Aquel día, en que entré por primera vez en la casa, tropecé
con unos diarios y rompí sin que-
rer el florero que llevaba flores secas. Herminia la
empleada recogió religiosamente los peda-
zos del florero roto, sin decir nada y los tiro al tacho de basura. Como al pasar, cuando paso al
lado mío me dijo en voz baja como si tuviera miedo de que
alguien más pudiera escucharla:
-Acá siempre pasan cosas raras.
La casa estaba llena de tarjetas, de telegramas, de flores y
de plantas, objetos de decoración
caros (como para hacerle agradable la vista) que las amigas le
habían mandado.
—Sólo un niño bien recibe tantos regalos, comentaba una de
las visitas, que era envidiosa de
todo lo que le pasaba a la señora tanto lo bueno como lo
malo-me dijo con tono respetuoso
Herminia mientras me conducía a la habitación de la patrona.
La señora se encontraba reposando en su cama. No me vio así
que pude observar con detalle
todo el mobiliario que tenía su cuarto. Me pareció muy
recargado para la época en que se es-
taba viviendo, pero como portaba un apellido importante
deduje que la cantidad de objetos
era normal.
Después de dar un resoplido parecido al de una vaca la
señora se despertó y me miro con una
expresión taciturna, que hacia juego con la papada flácida
que tenía. Con voz asombrosamente
gruesa dijo:
-¿Usted quién es y que hace en mi cuarto?
-Soy la enfermera que usted contrató. Me llamo Catalina.
-Entonces haga su trabajo que para eso le pagan. ¿Dónde está Herminia? Llámela! ¡Qué ne-
cesito que me traiga uno de los regalos que me trajo una de
mis amigas!
-¿Cuál es ese regalo? ¿Se acuerda de cual es?
-¡Claro que sí! ¡Cómo no me voy acordar!¡Estoy lisiada pero
tengo buena memoria! ¡Necesito
que me traiga el cofre de bronce que me regalo Tania!¡Hágame
el favor de llamarla!
-Sí, señora. Ya la llamo-le contesté y corrí a buscar a la
criada.
La encontré limpiando la ventana del enorme comedor con un
trapo y un limpiavidrios
haciendo un esfuerzo que no era propio de su edad.
-¡Señora Herminia! ¡La señora quiere que le lleve el regalo
que le obsequio Tania! ¿Quie-
re que se lo alcance yo?
-No, déjeme a mí. La señora es muy estricta con la función
que cumple cada uno-me respon-
dio dejando los utensilios sobre el borde de la ventana y rápidamente tomo una caja envuelta
en papel madera en cuya tapa se veía una inscripción de un
triángulo con un ojo dentro.
Me quedé mirando maravillada el jardín que se desplegaba
ante mi vista. Gardenias, algunos
malvones de varios colores, ligustros enanos y rosales con
rosas blancas y marfiles hacían un
espectáculo maravilloso y digno de apreciar. De golpe, toda
la armonía del paisaje natural se
rompió al entrar en él una figura un tanto grotesca. Un
hombre con la forma de su cabeza
ovoide y muy alto vestido con un mameluco azul pasaba
llevando lo que parecía ser una
máquina de cortar pasto, pero que, sin embargo, no hacia ruido. Me pregunté si realmente
la máquina estaría cortando el césped o si la tecnología había
avanzado tanto que los arte-
factos no generaban sonido alguno. El hombre siguió cortando el pasto hasta que el sol
dejo de darle sobre su cuerpo. Para mi asombro el jardinero nunca dejo de
dar la espalda a la
ventana. La voz de Herminia me distrajo de la vista al jardín.
-Señorita. ¿Todavía esta acá? Vaya a cuidar a la señora que
se encuentra muy agitada.
-Dígame, ¿Quién es ese hombre? –y le señale al hombre vestido con el mameluco
azul.
-Es el jardinero señorita Catalina. ¿Quién va a ser sino?
-Es que-iba a terminar pero Herminia me interrumpió
diciendo:
-¡Ya sé que es raro pero tampoco es un monstruo!
-¡Yo no dije que fuera un monstruo!
-¡Pero lo pensó! ¡Vaya a cuidar a la señora que después se
la agarra conmigo!
-Sí, Herminia. Ya voy.
A veces no me doy
cuenta con quien estoy hablando. Solo cuando voy a la casa de una se-
ñora no me contengo y hablo como una criada. Debe ser porque
en mi casa no soy criada de
nadie. Pero ahora no
era como en la época de su abuela en que las enfermeras gozaban de
cierta jerarquía. Había que llevarles la corriente a las
pacientes por que en si eran las que pa-
gaban. Eso era lo primero que nos decían en la agencia
cuando teníamos la suerte de ser
contratadas.
Para sacudirme los pensamientos me froté rápido las manos y
entré sigilosa al cuarto de la se-
ñora.
Ella se hallaba cómodamente sentada con un almohadón puesto detrás de su espalda y tenía
un cofre de bronce en sus manos. La señora estaba como
embobada y no se dio cuenta de
que alguien había entrado. Al fin, levantó la vista del
cofre y me habló:
-¿Qué hace sentada como una marmota en la silla sin hacer
nada? ¿Qué hora es? ¡Ayúdeme
a colocar el almohadón en la espalda que se me movió! ¿Qué
pastillas tengo que tomar a es-
ta hora?
Me levanté y le acomodé el almohadón sobre la espalda
mientras la señora resoplaba trabajo-
samente, pero por suerte no decía nada. Tomé el organizador
de pastillas que se encontraba
sobre la mesita de luz y saqué la pastilla rosa que le
calmaba los dolores de espalda. La seño-
ra se hallaba bien dispuesta y cuando le di el vaso con agua
para que tomara la pastilla sonrió
con expresión risueña y dijo:
-Esta es la pastilla que más me gusta. ¿Sabe por qué?
