miércoles, 4 de agosto de 2021

EL MIEDO

 



Estás sola en esto sí, es verdad, como mujer madura que sos. Sí, antes no estabas igual. Nadie estaba igual, pero más malo por conocido que bueno por conocer, ya sabes que no es lo mejor. Por algo te separaste. No me puede pasar nada, estas tranquila. ¿Estoy tranquila? Por favor, que me llamen de una vez. ¿No es mucho pedir? Quizás, para ellos, que son los que están del otro lado, todo es más fácil. Es como decir que están del otro lado del mostrador, nada más que yo no estoy comprando nada. Solo estoy esperando. ¿Pero cuantos minutos van ya? Estuviste cuanto tiempo aguantándote el dolor, más toda la porquería de antibióticos que te hincha la panza como un globo. Vos ya llevas veinticinco días esperando que te atiendan por que no podes pagar un profesional privado. No tenés la culpa. ¿Culpa de qué? Culpa de ser demasiado descuidada. Se me paso. ¿Acaso no estábamos todos muertos de miedo de contagiarnos el maldi- to bicho? No lo nombres. Lo que tenés vos es peor que el bicho innombrable. Por lo menos ese dicen que dura catorce días, algunos tienen la suerte de que les dure menos. Otros tienen la desgracia de pasar al otro plano. No pienses. No voy a pensar en nada. Si pudiera pensar en otra cosa sentada en este sillón viejo de cuerina negro, parece que lo sacaron de un local del Ejército de Salvación. Voy a pensar en otra cosa. ¿Por qué no me pueden llamar ahora? ¿Por qué están llamando a los otros? Pregunta tonta, por que llegaste más tarde que los demás. Uno, dos, tres, cuatro. Van llamando de a tandas. ¿Y a mí para cuándo? Es cuestión de esperar. Después, vas a mirar el cielo raso, con la mirada fija, y te vas a decir que no te va a pasar nada. Parece de lujo el lugar. —¡Goncalvez!-me llaman. —¡Póngase la cofia! —¿Por qué me tengo que poner una cofia? —¡Ahora tiene que ponerse el delantal!-ahora me lo ordenan pero es una voz que sale de un altoparlante. Tomo el delantal que está en una mesa que es de acrílico cuya transparencia acopia como un espejo las imágenes circundantes. No tengo que ver, pero estoy viendo que todos los demás tienen como una goma de color verde, con unos ganchitos de metal insertados, que sale de la boca. Son androides, por sus movimientos autómatas, a pesar de que tienen todo su cuerpo completo como un humano, pienso con rapidez. Y yo estoy bien como si fuera lo más normal del mundo encontrarse en este lugar. No bajes la guardia. No mires más. Va a estar todo bien. Ya no hay más amenaza, estas en buenas manos. Desde la ventana con la cortina de plástico entreabierta busco algo que parezca normal entre tanta extrañeza; no se ve nada más allá del trozo de vidrio, abajo hay más pisos, no recuerdo si este es el cuarto o el décimo piso. Más allá, se divisaba el techo de una casa de dos pisos, todo cubierto de tejas coloniales, con ventanas de vidrios coloreados: azules y verdes. Alguno que otro árbol frondoso inundaba de verde el paisaje; aves con el pecho pintado de naranja y lomo verdoso se posaban en las ramas como prófugos de algo. La máscara esta tirada en el piso como si aquí adentro no circulara más el agente patógeno que nos puso en vilo a todos los humanos. —Espere en la fila y siga las indicaciones-otra vez la voz sin tono que sale del altoparlante. Un cuartito de un metro y medio por un metro y medio posee una silla que no sé por qué, me recuerda al asiento al que arrojan a los acusados de cadena perpetua en el país del Norte. Ahora, me ponen un chaleco que parece de fuerza. Estate tranquila. No sé por qué tanto cuidado si la única amenaza soy yo para conmigo misma. Maldita silla que es más incómoda que asiento de tren. —Siéntese ahí-otra vez la voz que ordena. ¿Me irán a hacer daño? Vamos por favor, apúrense. No sé qué es este lugar, no es el que me indicaron hace unos meses. Supuestamente, tiene buena reputación. Recuerdo el pedacito de plástico como un residuo, que en algún momento fue gas o líquido, para después ser solidez en la forma, y más tarde con el mismo descuido tuyo ser no funcional para tus dientes. Un androide con aspecto de ser mujer, también ataviada con el delantal transparente y la cofia le dice al otro androide, que me está atendiendo: —¿Cómo va todo? —¡Normal! ¡Aunque está costando! —¿Hay suficiente anestesia? —Sí. A mí nadie me aviso que me iban a atender estos robots con apariencia humana. Voy a arrancarme este delantal extraño y se lo voy a arrojar por la cabeza al androide que me está atendiendo. No, no debo hacerlo, se supone que saben. Son eficientes. No tengo que ponerme histérica. Lo único que falta es que llamen a un nosocomio. ¿Por qué siempre soy yo la que debe pasar por un infierno?
Otra vez cuando afuera, en la ciudad hay pestilencia, máscaras que se mezclan con el miedo, carritos de cartoneros por todas partes que deambulan como hormigas, soledades se abren quizás, al derrumbe interior, aquí dentro pareciera que entre la rapidez entra la calma; y otra vez me toman del brazo, como una lady voy, aunque en tu boca pugna por salir la bronca, la mugre que les pertenece también a todas tus ancestras, que callaron por que las hicieron callar. Me gustaría poder tirarlo y que ruede por el suelo como los muñequitos con los que jugaba de chica. ¿Lloraran? ¿Se quejaran? Me gustaría que pase un infierno como el que yo estoy pasando. El furor de ellas quedó atrapado en el instante en que alguna saltó a las vías, en los hijos no nacidos, en los cuerpos donde las larvas ya transmutaron a especies indefinibles, también quizás, en mi mandíbula que no muerde ni las palabras; en los secretos que se ocultan no hay lugar para ser desaforada, tal vez, por eso es consecuencia que mi boca esta siempre en carne viva. Ahora también está en carne viva mi boca, pero no veo nada, solo una especie de aguja que entra y sale de la misma con la rapidez que maneja el brazo del androide. Tengo en el cuerpo más anestesia que la que puede soportar un caballo. Cinco tubitos de anestesia vi pasar delante de mi mirada. Por eso no grito, por eso no salgo corriendo de acá. Entonces, escuchó decir, con voz atónita, al androide que me atiende con sus órbitas oculares que me dan miedo, que dirige su mirada desconcertada de la placa a mi boca abierta: —Falta en la parte inferior izquierda, la muela, pieza dentaria número 38.


                                      PV-2021-70115357-APN-DNDA#MJ