendía de toda esa palabrería escrita en pluma, pero el resto no, y entonces tenía que esperar a ir a la parroquia del pueblo para que se la leyera el cura Giancarlo. No le podía decir en las cartas que le enviaba de vez en cuando, a su marido que estaba en esa tierra árida y lejana, que el cura le hacía entender las palabras desconocidas. No, sabía que si lo hacía sería motivo de discusión, y quizá en su enojo de hombre no le escribiera más cartas, y se cumpliría también lo que le habían dicho las mujeres, las comadres del pueblo, que se estaba equivocando, que Antonio no era para ella que tenía esas ideas raras de Garibaldi, y cuando lo recordaba se enfurecía quería salir corriendo lejos, resistirse a su lugar, y olvidarse de todo así como quería olvidarse de los callos de las manos durante el invierno.

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domingo, 31 de diciembre de 2023

MEMORIAS -ARGENTINA 1891



Es seguro que cada segundo que pasa sin verla se pondrá más inestable, irascible aunque este confinado a vivir en un lugar al que supuestamente odia moviendo con un gesto articulado una parte de la cara como un muñeco. Igualmente, está lejos-ahora que se llama Antonio, y no Tonio y se dedica a fumar una hierba seca, una vez que tiene hechas las facturas o las bolas de fraile como bien las denominaron los anarquistas que huían del azote de la monarquía italiana en sendos barcos con ratas malolientes y virus a punto de reflotar. Casi siempre lo pasaba solo en la fiesta de verano sentado bajo la parra con su mirada de ojos verdes deteniéndose en mirar como absorto la llama centelleante que hacia la madera juntada para hacer la pira. Se interrumpía la mirada como distante para hacer de la realidad y parecía que quería encontrarse en las tierras altas del Piamonte, cuando todo parecía normal o tranquilo en el largo devenir de los sucesivos días en que se agotaba la siesta en tomar el moscato y escarbar los últimos gramos de unos restos de faina. 
Pensaba en su mujer que había dejado en su pueblo natal junto a sus tres hijos. Ya no le importaba mucho si las ideas que había leído en el panfleto-gracias a que era uno de los pocos que había llegado a escribir y a leer. Creer que había hecho lo correcto no era cierto. No había sido nada fácil irse y llegar a un país que no conocía y que por supuesto, no era el que le habían pintado que era. Pero había que ir a alguna parte, y eso era lo que contaba realmente. La realidad era detestable, con toda esa gente que caminaba de acá para allá apurada no entendía por qué. Para alguien que había llegado hacia poco era difícil amoldarse. Entonces, pensaba en su cuarto de alquiler que extrañaba a su mujer en su pueblo natal, pobre condenado, al que habían pisado las botas alemanas en algún tiempo anterior a ellos, y una angustia le atacaba en la boca del estómago, que parecía que no se merecía nada de lo bueno que había en ese país en cierta forma detestado, cuando el silencio lo hacía caer en su realidad en su pieza de conventillo pobre, muerto de cansancio casi siempre, después de reunirse con los otros inmigrantes a tomar la sopa acuosa de verduras iba arrastrándose como un polizón al cuarto mísero con el colchón raído, y la hilera de chinches presta a atacar como un soldado al ocupante.



                                   

