jueves, 10 de diciembre de 2015
lunes, 7 de septiembre de 2015
El objeto
Mientras decidía que iba a hacer con el objeto que había
encontrado a orillas de la playa,
un trozo de madera tallado cuya inscripción no podía ver bien recordó que tenía que volver
pronto a su casa pues tenía que hacer las tareas de
jardinería. Y las tareas de jardinería debían
hacerse una vez que bajara el sol y le llevaban bastante
tiempo.
La mujer coloco el pedazo de madera en el bolso de playa y
pensó que sin duda alguna era
muy extraño encontrar un objeto tallado a la orilla del mar
que seguramente alguna persona
arrojó al mismo vaya a saber por qué. El trozo de madera
tallado parecía no haber sido arroja-
do no hacía mucho al agua pues conservaba su forma
rectangular parecida a una regla o a la
base de un sahumerio de madera. No era más que un pedazo de
madera pero quizás, y tenía
una intuición que le abarcaba el corazón de que era un
objeto con un origen sentimental. Bas-
taba con que llegara rápido a la casa para observarlo con
sumo cuidado imaginándole una his-
toria.
Se sentó en la silla playera con el cuerpo relajado pero
expectante a la vez una vez que hubo
hecho las tareas de jardinería. Pasó la mano por la base del
fragmento de madera que tenía
la inscripción. ¿Quién sería la persona que lo tallo?¿Cuál sería
el motivo del tallado en la ma-
dera y más aun el motivo por el cual arrojar el trozo de
madera al mar? Se colocó los anteo-
jos para ver mejor el tallado del objeto. En la madera
suavemente corroída por la sal del mar
encontró que el tallado estaba hecho en un idioma al que
ella no conocía. Supó en ese instan-
te que tendría que investigar por algún lado, no sabía bien
por donde. Y fue así como Sara fue
atraída a viejas bibliotecas de la zona esperando hallar el
significado para lo que era para ella
en ese momento un jeroglífico. La curiosidad mató al gato
decía el refrán y ella se estaba con-
virtiendo en un gato. Mientras gastaba su energía de vieja
en libros cuyo idioma desconocía el
jeroglífico seguía sin ser desvelado. Provista de un
apasionamiento que jamás pensó que tenía
no le era difícil encontrar los diccionarios de idiomas,
algunos con sus respectivas tipografías.
El problema es que no encontraba la tipografía a la que
correspondía el grabado del objeto.
Una tarde en la que se hallaba cansada de buscar y buscar en
la biblioteca pequeña donde sin
embargo se encontraban los mejores libros, un hombre se
acerco hasta ella y le dijo:
-Lo que estas buscando no lo vas a encontrar en ningún
libro. Es un dialecto que ya no existe
más-El hombre callo y sin pedir permiso tomo el objeto de
madera y acercándolo bien a sus
ojos le dijo:
-El desconocimiento produce fantasmas .¡Que frase! Nunca la
escuché-concluyó y le dejó el
objeto de madera gastada sobre el libro que estaba hojeando.
El hombre hizo un ademan de
saludo y la dejo sola con sus pensamientos.
No podía decirse a sí misma que se encontraba decepcionada
por el resultado de su busque-
da. Al final había resultado ser un objeto con un
significado filosófico en vez de sentimental
como había pensado ella.
El problema era que de pronto sentía como un vacio que le golpea-
ba el alma. Era demasiado grande como para taparlo con algo pensó.
Jamás había hablado con
nadie de esas veces que había sentido el abismo. Quizás era
hora de no desengañarse por más
que estuviera convencida de que su vida era más que un
simple devenir de situaciones en las
que había tratado de ser lo mejor posible. Miro a su
alrededor tratando de no sentir ese aguje-
ro que se parecía a un fantasma cuyo origen desconocía, pero
el mobiliario bien ordenado
y con olor a viejo la tranquilizó. ¿Qué hacia ella todavía
sentada con el trozo de madera apoya-
do sobre un diccionario que ya no le servía? Al mirar de
vuelta el trozo de madera con el signi-
ficado ya aclarado decidió que era hora de levantarse de
allí, caminar hasta el mar y devolver
la pieza de madera al mismo. Quizás el objetivo que tenía el
objeto era encontrar a otro busca-
dor para que le encontrara un sentido a su vida pensó.
