Portas un
duro escudo,
un confín
metálico
donde tu
vil ornamenta
detiene
ferozmente a mi cuerpo,
un
contenido membranoso,
una piel,
como un lecho.
En mi
mente, la advertencia,
juega como
un tributo desechable
y arropada
en la naturalidad
paulatinamente
palpo
lo
inadecuado de tragar culebras
que crudamente
expulso
en el
pavimento sombrío
para tu mascarada
señorial.