lunes, 5 de diciembre de 2022

EL ENCUENTRO



Se sentó sin saber que decir. — ¿Trajiste las cosas?—le dijo el hombre tomando un sorbo de café. 
 —Sí, claro. ¿Acaso no me contactaron para ello? La mujer con el acné a flor de piel le paso la bolsa marrón. El hombre abrió sus ojos muy grandes. Tomo la bolsa marrón y con un gesto de prestidigitador la hizo desaparecer. 
 — ¿Trajo el documento? —Sí, pero no me gusta cómo me veo. Pero este o cualquier otro es lo mismo. —Da igual—le contesto el hombre y saco un scanner del bolsillo de su piloto gris. Lo paso por el frente del documento. Una luz roja se encendió y se apagó en un instante. 
 —Ahora está registrada. 
 — ¿Donde? ¿En la lista de Schindler? 
 —Algo parecido. 
 — ¿Pero cuando me va a llamar? 
 — ¿Quiere tomar algo? —le pregunto bruscamente cambiando el tema de la conversación— ¿Café, té o gaseosa? No es hora para un whiskey. 
 —Una gaseosa, el café me cae mal. El hombre hizo el típico gesto de llamar al mozo. 
El mozo llego corriendo como tratando de no perder a la clientela. El hombre pidió un café, una gaseosa de lima limón no sin antes preguntarle a la mujer si eso le parecía bien, y unas facturas rellenas. Cuando volvió el mozo con todo lo pedido la mujer, le pregunto:
 — ¡No me ha contestado!
 — ¡No me perturbe! El hombre tomo y comió con gusto, la mujer parecía que consumía por obligación, no por gusto.
 —Todavía tienen buen servicio en este lugar. 
 — ¿Ah, sí? No sabía. El hombre se la quedó mirando con curiosidad. Cuando estaba por terminar la última factura, el hombre llamó al mozo, pagó y le dijo que iba a hablar con Iván para reunirse los tres juntos. La mujer se levantó apurada y camino detrás de él como un perro. En la calle el hombre pidió un taxi, antes de subirse el hombre, le dijo: 
 — ¡Usted está muy flaca! La mujer en vez de contestarle se ruborizo y miro el alejarse del auto. Cuando regreso a su casa, colgó su bolso marrón un poco desgastado ya y se descalzo. Un miau enorme como el de un león la hizo conectarse con la realidad que vivía todos los días. 
 —Ya llegue Matita. Espera que te doy de comer. La mujer un poco cansina abrió la puerta de la alacena y saco un bolsita de nylon que tenía todavía comida para gatos. —Queda poco ya. La voy a tener que estirar—se dijo a sí misma en voz alta. 
 La mujer se quedó al lado de la gatita viéndola comer mientras observaba su documento. Le tapo los números de identificación, después las rayitas del código pero la imagen del documento seguía siendo la misma. En la imagen de la fotografía parecía casi una criminal, pensó ella. El rostro pálido, el pelo llovido más el saco gris mélange hacían la perfecta combinación de la marginalidad. En una de las paredes despintada había un reloj barato con su marco naranja, que todavía daba la hora; sobre la mesa un plato chico con dibujos de flores azules, en la otra punta de la mesa una máquina de coser vieja de acero, varios hilos de colores, un alfiletero lleno de alfileres con hilos cortados varios. En la silla había una pollera de raso rosa claro. Tenía que ponerse a arreglarla ya que para ello la habían contratado, pero ni ganas de levantarse y colocarse en la silla a trabajar. Muchas mujeres tenían hijos por la época, pero ella no encontraba la pareja