martes, 18 de enero de 2022

EL LÁPIZ

 



¿Hay algo más terrible que perder algo? ¿Encontrar lo que hemos perdido? ¿Volver a

poseer lo perdido?. Todo por momentos parece terrible, pero en ese preciso instante

importante. Lo perdido, perdido está aunque se busque en los recuerdos del pasado.

La historia comenzó hace mucho en un lugar que ahora no interesa, las ciudades en

algunos lados son todas iguales; la gente salía de las casas y entraba en ellas, después

de trabajar, y llevaba vestimentas doradas, amarillas y rojas, zapatos de plata y bolsos

de bronce, sombreros multicolores de los más diversos diseños, según el status de los

dueños. Era la hora veloz y calurosa de los primeros tiempos del cambio.

La mujer se encontraba caminando por la avenida más cara de la ciudad donde vivía

con su amante, cuando le oyó decir a una muchacha con los labios pintados de un

violeta tornasol :

—En este mundo ya hay tantos labiales de diversos tipos que deben llenar una casa

si se juntan los de todos los países. No es una novedad

—¡La verdad nunca lo había pensado! —le contestó moviendo con coquetería su ca-

bellera negra.

Los nervios la llevaban a hablar como si olvidara que era tímida. Poco a poco, insen-

siblemente advirtió que, al pasar por los locales caros inconscientemente buscaba

lápices labiales de otras marcas que no conocía, nuevos colores, quizás también con

otros olores. Ya no recordaba cuantos lápices labiales tenía en la casa. Más de cinco

seguro, pensó restregándose las manos envueltas en guantes metálicos. Como llevada

por un impulso al que no pudo resistirse entró a un negocio muy colorido y muy osten-

toso, que tenía en el escaparate un labial enorme como del tamaño de una mano me-

diana, el color quizá no decía mucho, o era rojo carmín o bermellón o tenía una espe-

cie de purpurina colorada, que le hacía acordar a lo jocoso de los payasos. Lo compró,

aunque el precio significara triplicar la entrada de dinero de todos los meses. Cuando

llegó a la casa se di cuenta que estaba sola y respiro aliviada. No sabía dónde iba a

esconder el lápiz sin que a su amante lo encontrase. Él siempre encontraba lo que

compraba. Corrió como avergonzada al galpón con el lápiz envuelto todavía en el papel

de regalo. Como de costumbre estaba abierto para que la oveja pudiese entrar y salir

cuando se le cantara. Se metió dentro, desenvolvió de su papel de regalo al enorme

lápiz labial y rápidamente como en un pantallazo vio donde tendría que ocultarlo: al

fondo había pasto seco y aserrín, era un lugar al que la oveja no se le ocurriría ir como

si no fuera una oveja y fuera cualquier otro animal, pero, ya estaba acostumbrada a

que en esa casa muchas cosas estuvieran al revés; pensó que mismo su novio a pesar

de ser alto y bastante corpulento se comportaba como un niño con enormes ojos ce-

lestes que parecían de vidrio. El lápiz labial quedó oculto en su envoltorio dentro de

los pastos secos y el aserrín, tan seguro como si estuviera en una caja acerada e impo-

sible de abrir.

Cuando ya era pasada la mañana, después de desayunar fue corriendo al galpón y

buscó el lápiz emocionada como si fuera un vestido de fiesta. El color era realmen-

te raro. No pudo resistir la tentación de pintarse los labios, pero sintió una desespe-

ración tan grande que terminó pintándose toda la cara. La sensación era extraña, pe-

ro agradable. Sin darse cuenta, se desvistió y comenzó a pintarse desde el cuello has-

ta los pies, su cuerpo pesado y voluminoso. El tamaño del lápiz labial había desapare-

cido por completo después de haber terminado de pintarse entera. Se tapó con la ropa

que tenía puesta antes y salió como pudo del galpón para quitarse con el agua de la

ducha toda la pintura que olía de verdad como un perfume.

Ese mismo día lo había mirado rascarse la herida hasta que parecía que había dejado

de molestarle. Cuando comenzó a arrancarse con la uña la costra, había dejado de

mirarlo. La mujer tenía los ojos increíblemente grandes y brillaban como el oro líquido.

—Tenes que ir a ver a un médico!¡Es obvio que te rascas de noche cuando dormís!¡Yo

te he visto hacerlo!

—¿De noche? ¿Cuándo?

—En días pasados.

