miércoles, 19 de mayo de 2021

MI MARIPOSA

 

 

Mi amiga Lai me dijo una vez : –En la ventana de la casa brillaba esa luz diáfana que a veces y de un modo fugaz anticipa, en enero, el mes de marzo. Sientes como yo la presencia penetrante de la humedad; se extiende, penetra en todos los objetos, en las flores, en los árboles de todos los jardines, en nuestros rostros y en nuestro pelo, que se pega como la viscosidad de los moluscos. Esta sonoridad, esta frescura húmeda que sólo hay en las grutas, hace dos meses, entró en mi cuarto, trayendo en sus pliegues azules y verdes, algo más que el aire y que el espectáculo diario de un pueblo cansado por la guerra. Trajo una mariposa amarilla con nervaduras rojas y negras. Tan impensada como lo sería una paloma blanca en medio del fuego de la artillería. Pero el asombro en una época signada por el hartazgo que sume a los habitantes es una piedra preciosa, que debe ser conservada hasta burlando a la muerte. Me acerqué, tratando de no proyectar una sombra sobre ella y que soltara sus alas hacia el firmamento. Para mi sorpresa voló, hasta posarse en el extremo de un libro. Me acerqué sigilosa y pude apresar sus alas entre mis dedos delicados. Pensé: "Tendría que soltarla, ¿ Quién sabe si tiene familia?. Si su pareja macho la espera en lo frondoso de un árbol “. Pensé: "No es mía, no puedo apro- piarme de ella para domesticarla como una mascota “. Sobre la mesita de luz había un frasco de mermelada vacío y limpio, lo tomé, lo abrí y con la velocidad de un rayo capturé a la mariposa que entró como un rehén predispuesto a vivir una vida sin libertad. Luego con un cuchillo bien afilado le hice tres agujeros en la tapa para que la mariposa que abría y cerraba las alas como siguiendo el ritmo de mi respiración, pudiese respirar en su celda. Me quedé dormitando en la cama mientras observaba de a ratos, cuando mi respiración se inquietaba y mis ojos daban cuenta de que me hallaba en el mismo mundo de siempre, a la mariposa que no parecía quieta o al menos eso me parecía, pues sus alas batían como un suave aleteo. Ya era la hora, de ir a escuchar la misa de las siete de la tarde. No quería llegar tarde como siempre y soportar la mirada de los fieles como una espada, que te inserta la culpa. Me cambié el vestido en un santiamén y antes de salir de la pieza, tomé el frasco para observar mejor al insecto. Ella batía sus alas como queriendo retener el aire exiguo del frasco. Entonces, me dio lastima lo que había hecho con ella. Pero algo me decía que debía retenerla todavía en su celda. Deposité el frasco de donde lo había tomado, salí corriendo de la casa como si al hacerlo pudiese deshacerme de la atmósfera de agobio. Una vez ya llegada a la iglesia sentí algo de alivio. Esta vez, había llegado temprano y me pareció que, hasta el mismo Cristo me saludaba desde su madero. Al tiempo largo de que el párroco dio la misa con sus respectivos responsos, una atmósfera de sopor me invadió, sin embargo, a través de la pesadez que se respiraba en el ambiente, pude escuchar la voz cavernosa del cura diciendo: -Hay personas que inmediatamente son castigadas o recompensadas; hay otras cuyas recompensas y castigos tardan tanto en llegar que no las alcanzan sino en los hijos o en los nietos. Por eso, hemos visto morir a jóvenes cuyas culpas no parecían merecer un castigo tan severo, pero esas culpas se agravaban con los crímenes que habían cometido sus antepasados. A esta carga de la que algunos seres humanos no puede sustraerse, se le llama maldición. No sé por qué, pero lo dicho por el párroco caló hondo en mi psiquis. Era casi la noche, cuando volví, tratando de esquivar el vuelo de dos aviones que parecían bombarderos. Busqué los arboles como refugio, situada frente a la inmensidad del silencio del bosque, sentada sobre un montón de hojas caídas. Busqué vanamente entender el sentido de la frase dicha por el cura; hasta que a mí me mente se le ocurrió pensar que el rey Eduardo, que vivió bajo la dinastía de los Kapung, un día construyó un puente con enormes maderas para que el ejército enemigo al cruzar el río pereciera bajo sus aguas turbulentas que desembocaban en el mar, y obtuviera la victoria de su primera batalla durante su reinado. ¿Entonces que obtuvo por tan oscuro crimen hecho casi en masa? Obviamente, el triunfo de su reinado sobre sus enemigos. ¿Se podría relacionar que la nación estaba pagando sus consecuencias por el accionar del rey ? ¿Hasta dónde se puede delimitar que el mal por defensa del territorio no sea un hecho que deba ser castigado