Deuda
-A ella le gustaba mirar televisión hasta las dos de la
tarde en que apagaba la caja boba y hacia
la siesta hasta las cuatro de la tarde-dijo la muchacha del
buzo negro con el pelo teñido de vio-
leta. Estaba sentada en el sillón de piernas cruzadas, eran
casi las seis de la tarde y desde hacia
casi quince minutos hablaba sin interrumpirse en su
discurso.
-Es que tenia que alcanzarla-dijo después de haberse sumido
en un minuto de silencio del cual
pensé que iba a volver mas. Yo le pregunte en que tenía que
alcanzarla.
Es que estaba lejos siempre- dijo la muchacha y miro hacia
la ventana con gesto melancólico
como un querer irse del tiempo y del espacio.-Es que tenía
que alcanzarla o mejor dicho, ha-
cer que me mire cuando estaba como en una nube, pero quien
sabe si estaba en una nube o
en donde estaba . Cuando miraba la televisión sí que no
estaba presente. Estaba como meti-
da dentro de la caja boba. Yo aprovechaba para darle el
bifecito a mi gatito, el Michi. Creo
que tenía once o doce años.
-¿Por qué decís el bifecito?-me escuche decir y a la vez
preguntarle algo que parecía intras-
cendente frente a todo el contexto que si era importante. La
muchacha me miro con cierta
madurez como si tuviera más años de los que en realidad
tenia. Se había pasado gran parte
de su vida enclavada, si ese era el termino que había
utilizado, en un barrio del cual apenas
se identificaba o formaba parte de el, como si fuera una
plantita de esas silvestres que cre-
ce en el fondo del jardín y al que nadie mira porque es
común y corriente aunque sea visi-
ble.
-Dije bifecito porque era poca carne- lo dijo como
restándole importancia a que seguramen-
se te había pasado la mayor parte de la adolescencia mal
alimentada o como se categoriza-
ba ahora, subalimentada. Era extraño que ella estuviera
ocupando un espacio que general-
mente ocupaba la clase media, pero la prueba de que estaba
allí es que era una beneficia-
ria del estado. Alguna vez en la vida a los marginados les
toca la suerte. “ Todo lo demás
son palabras” en las circunstancias que le tocan a la gente.
“Le ofrecí que hablara, y volvió a negarse, era la tercera
vez que se negaba”, entonces le
relumbro entre sus ojos.
-“Yo se guiarme por las estrellas”-dijo y entonces la mirada
se le hizo triste, de golpe. Com-
prendía que la chica se enfrentaba a un abismo tal como se
pueden enfrentar los paracaidis-
tas cuando se les traba el botón y se ven enfrentados al
vacio de estrellarse contra la super-
ficie. Yo analizaba hombres y mujeres con sus conflictos,
revisaba las teorías aprendidas en
la facultad con ellos , y desmenuzaba el mundo que traían
eran de locos, que el llanto y la
angustia ya no les servía para vivir en ese conglomerado de
reglas al que habían sido arroja-
dos y tenían que construir todo de vuelta. Menuda tarea en
la que me había metido en los
años de idealismo en que creíamos que podíamos cambiar al
mundo, cuando tras mis es-
paldas aprendí que la voluntad del individuo es la que lo
hace cambiar y nosotros solo so-
mos muletas. La muchacha” no va a venir, nunca creí
realmente que viniera”, pero siempre
llegaba sobre la hora.
-¿Y entonces que conclusión se te ocurre con el termino
estrella? Le pregunte esperando
que la resistencia bajara y quedara el inconsciente al
desnudo a través de la palabra y me
la quede mirando con una sonrisa.
-Que mi mama era una estrella porque siempre estaba lejana
para mí. La muchacha alzo la
cara, se limito a cambiar la posición de piernas cruzadas y
pareció mirarme de vuelta desa-
fiante. Entonces con la voz fuerte hablo:
-Me dijo sentada en el sillón acodada en la ventana con la
estufa a todo lo que daba para el
mes de septiembre. Me dijo que “ aunque yo no pudiera verla más”
porque se iba a ir en
algún momento, que yo me levantara, que yo no era una
negrita como nos habían hecho
creer. Me dijo que brillara.
Los griegos creían que las estrellas eran pequeños
agujeros por donde los
dioses escuchaban a los hombres. Una frase que le sonaba
rebuscada a sus
oídos que había creído leerla en una revista de rock una
tarde que seguramen-
te con pocas ganas de esperar en la sala del medico la
había agarrado para
leer como afirmando quizás que la angustia del dictamen
del medico le ponía
los pelos de punta.