estable, y la soledad hacia mella a veces, pero la gata había llegado sola, la había adoptado a ella una vez que tuvo a sus gatitos en el hueco del entretecho de la cocina. Le pasaba la comida, las croquetas para gatos, por la rendija que dejaban los vidrios del ventiluz subida a la mesada de mármol. Ella como buena madre partía a la mañana a buscarles comida a su cría y cuando volvía ellos maullaban mucho antes de que su madre llegara como anunciándole la bienvenida. Pero eso había sucedido hacia casi un año ya. Dejo a sus pensamientos a un lado, se sentó en la silla y tomo a la pollera. Con rapidez y con el oficio de años cosió el cierre invisible a la tela delicada. Satisfecha se levantó y fue a inspeccionar a la luz de la ventana. Con cierta sorpresa y nerviosismo exclamó un improperio. La pollera tenía una leve mancha muy cerca del cierre. Seguramente debía ser porque se había escapado algo del aceite de maquina con el que se solía aceitar a la maquinaria. Sin perder un minuto colocó bajo el grifo de agua a la parte de la pollera que tenía la mancha, le frotó el jabón y con cuidado se lo quitó bajo el grifo del agua. Mas aliviada la colocó en una silla cerca de la ventana abierta para que se secara. Sin embargo, al rato cuando fue a fijarse y con horror vio que la pequeña manchita había desaparecido, sí, pero que, sin embargo, un lamparón se había extendido desde la cintura hasta donde terminaba el cierre. Casi presa del pánico mojó de vuelta la parte de la pollera, le quito el agua con una toalla y la colocó otra vez sobre el respaldo de la silla. Cansada de los nervios fue hasta su cama y se arrojó contra ella. A los minutos sintió el cuerpecito de su gata al lado de ella.
Nunca salgo se decía a si misma; no me gustan las discotecas, ni los bares. No parezco una chica moderna. Agregaba suspirando: Soy antigua. No me pintarrajeo, no fumo, ni bailo rock and roll. Es cierto que estoy muy delgada. A veces me da vergüenza, pero es mi realidad. Pero el hecho de que la contactaran la había hecho sentirse especial. Quizás algún día se fuera y toda su soledad se terminara. Pero no sabía cuándo iría a suceder. El hombre con el que había hablado no le había precisado en que momento seria el próximo encuentro. Harta ya de su soliloquio fue a ver cómo estaba la pollera; horror otra vez y nerviosismo: el lamparón no solo no había desaparecido sino que se había extendido. Presa de los nervios arrojo la pollera en la pileta de la cocina y la lleno de agua. Con un suspiro la saco y suavemente comenzó a retorcerla con tanto cuidado como si fuera un bebe recién nacido. La tarea le llevo varios minutos en los que pensaba que se estaba jugando la vida, en cierta forma era cierto, tenía que cobrar el dinero por su trabajo, ¿y si le salía mal? Nunca se había encontrado con esa opción sin embargo, ahora la tenía delante de sus narices. Al fin, la colgó de vuelta sobre la silla mientras pensaba por que para algunos la vida era tan complicada y a la vez monótona. Se volvió a tirar sobre la cama con la colcha desvaída de tantos lavados hasta que vio que la pantalla de su celular refulgía del brillo. Todo indicaba que alguien la estaba llamando. Atendió no sin antes pensar quien podía ser ya que marcaba que era un número desconocido. ...