-No, señora, no tengo ni idea.
-Porque entonces yo me calmo y vienen unos sujetos extraños
que me toman de la mano y me
llevan a otra dimensión. ¡Ni te podes imaginar la paz que
hay en ella!¡Yo puedo caminar y bai-
lar como cuando era joven!¡Lástima que mi marido no está allí
para verme! Pero no me puedo
quejar, verdad?
A esta altura no sabía si seguirle la corriente o cortarle
la conversación. Era obvio que la señora
presentaba un cuadro de arteriosclerosis o quizá presentaba
signos tempranos de demencia
senil. En cualquiera de los dos casos la que manejaba la
situación era la persona que estaba
a cargo. Herminia no me había dicho nada al respecto, pero muchas veces el cuadro del
paciente se manipula para que la profesional no huya
despavorida. A mí no me quedaba otra
que seguir con el trabajo. Inhale lo más profundo que pude y
le dije:
-¿Quiere que le acomode de vuelta el almohadón señora? Veo
desde acá que se le movió otra
vez.
-¡Claro que si Catalina! ¡Voy a estar más cómoda a la hora
de reunirme con ellos!-contesto con
una sonrisa risueña.
La dueña de la casa lentamente entró en el sopor del
sueño.
La atmósfera de la habitación, a esa hora en que entraba
todo el sol del verano, propiciaba
que la modorra me agarrara a mí también aunque no quisiese
dormirme. Entre a dar cabeza-
sos y pude ver el espectáculo que se desplegaba ante mis
atónitos ojos. Unas siluetas de forma
parecida a la del jardinero bailaban una especie de danza
entre armónica y grotesca en el jar-
dín de la casa. La atmósfera caliente que se respiraba en la
habitación (no entiendo por qué no
hay un aire acondicionado con todo el mobiliario de lujo que
existe en la casa) hace que al final
me duerma del todo.
Cuando me desperté, vi que la señora se hallaba despierta y tenía una robe de chambre azul
con pieles blancas y la cara llena de crema que
Herminia cuidadosamente le retiraba con un
algodón húmedo. Mire
el reloj de la pared y para mi asombro solo habían pasado una media
hora desde que la señora se había dormido y a mi me había
agarrado la modorra.
Una vez que Herminia terminó con el aseo del rostro de la
señora me hizo una seña de que
saliera de la habitación. Con voz cansada, la criada me dijo:
-La señora se encuentra ya aseada. Solo tiene que vigilarla
y darle la medicación.
-Yo se asearla. ¿Esa tarea no me correspondería hacerla a mi
-No. Porque la señora no le tiene confianza a las
enfermeras. Hace rato, que desde el incidente
en el que la enfermera no le dio la medicación de la tarde,
la pastilla rosa, muchas enfermeras
han pasado por su puesto. Por ello es que la señora no
quiere que el aseo se lo realice la enfer-
mera de turno.
-Está bien Herminia. Ya he entendido todo.
Volví al cuarto de la señora, un poco sumisa por lo que me
había dicho la empleada y pensé
que tenía que hacer caso pues no estaba en posición de
rebelarme. La señora ya estaba dan-
do cabezazos y la atmósfera de agobiante calor que había en
la pieza hizo que a mí también
me agarrara la modorra y me dormí.
Cuando me desperté vi que la cama de la señora estaba vacía.
Con una sensación de alarma
en la boca del estómago me levanté y corrí hacia el comedor
a la vez que llamaba a Hermi-
nia. Extrañamente, nadie acudió al llamado. Reiteré el
llamado, esta vez en tono más fuer-
te y tampoco acuse recibo. Pensé
que lo más lógico sería dar parte de la situación a la poli-
cia. Fui hasta donde estaba el
teléfono y cuando coloque el tubo sobre su oreja, escuché que
gracias a Dios, tenía tono. Marqué
el número de la policía y me atendió una voz femenina.
-Hola, en que puedo ayudar
-Estoy en la dirección Rosales 186,
en el barrio de Mornal. Soy la enfermera y de repente
la señora que estaba cuidando desapareció. El personal de servicio, una señora llamada
Herminia también desapareció de la
casa. Por eso llamo.
Para mi asombro la persona que me
había atendido me cortó. Exasperada colgué el tubo
del teléfono. Me
acerqué a la ventana que daba al jardín y para mi sorpresa vi que el jardín
estaba lleno de personas desconocidas. Me quedé mirando por
la ventana lo que fueron mi-
nutos ya que nadie de afuera parecía verme y mi voz que parecía llegar desde la angustia
dijo: Algo voy a tener que hacer, o me quedo eternamente observando todo o me animo
a entrar. Entonces, tome valor, despaciosamente camine hacia
el jardín y me encontré con la
señora que se hallaba de pie y que al verme me dirigió una
sonrisa luminosa como dándome la
bienvenida. No pude ni articular palabra para preguntarle
cómo era que ahora podía caminar
siendo que la conocí postrada en su cama. Pero eso no fue lo
único extraño; mis ojos asombra-
dos vieron a varios sujetos altos como de la misma altura
que la del jardinero, con una gran
cabeza ovoide, con ojos grandes y ovalados totalmente
negros, sin la esclerótica blanca propia
de los humanos, que bailaban una danza grotesca y a la vez
perfectamente armónica entre los
concurrentes. De
repente, sentí que alguien me tomaba del
brazo. Era Herminia que me
sonreía y me invitaba a bailar como todos ellos. Con una
sensación de paz que me inundaba el
pecho abrí los brazos, moví un pie, moví el otro y entré al
jardín rodeada por la luz que me
daba paz.
Registro Nacional del Autor PV 2019-91715904-APN-DNDA#MJ