viernes, 31 de diciembre de 2021

LA MÚSICA DE LOS MUERTOS

 

 



A una edad sonaba música como escafandras insertadas en la cabeza, todo el tiempo, como si transmitieran todas las nebulosas del espacio al mismo momento, bajo la sombra del anillo de Saturno como un alero. Esa música un día empezaba a bajar de volumen subrepticiamente como si tuviera miedo de ser escuchada. Cuando eso pasaba, uno dejaba de ser lo que en ese momento era. Pero no era el caso, ni de cerca, de la época en que escuchábamos la música de los muertos; eso es lo que decía Samiet, que los muertos hablaban a través de la melodía una vez que eran arrojados al espacio. Entonces la música sonaba como el anticipo o el anuncio de que alguien había muerto o como si repentinamente, ese sonido sonara al agua que cae lentamente como una lluvia y nos despierta del trance, del aletargamiento en el que habíamos caído como zoombies sin saberlo. Sin embargo, eso fue una manera de también hacernos acordar, que pese a todo estábamos vivos aun.

Donde vivíamos en aquel entonces era una enorme planta irregular de acero que se levantaba encima de una parte de la superficie del primero de los anillos de Saturno. Como los rayos del sol eran tan débiles se podía salir afuera del establecimiento sin ningún protector de los ojos porque el reflejo no quemaba los ojos, pero si teníamos que tener la boca bien tapada con una especie de metal con mezcla de un gas propio de la zona. Ya de chiquititos nos obligaban a usarlo. Una vez uno de los hijos de los guardias salió a la intemperie sin el cubrebocas; no volvió. Nunca nos enteramos que había pasado allí afuera. Lo único que alcance a escuchar detrás de una puerta fue que el jefe de los guardias, le dijo al padre y a la madre del niño: -Cuanto menos se enteren mejor es. Llegué a conocer todo el establecimiento en el que nos había tocado vivir apenas tenía pocos años y eso que no puedo decir que era gigantesco, apenas llegaba a cubrir menos de la centésima parte de la superficie total del anillo. Pero era una construcción completamente sólida, de metal y gas que pudiera ser compatible con los gases que poseían por naturaleza los anillos de Saturno: parecía haber empezado su construcción en el patio central, donde se reunía a la gente a través del llamado de una voz que cortaba los oídos como un cuchillo; todo lo demás que rodeaba al patio parecía más nuevo, pero alrededor del edificio central se hallaban otras construcciones, mucho más pequeñas, pero hechas del mismo material. Mucho tiempo después de la muerte del niño, supuse, mirando cómo se miran a cierta edad las cosas que se suponen que deben tener un nombre, que se habían construido celdas; es decir que eran prisiones. Nadie quiso escuchar que esas construcciones que parecían hangares eran en realidad celdas para prisioneros. Varios se me rieron en la cara, otros no dijeron nada. Mi padre me dijo, Aja, y me miro creo que con extrañeza, sin embargo, agrego como quien no desea ser escuchado: -No lo divulgues, cuando menos se enteren mejor es. Y me dejo sola pensando que podría haber allí dentro. Le conté mi sospecha a Samiet, mi mejor amigo por ese entonces. Él si me creyó. Entonces elaboramos un plan: entrar sin ser vistos a uno de los hangares. No estábamos seguros sí de entrar de día o de noche. No veíamos a nadie que vigilara la entrada en ningún momento. Estábamos carcomidos por la curiosidad, sin pensar que podría haber algún tipo de consecuencias. Quizás por la ansiedad que nos daba descubrir algo nuevo nos decidimos pronto a ingresar en ese espacio desconocido y prohibido. Fue fácil salir del ambiente en el cual se había asentado un hogar, que estaba constituido por mi padre, dos hermanos y yo, donde además vivía la comunidad Asiet 24 a pesar de que había una vigilancia extrema. Samiet estaba adelanta- do dos años más en aprendizaje tecnológico. Para él fue como un juego de niños desenmascarar los códigos que permitían el acceso a las puertas. Cuando estuvimos fuera del edificio corrimos hacia el lugar donde se hallaban los hangares que creíamos prisiones, sin dejar de correr y con la adrenalina al tope, llegamos hacia una puerta por la que entramos, una vez Samiet descifro el código de apertura de la puerta. Ingresamos y lo primero que vimos fue un pasillo que nos dirigía a otra puerta. La abrimos y caminamos bien hacia adentro de la construcción, atravesando varias puertas con insignias que nunca habíamos visto, hasta llegar a una sala grande, con ventanas a un costado, por lo menos había cinco ventanas circulares que daban a un espacio libre por el que mirando para arriba se veía el cielo repleto de nubes grisáceas en las que destellaban como puntos las estelas de la galaxia. Ese era nuestro habitual cielo. Pero, no sabíamos si fuera de la sala, en ese espacio libre, que tenía a un muro de piedra rocosa típica de la región, con protuberancias transparentes que se desdibujaban y se dibujaban a la vez en mil formas distintas, con ventanas hexagonales, quizás hubiera otro ambiente más. Así que sin pensarlo más nos adentramos, abrimos la puerta que también poseía códigos para poder abrirla y nos encontramos en el espacio libre donde se podía divisar el cielo sin problemas, una vez, que se alzara el cuello hacia el mismo. Sin embargo, en el espacio libre no había absolutamente nadie, excepto nosotros dos.
