jueves, 5 de junio de 2025

LO PALACIEGO

 

 

Delicius mi madre me llevaba al cuarto grande para tomar clases de francés. A mí me  hacía leer de corrido a la edad de trece años.  Las clases de francés eran algo insignificante al lado de todo lo que tenía que aprender : ingles, gramática, modales en la mesa y ceremonial, bailes folklóricos y clases de religión, dos veces por semana.

Por ese entonces, yo vivía en un palacio ostentoso y decorado con las mejores materias primas del condado. La cúpula del mismo era abombada y decorada con las mejores piedras de la región. Cuando daba la luz del sol parecían brillar como de un color grisáceo plomo y se recortaba a lo lejos sobre el fondo del cielo gris como si fuera una imagen de un cuadro bien pintado. La puerta de entrada brillaba enmarcada por el fulgor  del revoco de mica plateada, limpia de las lluvias de días anteriores, embellecida por guirnaldas de hiedra en la que destacaban las flores parecidas a las rosas color violeta. Los postigos, que brillaban también de pintura nueva, estaban cerrados. Detrás de la enorme puerta se encontraba un patio rodeado en tres de sus lados, por una pared y ciertos restos de estructuras de madera, el cuarto lado lo constituía una pared que en su mitad tenía una puerta doble con un postigo para llamar. En el medio del patio se encontraba una fuente de agua. En el centro de esta en un pedestal de cemento se elevaba una rosa labrada en piedras blancas, grises y celestes que hacia caer un agua cristalina.

Una de las paredes del salón principal estaba cubierta de retratos de los ancestros del rey. Había pasado varias horas mirando embelesada los cuadros para advertir que no me parecía ni por poco a ninguno de ellos. Colgaban allí composiciones de escudos reales redondos también, algún que otro cuadro bucólico con las figuras predominantes de la época. La mitad de la pared siguiente la ocupaba el hogar de una gigantesca chimenea cubierta de mosaicos árabes de tonos liliáceos sobre el que colgaban filas de llamadores de ángeles hechos de ramas y lanas de color rojo que contrastaban terriblemente con el lila.  

En el centro del salón, lleno de ventanas ovaladas, se hallaba una enorme mesa de roble, vacía excepto por un florero de cristal facetado cubierto de nomeolvides.

Los muebles habían sido hechos por las manos de los mejores artesanos del condado y de más allá de los confines. En el ambiente se percibía un agudo olor a flores recién cortadas.

El resto del palacio estaba constituido por las habitaciones que eran catorce incluidas los cuartos para la servidumbre que se encontraban al final de la estructura del castillo en la planta baja. La cocina era espaciosa y contaba con una salamandra para calentar el ambiente, dos hornos y diversos utensilios de metal. Todo tenía que brillar así como también se compraban las mejores mercaderías comestibles que podía haber en el territorio.     

Antes de la etapa escolar recuerdo muy poco que hacía, si jugaba con los demás hijos de los nobles en el parque más espectacular del condado o me la pasaba jugando sola en el castillo. Cuando le preguntaba a Delicius que era lo que solía hacer, respondía con esa voz autoritaria que no concordaba con su talla y estatura pequeña con un rostro pequeño que hacia juego con unos ojos chiquitos que resplandecían como los de los roedores bajo el brillo de los candelabros, que no, que a una señorita como yo no le correspondía ser tan preguntona. Entonces, me enfrascaba en leer la tarea como para eliminar la rabia de no saber.                                                                                                                     

Una vez estábamos paseando por el pueblo, cerca del laberinto de campanarios lejos del monte, percibí lejos como un sonido inaudible mi nombre dicho por una voz femenina, cuando Delicius nunca supe por qué me tomó del brazo y me llevo casi corriendo hacia la otra esquina. Al preguntarle, tampoco se dignó en contestar.                                                                                                                                      

El rey Rayhn, alto y de presencia severa cuya piel era lisa y blanca como la de los cisnes, pero cuando una la tocaba fría como la del mármol estaba designado para trabajar en las tareas onerosas del palacio, iba y venía como una hormiga hacendosa por todos los pasillos del mismo con cara de preocupado tratando de no escapársele ningún detalle. Entonces, ese mismo día en que Delicius no me contestó mi requerimiento, fui a pasear por los pasillos del palacio para así poder encontrar a mi padre.

El rey Rayhn se revolvió sutilmente, como que iría a perder el equilibrio quizás, estuviese mal parado. Los ojos le brillaron como una espada bien filosa a la luz de las lamparillas. Hubo un suspiro o una agitación, cuando le hice la pregunta, pero también me contestó con una negativa o una evasiva; no podía contestarme ya que no se hallaba en el lugar en que sucedieron los hechos. Por lo tanto, otra vez me tuve que resignar a no saber nada.           

En una tarde con un sol esplendoroso a los tres nos había parecido buena idea asistir

a la fiesta de los caballos azules en conmemoración de la fundación del reino que se realizaba en agosto dentro de las murallas asombrosas construida con bloques de granito que se presentaba imponente, dominando sobre las demás construcciones que se levantan bordeando las aguas azules del condado de Rhosink.