martes, 17 de mayo de 2022

LA PIEDRA



Levantaron como si no fuera nada, una vez que la fina lluvia de granizo dejo la superficie para una estructura que sirviera de base para erigir otro edificio. Parecía un enorme rombo, con brillo por demás y en un abrir y cerrar de ojos, los habitantes ya se encontraban dentro de ella. De cuando en cuando, abrían sin que nadie se diese cuenta las ventanas enormes hechas de un metal tornasol, el viento entraba y se llevaba lo que no tuviera armonía, no importaba que esto fuese la túnica o los elementos de simple uso en el hall central. Los mayores se quedaban dentro de sus compartimentos olvidando por primera vez las enormes bolsas verdes y acuosas hogar simbiótico del cual habían provenido. Los más jóvenes se desafiaban a ver quién podía resistir sin ser llevado por la gran corriente al espacio. Se apoyaban con sus cuerpos en las columnas como si estas fueran mástiles, pero sin bandera alguna, y gritaban a medida, que el viento casi huracanado revolvía los aires y las energías. Gritaban: -¡A ver quién es el más fuerte! Los más jóvenes llegaban cansados y entusiastas a sus hogares con las mejillas arreboladas y los músculos extenuados de forzar el cuerpo. Descansaban como seres angelicales después de engullir amplias píldoras vitaminizadoras y recordaban una vez ya acostados en sus catres las palabras de sus padres: ¡Ahora ya no hay tiempo para quejarse de lo hecho! Y creían que el viento que escuchaban con sus quejidos atronadores también los visitaba a ellos en los sueños. Mientras tanto las figuras de dos hombres en el hall central se alzaban como dos figuras estáticas que hacían juego con las columnas. Ya había terminado el viento furioso. La mayoría se encontraba en el gran sueño. Pero sus bocas hablaban. –No pueden irse. No ahora. No es tiempo. -¿Cómo lo sabes? ¡A mí nadie me alerto de nada! -Estoy la mayor parte del tiempo escuchando sin ser visto las conversaciones entre los hombres cuando estos se reúnen a pasar el tiempo. -¿Pero eso significa la insurrección al mando oficial? -Esto ya ha sucedido antes. ¿Por qué piensa que actúan como robots sino lo son? -La libertad aquí se ha perdido hace rato. Claro que siempre surgen anomalías en el comportamiento. Por ello es que hay ciertas nociones que desconocen. Las descono-cen porque es peligroso para el funcionamiento del sistema. –Es verdad, a veces sucede la insubordinación que es como la semilla que nace. –Acuérdese que aquí las semillas son todas artificiales. Ninguna es natural. -¿Cree usted que en el fondo son tontos? Hubieran no permitido los tiempos de descanso. El descanso les permite pensar. Ahora es demasiado tarde para parar la germinación de las semillas rebeldes. –Usted no entiende que los descansos se hicieron para que produzcan más y eficientemente. No es demasiado tarde para terminar con la germinación. Me pregunto cuando sucederá el hecho temido. –Nos enteraremos por las cámaras. –Alertaremos a las fuerzas de mando cuando el hecho se produzca, no antes. –Como usted ordene, Sr Oriux. –Manténgame informado de cualquier contratiempo. La vista y el ojo humano son distintos a los de los androides. El uniformado que recibía ordenes movió la cabeza asintiendo. Ambos hombres se escabulleron como criaturas invisibles en caminos distintos. Las Chlorophytas transparentes que descendían como una cortina difusa y brillante inundaban la superficie artificial donde se asentaba la base del segundo edificio de la comunidad Asiet24. El lento estancamiento del clima había sucedido hace rato, sin embargo, los trabajadores ya cansados de tanta parsimonia en su labor, descansaban hablando de utopías, como para desatarse de la esclavitud, a la que una vez por todas habían despertado. -¡Devolvedme el instrumento!-le grito uno. -¡Yo no lo tengo!-le respondió el incriminado. -¡Mejor será que me la devuelvas! -¡No permitiré que nadie me humille! -¡Cállate la boca! Irritados los dos hombres se agarraron a los golpes. Los otros hombres que se hallaban allí se pusieron a vitorear. La sirena de alerta no sonó, en cambio sonó como un rutilar de viento, y en ese viento lento, sombrío y continuo, que atravesaba la amplia área de trabajo de implantación de semillas artificiales, se veían los grandes ojos de la lente que todo lo ve, que miraban hacia un lado y hacia otro, mientras el grupo de hombres seguía insertado en una ola de violencia. El jefe de seguridad entró al área rodeado de oficiales provistos de la mancuerna eléc-trica. Un instante después ráfagas de electricidad azul se difuminaron en el recinto haciendo que el ojo de la cámara girara a toda velocidad en ciento ochenta grados. Allá quedó el impulso de la violencia retardado por el accionar de las fuerzas y todos los trabajadores aturdidos miraban a su alrededor como tratando de volver a la anterior normalidad: la vieja somnolencia del trabajo diario. -¡Si alguno de ustedes se atreve a rebelarse otra vez mejor que lo piense! Ninguno de ellos habló. –Va a ser fácil apuntarles-dijo uno de los oficiales. El hombre que había acusado al otro se encontraba tirado en el suelo se movió tratando de incorporarse. -¿Qué crees que estás haciendo?-le increpó el oficial que se encontraba más cerca. -¡Ahora se van a levantar todos y van a retomar las tareas que estaban realizando! ¡Arriba todos!-les dijo el jefe de oficiales.