-¿Y qué te creías?-pregunto Samiet con un dejo de rabia en la voz-¿Qué íbamos a encontrar a humanos atados a cadenas de casi cien años de existencia o a enfermos postrados en literas cuidados por humanoides listos a precipitarse con una hilera de pócimas galácticas?¿O acaso pensabas que íbamos a encontrar maquinaria nueva o incluso seres de otras galaxias? -¡Pues no lo sé! ¡Solo sé que estamos aquí y que no nos ha costado entrar como si fuéramos miembros del grupo de cancerberos de la comunidad!-le conteste, un poco furiosa también porque no habíamos encontrado a nadie- ¿Acaso teníamos que encontrar algo o a alguien? Samiet se me acerco y me tomo del brazo, salimos rápido de allí. Al llegar a la puerta de entrada nos dimos cuenta de que se hallaba abierta, titubeamos y salimos. Afuera se encontraban dos guardias listos en posición de atacar. Una estrella refulgió con toda su intensidad resaltando todo el ambiente. -¿Qué hacen aquí? ¡Esto es propiedad privada! -¡Pensábamos que era de la comunidad, como todo lo que es de aquí!-le contesto Samiet en un acto de valentía. -¡Usted no está en condiciones de contestar, ni de preguntar! Nos tomaron a ambos de los brazos y nos llevaron hacia la sala donde se confinaba a los que por alguna razón osaban desafiar las estrictas normas que se delimitaban dentro de la comunidad. De Samiet me separaron. Me llevaron a otro lugar que no sabía que existía mismo dentro del edificio donde vivíamos. Me arrojaron sin ninguna contemplación a un ambiente minúsculo. Esto si era una celda. En el suelo había literas casi pegadas al piso, a un costado una columna que daba luz y una ventana de forma circular, pero por la que no se podía divisar nada. Una vieja con la piel como un papiro señaló un lugar y me dijo que me acostara allí. No se por qué obedecí. La vieja no se movió del lugar y me dijo: -Cuando menos se enteren, mejor es. -¿Qué es de lo que no debo enterarme? –Dime, muchacha. ¿Por qué has llegado hasta aquí? –Con un amigo ingresamos al espacio prohibido donde se encuentran los hangares. -¿Solo por eso? Es como un juego de niños. Tiene que haber algo más-me dijo la vieja mostrando la hilera de dientes amarillos al hablar. Me quede mirándola por unos segundos que resultaron ser una eternidad. No se me ocurría nada. Para mí la vieja hablaba en códigos ininteligibles o tal vez estuviese loca pensé. -¿Y usted cómo fue que termino acá?-contraataque atrevida. -¿Cuántos años tienes? -Adivine. –Trece años. –Usted es adivina, verdad? -No, no soy adivina. Solo tengo muchos años más que ti. –Pero no ha contestado a mi pregunta. –Quizás no fue el hecho en sí, sino de lo que te olvidaste al salir del edificio de la comunidad. ¡Creo que has perdido algo!¡Y los guardias lo han descubierto! -¿Entonces me quedare encerrada aquí dentro por muchos años como usted? -¿Y quién te ha dicho que hace mucho tiempo que permanezco aquí? Entonces, la vieja me miro con los ojos muy brillantes y dijo: -Cuando me encerraron hace un tiempo, a esta altura ya no recuerdo de qué lado de Saturno daba el sol. Debe ser porque estar siempre encerrada y hablando con una misma le hace a una perder los recuerdos. No importa ya. Te estaba diciendo que cuando me encerraron, no sé si por descuido de los guardias o si por protocolo no me quitaron las pertenencias. -¿Y entonces?-la interrumpí deseosa de que terminara de una vez con su historia. –Niña, la ansiedad nunca es buena. Bueno, proseguiré-la vieja se interrumpió y con sus manos huesudas saco algo del bolsillo de su túnica sin que yo pudiera ver realmente que era-Cuando salí del edificio de la comunidad ya estaba cansada de todo esto, sabes llega una edad en que te cansas de que las situaciones sean siempre iguales. Ya lo vas a entender. Por tanto, ese día pensé: soy ya grande como para estar viviendo siempre lo mismo, y bueno-abrió sus dos manos dejando ver el cubrebocas brilloso y gaseoso, el común que la comunidad nos obligaba a usar cada vez que nos exponíamos al aire enrarecido de Saturno. -¡Entonces es mentira! ¡No sirve para nada! ¿Acaso usted no tendría que estar muerta? No hubo tiempo de que contestara. La puerta se abrió y de inmediato dos guardias me tomaron por la fuerza y me sacaron de allí. Me tuvieron no sé cuánto tiempo frente al tribunal comunal contestando una y otra vez la misma clase de preguntas. Tuve suerte de salir viva de todo eso; mientras que otros no. Todo por poseer la suerte de que mi padre fuera pariente de uno de los integrantes del tribunal.

Pero eso fue hace mucho tiempo, en una época en que el vislumbrar la verdad decepciona tanto o más que la que se tiene desde la mirada de un adulto. Samiet ya no se encuentra más dentro de la comunidad Asiet 24. Tampoco tiene mucho sentido recordarlo ahora. Detrás de los cristales parecía que llovía, sobre el techo de los hangares gris metalizado, ese sonido que sonaba al agua que caía lentamente como una lluvia, que se ya no se escuchó más como si se hubiese cambiado de lugar o como si naciera otro tiempo u otra atmósfera menos pútrida, que por su misma luz no dejase escucharlo. O quizá fuera porque de un momento para el otro habían cambiado las reglas dentro de la comunidad Asiet 24.





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