lunes, 5 de diciembre de 2022

EL ENCUENTRO



Se sentó sin saber que decir. — ¿Trajiste las cosas?—le dijo el hombre tomando un sorbo de café. 
 —Sí, claro. ¿Acaso no me contactaron para ello? La mujer con el acné a flor de piel le paso la bolsa marrón. El hombre abrió sus ojos muy grandes. Tomo la bolsa marrón y con un gesto de prestidigitador la hizo desaparecer. 
 — ¿Trajo el documento? —Sí, pero no me gusta cómo me veo. Pero este o cualquier otro es lo mismo. —Da igual—le contesto el hombre y saco un scanner del bolsillo de su piloto gris. Lo paso por el frente del documento. Una luz roja se encendió y se apagó en un instante. 
 —Ahora está registrada. 
 — ¿Donde? ¿En la lista de Schindler? 
 —Algo parecido. 
 — ¿Pero cuando me va a llamar? 
 — ¿Quiere tomar algo? —le pregunto bruscamente cambiando el tema de la conversación— ¿Café, té o gaseosa? No es hora para un whiskey. 
 —Una gaseosa, el café me cae mal. El hombre hizo el típico gesto de llamar al mozo. 
El mozo llego corriendo como tratando de no perder a la clientela. El hombre pidió un café, una gaseosa de lima limón no sin antes preguntarle a la mujer si eso le parecía bien, y unas facturas rellenas. Cuando volvió el mozo con todo lo pedido la mujer, le pregunto:
 — ¡No me ha contestado!
 — ¡No me perturbe! El hombre tomo y comió con gusto, la mujer parecía que consumía por obligación, no por gusto.
 —Todavía tienen buen servicio en este lugar. 
 — ¿Ah, sí? No sabía. El hombre se la quedó mirando con curiosidad. Cuando estaba por terminar la última factura, el hombre llamó al mozo, pagó y le dijo que iba a hablar con Iván para reunirse los tres juntos. La mujer se levantó apurada y camino detrás de él como un perro. En la calle el hombre pidió un taxi, antes de subirse el hombre, le dijo: 
 — ¡Usted está muy flaca! La mujer en vez de contestarle se ruborizo y miro el alejarse del auto. Cuando regreso a su casa, colgó su bolso marrón un poco desgastado ya y se descalzo. Un miau enorme como el de un león la hizo conectarse con la realidad que vivía todos los días. 
 —Ya llegue Matita. Espera que te doy de comer. La mujer un poco cansina abrió la puerta de la alacena y saco un bolsita de nylon que tenía todavía comida para gatos. —Queda poco ya. La voy a tener que estirar—se dijo a sí misma en voz alta. 
 La mujer se quedó al lado de la gatita viéndola comer mientras observaba su documento. Le tapo los números de identificación, después las rayitas del código pero la imagen del documento seguía siendo la misma. En la imagen de la fotografía parecía casi una criminal, pensó ella. El rostro pálido, el pelo llovido más el saco gris mélange hacían la perfecta combinación de la marginalidad. En una de las paredes despintada había un reloj barato con su marco naranja, que todavía daba la hora; sobre la mesa un plato chico con dibujos de flores azules, en la otra punta de la mesa una máquina de coser vieja de acero, varios hilos de colores, un alfiletero lleno de alfileres con hilos cortados varios. En la silla había una pollera de raso rosa claro. Tenía que ponerse a arreglarla ya que para ello la habían contratado, pero ni ganas de levantarse y colocarse en la silla a trabajar. Muchas mujeres tenían hijos por la época, pero ella no encontraba la pareja estable, y la soledad hacia mella a veces, pero la gata había llegado sola, la había adoptado a ella una vez que tuvo a sus gatitos en el hueco del entretecho de la cocina. Le pasaba la comida, las croquetas para gatos, por la rendija que dejaban los vidrios del ventiluz subida a la mesada de mármol. Ella como buena madre partía a la mañana a buscarles comida a su cría y cuando volvía ellos maullaban mucho antes de que su madre llegara como anunciándole la bienvenida. Pero eso había sucedido hacia casi un año ya. Dejo a sus pensamientos a un lado, se sentó en la silla y tomo a la pollera. Con rapidez y con el oficio de años cosió el cierre invisible a la tela delicada. Satisfecha se levantó y fue a inspeccionar a la luz de la ventana. Con cierta sorpresa y nerviosismo exclamó un improperio. La pollera tenía una leve mancha muy cerca del cierre. Seguramente debía ser porque se había escapado algo del aceite de maquina con el que se solía aceitar a la maquinaria. Sin perder un minuto colocó bajo el grifo de agua a la parte de la pollera que tenía la mancha, le frotó el jabón y con cuidado se lo quitó bajo el grifo del agua. Mas aliviada la colocó en una silla cerca de la ventana abierta para que se secara. Sin embargo, al rato cuando fue a fijarse y con horror vio que la pequeña manchita había desaparecido, sí, pero que, sin embargo, un lamparón se había extendido desde la cintura hasta donde terminaba el cierre. Casi presa del pánico mojó de vuelta la parte de la pollera, le quito el agua con una toalla y la colocó otra vez sobre el respaldo de la silla. Cansada de los nervios fue hasta su cama y se arrojó contra ella. A los minutos sintió el cuerpecito de su gata al lado de ella.
Nunca salgo se decía a si misma; no me gustan las discotecas, ni los bares. No parezco una chica moderna. Agregaba suspirando: Soy antigua. No me pintarrajeo, no fumo, ni bailo rock and roll. Es cierto que estoy muy delgada. A veces me da vergüenza, pero es mi realidad. Pero el hecho de que la contactaran la había hecho sentirse especial. Quizás algún día se fuera y toda su soledad se terminara. Pero no sabía cuándo iría a suceder. El hombre con el que había hablado no le había precisado en que momento seria el próximo encuentro. Harta ya de su soliloquio fue a ver cómo estaba la pollera; horror otra vez y nerviosismo: el lamparón no solo no había desaparecido sino que se había extendido. Presa de los nervios arrojo la pollera en la pileta de la cocina y la lleno de agua. Con un suspiro la saco y suavemente comenzó a retorcerla con tanto cuidado como si fuera un bebe recién nacido. La tarea le llevo varios minutos en los que pensaba que se estaba jugando la vida, en cierta forma era cierto, tenía que cobrar el dinero por su trabajo, ¿y si le salía mal? Nunca se había encontrado con esa opción sin embargo, ahora la tenía delante de sus narices. Al fin, la colgó de vuelta sobre la silla mientras pensaba por que para algunos la vida era tan complicada y a la vez monótona. Se volvió a tirar sobre la cama con la colcha desvaída de tantos lavados hasta que vio que la pantalla de su celular refulgía del brillo. Todo indicaba que alguien la estaba llamando. Atendió no sin antes pensar quien podía ser ya que marcaba que era un número desconocido. ...