—¿Pero cuando?

—¿Acaso no me crees?¿Cuándo se supone que lo harías si vos mismo no recordas

cuando te rascas?

—Bueno, cuando tenga plata lo voy a hacer.

—¡Con ir al Centro de Salud basta!

—¡Te dije que no tengo plata!

—¡Es mentira!

Su novio había desaparecido por la puerta del pasillo. Había recordado que la señora

que guíaba el grupo del Uno le había comentado una vez que los hombres son como

chicos y que había que tratarlos como tal. Sin embargo, no estaba tan segura de que

esa era la forma de tratarlos.

Pocos días después, regresó y volvió a tomar el lápiz labial. Increíblemente el lápiz no

se encontraba gastado como si no lo hubiese usado la anterior vez. No pudo resistirse

y volvió a pintarse de pies a cabeza con el lápiz. Esa vez bailó una danza y no se cayó ni

una sola vez en el suelo sucio y maloliente del galpón. No sé cuántas veces se pintó con

el lápiz y bailó como una desaforada, como siempre su novio no se dio cuenta de nada.

Vivía entre la normalidad de lo cotidiano y la extrañeza de su rito oculto. Sin embargo,

como todo lo que empieza tiene un final, siempre, el indicio comenzó un día con los

gritos alarmantes de su amante que provenían del fondo. Asustada fue como una

autómata hasta el galpón, y vio ante sus ojos a Lanita, la oveja androide en el fondo

sobre el pasto seco y el aserrín, con un aspecto espantoso, con los ojos abiertos de

cristal tan inocentes como los de su novio. Los labios pintados grotescamente con su

lápiz labial. Estaba tiesa, con las cuatro patas apuntando hacia el techo, seguramente

el contacto con la sustancia del labial le había producido un electro circuito. El hombre

se largó a llorar desconsoladamente. La mujer vestida con un traje ampuloso, con las

manos en las caderas, desconcertada le dijo:

—Siempre pagan los justos.

—¿Y ahora que ?

—Creo que no comprendes.

Su novio la miro sorprendido:

—¡Hay que darle sepultura!

—No tengo tiempo ahora. Hay que cocinar, lavar la ropa y preparar la vestimenta para

mañana.

La mujer visiblemente nerviosa dio media vuelta y se marchó hacia la entrada de la

vivienda. Una vez dentro cerró la puerta con llave.

No tardaron en sonar los golpes de su novio en la puerta.

La mujer llenó la valija con algunas cosas porque no tenía suficiente capacidad para

todas ellas. Al encontrar el neccesaire con todos los cosméticos incluidos los lápices

labiales, con furia los tomó y los arrojó a la bolsa de desperdicios. Del cajón donde

guardaba todas las cosas importantes su amante, tomó la tarjeta para poder utilizarla

una vez que estuviera fuera del pueblo. Al rato, otra vez prosiguieron los ruidos en la

puerta.

—¡Escuchame!-le dijo el hombre cuando la mujer le abrió la puerta-¡Este no es modo

de tratarme!

—¡Mis pisos limpios!¡Fuera!¡Tenes los zapatos sucios!

—¡No es hora de preocuparse por nimiedades mujer! Y miro fijamente a la mujer

como si de repente se hubiera vuelto loca.

Afuera, brillaban intensamente en toda su blancura las dos lunas del país que había

ganado la guerra hacía ya un sinfín de años. La luz irradiaba dándole un tono sobrena-

tural a la ciudad que ya entraba lentamente en la monotonía de la vuelta a casa de los

trabajadores.

—¡Anda a limpiarte! Yo tengo que ir a comprar el polvo blanco para las presas antes de

que cierren los negocios y no pueda circular libremente.

El hombre lanzó como un improperio, pero se dirigió al cuarto de baño. La mujer rá-

pida y sigilosa como una serpiente, tomó el bolso y sin hacer demasiado ruido abrió

la puerta.

Más tarde, cuando toda la ciudad dormía en el lento sueño de la ciudad, la mujer del

iris como de oro líquido, sentada en la cama del hotel más caro de la ciudad bebía un

sorbo de vino del mar, musitó sin que nadie pudiese escucharla: -Perder algo siempre

duele. ¿Sin embargo para que llorar si la leche derramada no se puede volver a recupe-

rar? Nunca más voy a volver a buscar un lápiz labial como el que perdí.


PV-2021-70115357-APN-DNDA#MJ