por Dios, aunque no este escrito en la Santa Biblia ? Cuando mis manos se juntaron para orar, mis pensamientos urdían lo posible dentro de un territorio que seguía siendo bombardeado por fuerzas contrarias a la nación, mientras mis labios se juntaban de lo tan obcecada que estaba, mis dedos me pare-cían que tocaban las alas de la mariposa que había encerrado en un frasco de vidrio. ¿Cómo insectos lepidópteros que eran las mariposas, todavía seguiría viviendo en el exiguo aire de su celda? Cuando los aviones dejaron de pasar con su lenta letanía de muerte como sonaba a mis oídos, me levanté y corrí debajo de los árboles del bosque, hasta que me detuve para respirar el olor de las flores. Durante el camino hacia la casa, caminé con las piernas ya exhaustas. Al entrar a mi cuarto la vi; parecía una flor resplandeciente. Brillantes las alas, encandilaban su alrededor. Ese cuerpo, liviano, entero había sobrevivido a la falta de aire de su celda. La miré con asombro. Me sentí aliviada. Quien sabe cuántas almas afuera habían perecido a causa de las bombas. Durante la comida intenté conversaciones sobre la guerra, con los compañeros de mesa. Nadie se interesaba en estas cuestiones, salvo una señora que me dijo: "A veces me pregunto cuánto viviremos como especie. ¡Somos tan frágiles! Y he oído decir que en una época remota la nación emigró a distancias prodigiosas. El año pasado hubo una verdadera emigración en masa que se hizo en barcos. ¡No sé sabe cuántos han llegado a la otra orilla! ¡Todo se tapa y se tergiversa ! Al terminar la conversación como sentía cansada la vista, me fui a caminar, ya que por lo menos sentiría el aire fresco nocturno. Estirada como estaba en el césped, vi un cielo ya celeste oscuro curiosamente cubierto de nubes que formaban como cuerpos de mariposas. Debían ser cerca de las nueve de la noche, caminé hasta la casa donde seguramente los demás debían haberse cobijado en el sótano, proyectando el sueño hacia el alerta. Buscando siempre como huir de la muerte, arranqué un trébol, el más grande que vi al lado del tronco de un árbol y en aquel momento, pensé al ver el fuego que parecía estallar a unos metros del campo, que mi visión del mundo se estaba transformando y que muy pronto mi piel, mi pelo, mi cuerpo, y hasta el cielo se cubriría de ese mismo fuego y entonces –fue como el relámpago de una esperanza– deseé que la maldición de la guerra a la que estábamos librados los habitantes de la nación, por ser súbditos del Rey Eduardo, no surtiese su efecto nunca mas. El terror se apoderó de mí como si no me perteneciera a mi misma, como si ya no pudiera defenderme de los ataques omnipotentes de la guerra. Trataba de sostenerme en los dos pies. Apenas podía respirar. Sentía que todo alrededor de mi estaba perdiendo su forma. Afortunadamente, yo sentí la presencia del trébol dentro de mi mano que seguía latiendo como si no hubiera sido arrancado nunca de su seno. Inhalé lo más que pude el aire repentinamente enrarecido por el estallido de las bombas y corrí durante un tiempo que me pareció cinco años, hasta llegar a la casa. La señora con la que había hablado la noche anterior estaba esperándome en el porshe con expresión atribulada. -¡Son las nueve de la noche! ¡Los bombardeos no cesan! ¡Hay que refugiarse en el sótano! No le hice caso. Y disparé hacia mi habitación, al ser iluminada repentinamente por una revelación. Apenas entre la vi, no vi una mariposa común; vi un pequeño monstruo. Vi un insecto mortal –como una noche oscura en la que pernocta la muerte– con cuatro alas amarillas, surcada por líneas negras y rojas; un cuerpecito que se agrandaba cada vez más a medida que caían las bombas. Me imaginé ese monstruo, de apariencia frágil, volando, inexorable hacia otros confines. No podía dejar que eso sucediese. Tomé el frasco y lo destapé. En la dorada claridad de la luna atravesada por el fuego que se vislumbraba en el cuarto, mi mariposa hundió las alas en el aire y se alejaba de la vida; luchaba contra un enemigo, para mí invisible. Yo oía el horrible respirar que hacía en su celda de vidrio. Con un aleteo suave, la mariposa dejó de existir y cayó al fondo del frasco. No sé por qué comenzaron a brotar lágrimas de mis ojos a borbotones. Y me quede tiesa sin darme cuenta, que de improviso habían terminado los bombardeos. Reaccioné tarde, y con ello se me cayó el frasco al suelo que se rompió en pedazos, cuando escuché el vitoreo de los refugiados que se hallaban en el sótano, como anunciando que se había terminado la guerra al romperse la maldición.