lunes, 7 de septiembre de 2015

El objeto

Mientras decidía que iba a hacer con el objeto que había encontrado a orillas de la playa,
un trozo de madera tallado cuya inscripción no podía  ver bien recordó que tenía que volver
pronto a su casa pues tenía que hacer las tareas de jardinería. Y las tareas de jardinería debían
hacerse una vez que bajara el sol y le llevaban bastante tiempo.
La mujer coloco el pedazo de madera en el bolso de playa y pensó que sin duda alguna era
muy extraño encontrar un objeto tallado a la orilla del mar que seguramente alguna persona
arrojó al mismo vaya a saber por qué. El trozo de madera tallado parecía no haber sido arroja-
do no hacía mucho al agua pues conservaba su forma rectangular parecida a una regla o a la
base de un sahumerio de madera. No era más que un pedazo de madera pero quizás, y tenía
una intuición que le abarcaba el corazón de que era un objeto con un origen sentimental. Bas-
taba con que llegara rápido a la casa para observarlo con sumo cuidado imaginándole una his-
toria.
Se sentó en la silla playera con el cuerpo relajado pero expectante a la vez una vez que hubo
hecho las tareas de jardinería. Pasó la mano por la base del fragmento de madera que tenía
la inscripción. ¿Quién sería la persona que lo tallo?¿Cuál sería el motivo del tallado en la ma-
dera y más aun el motivo por el cual arrojar el trozo de madera al mar? Se colocó los anteo-
jos para ver mejor el tallado del objeto. En la madera suavemente corroída por la sal del mar
encontró que el tallado estaba hecho en un idioma al que ella no conocía. Supó en ese instan-
te que tendría que investigar por algún lado, no sabía bien por donde.  Y fue así como Sara fue
atraída a viejas bibliotecas de la zona esperando hallar el significado para lo que era para ella 
en ese momento un jeroglífico. La curiosidad mató al gato decía el refrán y ella se estaba con-
virtiendo en un gato. Mientras gastaba su energía de vieja en libros cuyo idioma desconocía el
jeroglífico seguía sin ser desvelado. Provista de un apasionamiento que jamás pensó que tenía
no le era difícil encontrar los diccionarios de idiomas, algunos con sus respectivas tipografías.
El problema es que no encontraba la tipografía a la que correspondía el grabado del objeto.
Una tarde en la que se hallaba cansada de buscar y buscar en la biblioteca pequeña donde sin
embargo se encontraban los mejores libros, un hombre se acerco hasta ella y le dijo:
-Lo que estas buscando no lo vas a encontrar en ningún libro. Es un dialecto que ya no existe
más-El hombre callo y sin pedir permiso tomo el objeto de madera y acercándolo bien a sus
ojos le dijo:
-El desconocimiento produce fantasmas .¡Que frase! Nunca la escuché-concluyó y le dejó el
objeto de madera gastada sobre el libro que estaba hojeando. El hombre hizo un ademan de
saludo y la dejo sola con sus pensamientos.
No podía decirse a sí misma que se encontraba decepcionada por el resultado de su busque-
da. Al final había resultado ser un objeto con un significado filosófico en vez de sentimental
como había pensado ella.  El problema era que de pronto sentía como un vacio que le golpea-
ba el alma. Era demasiado grande como para taparlo con algo pensó. Jamás había hablado con
nadie de esas veces que había sentido el abismo. Quizás era hora de no desengañarse por más
que estuviera convencida de que su vida era más que un simple devenir de situaciones en las
que había tratado de ser lo mejor posible. Miro a su alrededor tratando de no sentir ese aguje-
ro que se parecía a un fantasma cuyo origen desconocía, pero el mobiliario bien ordenado  
y con olor a viejo la tranquilizó. ¿Qué hacia ella todavía sentada con el trozo de madera apoya-
do sobre un diccionario que ya no le servía? Al mirar de vuelta el trozo de madera con el signi-
ficado ya aclarado decidió que era hora de levantarse de allí, caminar hasta el mar y devolver
la pieza de madera al mismo. Quizás el objetivo que tenía el objeto era encontrar a otro busca-
dor para que le encontrara un sentido a su vida pensó.         