Y se volvió con una sonrisa confiada hacia el resto de los oficiales que observaban la escena casi como espectadores.
La puerta de metal se hallaba cerrada. No había nadie más dentro de la habitación que pertenecía al jefe de la comunidad, que Oriux y el jefe de los oficiales. Ambos permanecían de pie como si lo de lo que estaban hablando fuera demasiado importante como para permanecer cómodamente sentados. Un polvillo de motas doradas se inmiscuía en el aire como imitando el refulgir de las estrellas del cielo.
–Escucha bien lo que te voy a decir-le dijo Oriux al jefe de oficiales, que se hallaba enfrente de él con gesto adusto-lo que sucedió fue lo que tenía que suceder. Espero que no se vuelva a repetir para el bien de toda la comunidad. ¿Tiene idea de lo que costo levantar el segundo edificio? No fueron solo maquinas las que trabajaron para erigir la base. –Es lo que se decía por atrás en un tiempo, señor. –Fue lo que tenía que suceder. A veces un grupo tiene que sacrificarse por otro.
-¿Adonde fueron a parar los muertos, es decir los que trabajaron como esclavos y sin paga alguna, sin beneficio alguno, para que el resto de los habitantes de la comunidad pudiesen tener otras viviendas? -Eso no se discute. ¿Acaso usted no lee entre líneas? -Creo que fueron mártires. –Claro, fueron mártires. Siempre en alguna época eso sucede. Algunos se sacrifican por otros. –Pero lo que se dice es que- el jefe de la comunidad lo interrumpió: -¡Lo que se dice no es verdad! -¡Lo que dicen es que realmente no fueron verdaderos mártires justamente porque no sabían a que causa defendían! -¿Qué esta diciendo? ¡Está ofendiendo la lealtad a la que pertenecemos todos los habitantes de esta comunidad! -¡Solo estoy diciendo lo que se dijo hace un tiempo! ¡Hay muchas cosas que no me gustan de la comunidad! -¡Esos chiflados no saben nada! ¡No tienen ni idea de lo que se trata una verdadera comunidad y de lo que significa pertenecer a ella! ¡Usted con lo que dice se está pa-reciendo a los insurrectos! ¡Debería darle vergüenza! ¡Váyase! ¡Ojala que el viento frio y destemplado de la atmósfera de Saturno lo obligue a cambiar de ideas!
-Como usted ordene, Señor Oriux.
La voz del androide a través del parlante trastabillo: -¡Vayan a la zona del hangar de germinación de semillas!¡No hay tiempo que perder! -¿Qué está pasando? ¡Nosotros no obedecemos a la orden de un androide! -¡Es ridículo!¡Nadie le hará caso! La luz fugaz de una estrella alumbrando el interior del hall central hizo que las caras de los que estaban allí resultasen grotescas; un color mortecino las iluminaba para luego desaparecer. –Ah-exclamó el hombre apoyado contra una de las columnas-indudablemente está sucediendo algo raro. -¡Ves!¡Nadie se movió de su lugar! -¡Es porque nadie les cree!¡Las conjeturas dieron lugar a la aseveración! ¡Hubo muchos muertos y nadie dijo, ni siquiera ellos, cual fue la razón! El grito de uno de los que se encontraba allí alteró el orden de la atmosfera del hall central. Algunos se volvieron hacia la ventana. Enseguida los rostros cambiaron de la tranquilidad al asombro del terror. Si, allí estaba la piedra, en el firmamento que alumbraba a la comunidad Asiet24, que daba vueltas como un eterno circular que tenía pegado una figura grotesca; un hombre vestido con el traje metálico que pertenecía al jefe de la comunidad. 
-¡Increíble!-exclamé al oír la historia que contaba el amigo de mi padre-No puedo olvidarme de lo que decían los más grandes, que durante un tiempo circuló la leyenda del hombre petrificado, como hielo pegado a la piedra que daba vueltas en un eterno circular. –Sí, Rodhyna. La leyenda era verdad. He vivido bastante tiempo como para saber que el accionar perverso de la autoridad contra la comunidad también se paga. –Señor Stiux, usted como técnico en cámaras de vigilancia pudo ver todo el acontecer desde el motín hasta la piedra de la que colgaba el jefe de la comunidad. Pero, ¿no vio el lente de la cámara quienes lo pegaron a la piedra? -Eso misteriosamente no se vio. Nadie sabe por qué. De pie, observaron el firmamento límpido de estrellas y piedras que parecía decirles la omnipresencia de algo mayor a lo que conocían.