Era una fiesta y esperaba ansiosa la fecha en que se realizaba ya que tenía la posibilidad de estrenar algún vestido nuevo debido a que era una competición muy alabada entre las jóvenes con más status del reino. Pero Delicius, me dijo que esta iba a ser una ocasión especial, diferente a las otras.    

Nos hallábamos los tres cómodamente sentados en los asientos forrados de terciopelo marrón del palco, cuando vi para mi sorpresa a una mujer, que me parecia increíblemen- te parecida a mí que actúaba en una escena teatral en plena vía pública. La mujer en uno de sus movimientos volvió su rostro hacia donde estábamos con una expresión de indescriptible nostalgia, como si hubiera perdido algo, de inmediato escuche como se revolvía inquieta Delicius. Estuve a punto de saludarla con la mano, pero no sé por qué mi madre me ordenó que no saludara, como si supiera lo que iría a hacer.  Asombrada, bajé la mano, y entonces un hombre ataviado con uniforme azul nos ordenó levantarnos del asiento. Iban a tocar la música orquestal.

Me revolví inquieta en la silla del palco, incapaz de proferir palabra alguna. Los rulos castaños, mis  ojos azules, que curiosamente eran iguales a los de esa mujer que representaba la obra, un sombrero transparente, y mi vestido blanco de organdí nuevo pareció agradar al público, que aplaudió ostensiblemente. Entonces, escuche como en un sueño, que un conejo blanco vestido con una chaqueta marrón, y con un reloj en la mano, dijo con tono solemne:

—¡Bella es la princesa nuestra!—desapareciendo rápidamente entre la multitud que

aplaude rabiosamente. 

En ese preciso instante, hubo un estruendo y un humo lleno de pólvora inundo el ambiente.

Varios hombres se hallaban tirados en el suelo. Los otros dos estaban tendidos boca abajo. Uno inmóvil, el otro retorciéndose de dolor y agitándose en un charco de sangre que crecía rápidamente. En el ambiente sonó, hiriendo los oídos, un agudo e histérico grito de mujer. Creo que era el grito de mi madre. Alguien me tomo fuertemente del brazo y me condujo fuera del tumulto. Trate de mirarle la cara, pero me echaron una tela en la cabeza que me impedía ver.

Solo podía dejarme conducir por la otra persona. No sabía cuantos minutos habían pasado. Me quitaron de una buena vez el velo. La persona que tenía delante de mí era la mujer que anteriormente se encontraba en la multitud asombrosamente parecida a mí. Me dijo:

—Siéntate:

—¿Quién sos?

—Soy tu madre. Cuando eras muy pequeña, la reina Delicius y el rey Rayhn te raptaron y te criaron como hija suya para que fueras la sucesora de la línea real como ellos no podían tener descendencia. Manejar les resulta fácil. El rey Rayhn era el hermano del rey al cual mato. El rey asesinado era mi esposo. Hui pues fui amenazada de muerte. Me fui por un tiempo del condado pues sabes que ellos son poderosos. Ellos tenían enemigos que fueron los que hoy armaron la revuelta.   

—¡Pero yo no recuerdo nada de lo que me está diciendo!

—¡En algún momento tienes que recordar!

—¡Pero no recuerdo nada! ¡Tengo que volver con los míos!

—¡Ya no puedes! ¡Una vez que pasaste el umbral ya no se puede volver atrás!

—¿Qué está diciendo? ¡Todo lo que me está diciendo es mentira!

—Escúchame, mírame bien. ¿Acaso no me parezco, casi como dos gotas de agua, a ti?

 Tenía que reconocer, que la historia que contaba podía ser cierta. ¿Había vivido en una gran mentira ? Ahora cerraba el porqué del olvido de ciertos recuerdos. Un odio inmen- so por Delicius, que no era ninguna reina y por su secuaz, mi supuesto padre me inundo el alma.  ¿Pero realmente querría volver a mi antigua vida, una vida ostensiblemente rígida, aburrida y sin ninguna posibilidad de tomar el control como era la que se me había ofrecido durante tantos años?

—¡No sé si me voy a adaptar a la nueva vida!

—¡Eres mi hija! ¡Eres fuerte! ¡Saldrás adelante!

—¡Ya no serás reina! ¡Serás tú misma!— dijo la voz del conejo. Este se hallaba escon- 

dido detrás de una piedra fucsia. Con sus manos enfundadas en guantes dorados, agre-

go: —¡Ya no se puede volver atrás!—diciendo esto desapareció.                                                    

—¿Qué dices hija?

La mujer que decía ser mi madre se estaba levantando con cuidado, entendí todos los años que habían pasado para ella lejos de mí, entonces reaccioné y rápidamente, le conteste:

—¡Vámonos  mamá!

Mire por última vez el fondo de luces que formaba el paisaje de lo que había sido mi hogar diluido entre la oscuridad de la noche como si fuera una verdad dentro de una mentira.

   

 


 

 

 

 

 

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