Deuda

-A ella le gustaba mirar televisión hasta las dos de la tarde en que apagaba la caja boba y hacia
la siesta hasta las cuatro de la tarde-dijo la muchacha del buzo negro con el pelo teñido de vio-
leta. Estaba sentada en el sillón de piernas cruzadas, eran casi las seis de la tarde y desde hacia
casi quince minutos hablaba sin interrumpirse en su discurso.
-Es que tenia que alcanzarla-dijo después de haberse sumido en un minuto de silencio del cual
pensé que iba a volver mas. Yo le pregunte en que tenía que alcanzarla.
Es que estaba lejos siempre- dijo la muchacha y miro hacia la ventana con gesto melancólico
como un querer irse del tiempo y del espacio.-Es que tenía que alcanzarla o mejor dicho, ha-
cer que me mire cuando estaba como en una nube, pero quien sabe si estaba en una nube o
en donde estaba . Cuando miraba la televisión sí que no estaba presente. Estaba como meti-
da dentro de la caja boba. Yo aprovechaba para darle el bifecito a mi gatito, el Michi. Creo
que tenía once o doce años.
-¿Por qué decís el bifecito?-me escuche decir y a la vez preguntarle algo que parecía intras-
cendente frente a todo el contexto que si era importante. La muchacha me miro con cierta
madurez como si tuviera más años de los que en realidad tenia. Se había pasado gran parte
de su vida enclavada, si ese era el termino que había utilizado, en un barrio del cual apenas
se identificaba o formaba parte de el, como si fuera una plantita de esas silvestres que cre-
ce en el fondo del jardín y al que nadie mira porque es común y corriente aunque sea visi-
ble.
-Dije bifecito porque era poca carne- lo dijo como restándole importancia a que seguramen-
se te había pasado la mayor parte de la adolescencia mal alimentada o como se categoriza-
ba ahora, subalimentada. Era extraño que ella estuviera ocupando un espacio que general-
mente ocupaba la clase media, pero la prueba de que estaba allí es que era una beneficia-
ria del estado. Alguna vez en la vida a los marginados les toca la suerte. “ Todo lo demás
son palabras” en las circunstancias que le tocan a la gente.
“Le ofrecí que hablara, y volvió a negarse, era la tercera vez que se negaba”, entonces le
 dije que tenía que hacerse cargo del espacio que estaba ocupando. Una chispa desafiante
relumbro entre sus ojos.
-“Yo se guiarme por las estrellas”-dijo y entonces la mirada se le hizo triste, de golpe. Com-
prendía que la chica se enfrentaba a un abismo tal como se pueden enfrentar los paracaidis-
tas cuando se les traba el botón y se ven enfrentados al vacio de estrellarse contra la super-
ficie. Yo analizaba hombres y mujeres con sus conflictos, revisaba las teorías aprendidas en
la facultad con ellos , y desmenuzaba el mundo que traían eran de locos, que el llanto y la
angustia ya no les servía para vivir en ese conglomerado de reglas al que habían sido arroja-
dos y tenían que construir todo de vuelta. Menuda tarea en la que me había metido en los
años de idealismo en que creíamos que podíamos cambiar al mundo, cuando tras mis es-
paldas aprendí que la voluntad del individuo es la que lo hace cambiar y nosotros solo so-
mos muletas. La muchacha” no va a venir, nunca creí realmente que viniera”, pero siempre
llegaba sobre la hora.
-¿Y entonces que conclusión se te ocurre con el termino estrella? Le pregunte esperando
que la resistencia bajara y quedara el inconsciente al desnudo a través de la palabra y me
la quede mirando con una sonrisa.
-Que mi mama era una estrella porque siempre estaba lejana para mí. La muchacha alzo la
cara, se limito a cambiar la posición de piernas cruzadas y pareció mirarme de vuelta desa-
fiante. Entonces con la voz fuerte hablo:
-Me dijo sentada en el sillón acodada en la ventana con la estufa a todo lo que daba para el
mes de septiembre. Me dijo que “ aunque yo no pudiera verla más” porque se iba a ir en
algún momento, que yo me levantara, que yo no era una negrita como nos habían hecho