                                                           




miércoles, 27 de abril de 2022

LA LENTE



Pero la idea de que había una vigilancia extrema en el anillo de Saturno no había dejado de rondarme en la cabeza, y tuve la ocasión de presenciar una situación extraña. En una pequeña cámara en el tercer piso del edificio de la comunidad provista de la piedra parda característica de la superficie gaseosa del anillo de Saturno, nos encontrábamos el jefe principal, el director de las tropas de seguridad, mi padre y yo de manera un tanto polizona oficiaba de espectadora mientras se movía por la habi- tación el jefe principal examinando lo que había arriba de la mesa sin soporte. El di-rector de las tropas de seguridad se encontraba un tanto nervioso, quizá por la pre-sencia de una menor en el lugar. Pero digamos que eso no importa ahora sino la si-tuacion. Todo lo que había allí para mí era nuevo. No era el sitio más importante en el que había estado, y tampoco me había preguntado el porqué de estar ahí, hay situa-ciones que una no tiene manera de influir, ni que hubiera dioses a quien pedir en la comunidad Asiet24. Esa era una visión que se había tenido hacia miles de años, y que había provocado guerras y desunión en los ancestros humanos. Eso sí sabíamos, eso nos habían permitido conocer. Las formas o los ritos, no. Entonces, me encontraba allí observando todo: la mesa, los objetos que no sabía para que se utilizaban, un gran armario que parecía empotrado a la pared, de un tono metálico tan intenso que hacia un resplandor en la pupila nuestra y se reflejaba en la misma. Lo único que no podía decir con certeza es que era lo que estaba escribiendo sobre el computador invisible el jefe de la comunidad. Según la mirada que tenía se podía deducir que no era algo que le provocase ira o enojo. Quizás estuviese dictando algún edicto de importancia para el funcionamiento de la comunidad. De repente, la voz clara y autoritaria del jefe de la comunidad habló: -Ya está todo arreglado. -¿Entonces se eliminará el trabajo del plantel?-pregunto el director de las tropas de seguridad. El jefe lo miro como preguntándole que era lo que no entendía. -¡Todo está arreglado!-lo escuche decir a mi padre con cierto contento. –Claro, que sí. Era de esperarse-dijo el jefe de la comunidad. Para ser justa tengo que decir que toda la conversación la encontraba un poco rara. Era obvio que no estaba enterada del todo de lo que estaba pasando. -¿Cuánto cree que durara la situación?-le pregunto el director de las tropas de seguridad.                           –Eso no es factible de prever. –Como todas las conductas humanas-acoto mi padre moviendo la cabeza en signo afirmativo.
En un momento dado creía que el jefe de la comunidad me estaba mirando a mí y su mirada me ponía nerviosa. Pero tras una inspección más detenida me di cuenta de que era simplemente una mirada vacía, reveladora de reflexión más que de visión, una mirada que hace las cosas invisibles, que no las deja penetrar y que por ello podía poner nerviosa a una muchacha joven. -¡Pero usted no estará allá!-dijo de improviso el director de las tropas de seguridad. -¿Qué me quiere decir?-le pregunto el jefe de la comunidad con los ojos entrecerrados. -¡Aquí abajo estamos nosotros!¿Pero allá arriba quien mira? El jefe de la comunidad se lo quedo contemplando como quien mira a un ser de otra galaxia. Hasta que dijo: -Apenas puedo imaginarme lo que está sucediendo aquí como para que piense en lo que podría suceder arriba. –Tiene usted razón. -¿Entonces ya podemos retirarnos?-pregunto mi padre. –Pues, claro que sí. Ya están dadas las órdenes. Rápidamente nos retiramos del lugar. Cuando llegamos al hall principal después de pasar por un túnel corredizo cada uno tomo su rumbo. Quería preguntarle muchas cosas a mi padre, pero sabía que por la edad no podía meterme en los asuntos de la comunidad, ni hacer preguntas indebidas. Sin embargo, a pesar de lo que me digo a mi misma, deduzco que, si es preciso vigilar a todos, a cada uno de los integrantes de la comunidad debería ser vigilado todas las horas de todos los días. Cualquier cosa que no sea una vigilancia constante no sería una vigilancia. ¿Y qué era eso de allá arriba que mira? ¿Era de suponerse que estábamos vigilados por algo que estaba allá arriba? Era inútil seguir preguntándose sobre algo de lo que en realidad no se tenía mucha idea. La vida se había vuelto tan drásticamente rápida que fui capaz de ver cosas que antes escapaban a mi atención. La trayectoria de la luz que pasaba por la ventana transpa- rente y dejaba ver a la caída de las Chlorophytas, y la forma en que la luz llegaba a ciertas horas iluminando de luz al hall central hizo que comprendiera nuevas ideas de las que no estaba segura a ciencia cierta de ellas.