No iba a contarle a nadie que iba a volver al médico. No quería
preocuparlos.
Para qué? Su vida había transcurrido en una paz que un sauce
que vive a la
orilla del agua solo puede tener y zas, de repente, sin
ninguna explicación
apareció.
Le dijeron que tenía que tomarlo con naturalidad, que no
había nada que en-
tender, que había que vivir igual como si no pasara nada.
Y se resignó.
Ella no sabe si se dirige a las estrellas, ella que es
humana los dioses la escu-
charán aunque no sea griega, ni sepa demasiado sobre los
dioses del Olimpo.
A esta altura del partido no le importaba creer en los
dioses griegos o en cual-
quier otro que se asociara al paganismo.
Ella que se había portado bien durante todo el transcurso
de su vida, que había
ido a misa aun cuando se sentía mal o estaba engripada.
El caso es que consi-
deraba que había hecho todo bien o como se solía decir:
como Dios manda. Y
ahora el mismo Dios que había respetado la estaba
ignorando. La estaba igno-
rando olímpicamente.
Ella no era un fantasma sentada en el colectivo que la
llevaba a Villa Crespo.
Se había puesto la mejor ropa que tenía. Por supuesto de
colores vivos. Ya
tenía que bajarse. Entro al edificio del consultorio del médico y
le abrió la
secretaria con el traje almidonado que fue a sentarse rápidamente
a su es-
critorio.
-El Dr Alvarez Ulloa la está esperando. Pase por favor-le
dijo.
Entró. El médico la recibió con una sonora carcajada que
le pareció adecuada.
-Siéntese, póngase cómoda-le dijo y saco una carpeta del
cajón que supuso
que era la historia clínica.
-Bien, ¿Cómo se encuentra?-le dijo el médico y la miro
con gesto alerta.
-No sé-le dijo y deseo levantarse e irse de allí-De verdad,
no lo sé. Vio la cara
de estupefacción del médico.
-¿Cómo que no sabe cómo se siente?-le pregunto el médico.
-Y sí, a veces me pongo mal porque me doy cuenta de que
estoy perdiendo los
días, y que tampoco puedo volver atrás.
-A veces el miedo nos hace sentir peor de lo que
realmente nos sentimos-se
detuvo y pareció buscar algo en los bolsillos del saco.
- ¡Dios mío! Me parece que me los olvide!. La cara de la
paciente era de asom-
bro.
- Ven, que tengo que explicarte algo.
El médico tomo a la paciente de la mano como una niña y
la llevo a la camilla.
-Dime, ¿Por qué quisiste que te agarrara la
enfermedad?-le pregunto con voz
dulce.
A lo que la paciente contesto con voz de niña:
-Para purificarme.
-¿Para salir de lo oscuro?-pregunto con voz grave el médico.
-Sí-contesto ella bajito.
-Entonces piensa en el cielo, recuéstate sobre alguna
estrella y sueña- le dijo el
médico y desapareció de su vista.
Ella cerró los ojos, se relajo y la primera imagen que
vino a su mente en blanco
fue un esqueleto negro. Sintió dolor y el esqueleto se
transforma en ángel y
vuela por un cielo. El cielo está lleno de nubes, ángeles,
estrellas de mar, pie-
dras de todos los colores, estalactitas, luces y al
fondo, unos ojos borrosos que
contemplan la escena con mirada penetrante y tranquila.
Los ojos borrosos le dicen que es hora de dejar salir lo
oscuro de su ser, inhala
y siente que una nube negra se despide hacia arriba de su
cuerpo y la levedad
entra de golpe al mismo.
Abre los ojos, se incorpora y ve al médico que la observa
tranquilo desde el es-
critorio.
-¿Está mejor?-le pregunta, se levanta y va hasta ella.
-Sí-le contesta ella comprendiendo de pronto que algo le
paso, que no está
igual que cuando entró.
-Es la fe la que permite curar. Hágase los análisis
dentro de tres meses y me
los trae. Pero tenga fe- y añadió levantando una de las
cejas: no estamos en el
mundo para sufrir.
Ella no le contesta y asiente con la cabeza. El médico le
abre la puerta y le dice
que los honorarios ya están contados en el cielo y a ella
le parece lo más nor-
mal del mundo.
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