creer. Me dijo que brillara.  
Los griegos creían que las estrellas eran pequeños agujeros por donde los
dioses escuchaban a los hombres. Una frase que le sonaba rebuscada a sus
oídos que había creído leerla en una revista de rock una tarde que seguramen-
te con pocas ganas de esperar en la sala del medico la había agarrado para
leer como afirmando quizás que la angustia del dictamen del medico le ponía
los pelos de punta.
No iba a contarle a nadie que iba a volver al médico. No quería preocuparlos.
Para qué? Su vida había transcurrido en una paz que un sauce que vive a la
orilla del agua solo puede tener y zas, de repente, sin ninguna explicación
apareció.
Le dijeron que tenía que tomarlo con naturalidad, que no había nada que en-
tender, que había que vivir igual como si no pasara nada. Y se resignó.
Ella no sabe si se dirige a las estrellas, ella que es humana los dioses la escu-
charán aunque no sea griega, ni sepa demasiado sobre los dioses del Olimpo.
A esta altura del partido no le importaba creer en los dioses griegos o en cual-
quier otro que se asociara al paganismo.
Ella que se había portado bien durante todo el transcurso de su vida, que había
ido a misa aun cuando se sentía mal o estaba engripada. El caso es que consi-
deraba que había hecho todo bien o como se solía decir: como Dios manda. Y
ahora el mismo Dios que había respetado la estaba ignorando. La estaba igno-
rando olímpicamente.
Ella no era un fantasma sentada en el colectivo que la llevaba a Villa Crespo.
Se había puesto la mejor ropa que tenía. Por supuesto de colores vivos. Ya
 tenía que bajarse.  Entro al edificio del consultorio del médico y le abrió la
secretaria con el traje almidonado que fue a sentarse rápidamente a su es-
critorio.
-El Dr Alvarez Ulloa la está esperando. Pase por favor-le dijo.
Entró. El médico la recibió con una sonora carcajada que le pareció adecuada.
-Siéntese, póngase cómoda-le dijo y saco una carpeta del cajón que supuso
que era la historia clínica.
-Bien, ¿Cómo se encuentra?-le dijo el médico y la miro con gesto alerta.
-No sé-le dijo y deseo levantarse e irse de allí-De verdad, no lo sé. Vio la cara
de estupefacción del médico.
-¿Cómo que no sabe cómo se siente?-le pregunto el médico.
-Y sí, a veces me pongo mal porque me doy cuenta de que estoy perdiendo los
días, y que tampoco puedo volver atrás.
-A veces el miedo nos hace sentir peor de lo que realmente nos sentimos-se
detuvo y pareció buscar algo en los bolsillos del saco.
- ¡Dios mío! Me parece que me los olvide!. La cara de la paciente era de asom-
bro.
- Ven, que tengo que explicarte algo.
El médico tomo a la paciente de la mano como una niña y la llevo a la camilla. 
-Dime, ¿Por qué quisiste que te agarrara la enfermedad?-le pregunto con voz
dulce.
A lo que la paciente contesto con voz de niña:
-Para purificarme.
-¿Para salir de lo oscuro?-pregunto con voz grave el médico.
 -Sí-contesto ella bajito.
-Entonces piensa en el cielo, recuéstate sobre alguna estrella y sueña- le dijo el
médico y desapareció de su vista.
Ella cerró los ojos, se relajo y la primera imagen que vino a su mente en blanco
fue un esqueleto negro. Sintió dolor y el esqueleto se transforma en ángel y   
vuela por un cielo. El cielo está lleno de nubes, ángeles, estrellas de mar, pie-
dras de todos los colores, estalactitas, luces y al fondo, unos ojos borrosos que
contemplan la escena con mirada penetrante y tranquila.
Los ojos borrosos le dicen que es hora de dejar salir lo oscuro de su ser,  inhala
y siente que una nube negra se despide hacia arriba de su cuerpo y la levedad
entra de golpe al mismo.
Abre los ojos, se incorpora y ve al médico que la observa tranquilo desde el es-
critorio.
-¿Está mejor?-le pregunta, se levanta y va hasta ella.
-Sí-le contesta ella comprendiendo de pronto que algo le paso, que no está
igual que cuando entró.
-Es la fe la que permite curar. Hágase los análisis dentro de tres meses y me
los trae. Pero tenga fe- y añadió levantando una de las cejas: no estamos en el
mundo para sufrir.
Ella no le contesta y asiente con la cabeza. El médico le abre la puerta y le dice
que los honorarios ya están contados en el cielo y a ella le parece lo más nor-

mal del mundo.