lunes, 5 de diciembre de 2022

EL ENCUENTRO



Se sentó sin saber que decir. — ¿Trajiste las cosas?—le dijo el hombre tomando un sorbo de café. 
 —Sí, claro. ¿Acaso no me contactaron para ello? La mujer con el acné a flor de piel le paso la bolsa marrón. El hombre abrió sus ojos muy grandes. Tomo la bolsa marrón y con un gesto de prestidigitador la hizo desaparecer. 
 — ¿Trajo el documento? —Sí, pero no me gusta cómo me veo. Pero este o cualquier otro es lo mismo. —Da igual—le contesto el hombre y saco un scanner del bolsillo de su piloto gris. Lo paso por el frente del documento. Una luz roja se encendió y se apagó en un instante. 
 —Ahora está registrada. 
 — ¿Donde? ¿En la lista de Schindler? 
 —Algo parecido. 
 — ¿Pero cuando me va a llamar? 
 — ¿Quiere tomar algo? —le pregunto bruscamente cambiando el tema de la conversación— ¿Café, té o gaseosa? No es hora para un whiskey. 
 —Una gaseosa, el café me cae mal. El hombre hizo el típico gesto de llamar al mozo. 
El mozo llego corriendo como tratando de no perder a la clientela. El hombre pidió un café, una gaseosa de lima limón no sin antes preguntarle a la mujer si eso le parecía bien, y unas facturas rellenas. Cuando volvió el mozo con todo lo pedido la mujer, le pregunto:
 — ¡No me ha contestado!
 — ¡No me perturbe! El hombre tomo y comió con gusto, la mujer parecía que consumía por obligación, no por gusto.
 —Todavía tienen buen servicio en este lugar. 
 — ¿Ah, sí? No sabía. El hombre se la quedó mirando con curiosidad. Cuando estaba por terminar la última factura, el hombre llamó al mozo, pagó y le dijo que iba a hablar con Iván para reunirse los tres juntos. La mujer se levantó apurada y camino detrás de él como un perro. En la calle el hombre pidió un taxi, antes de subirse el hombre, le dijo: 
 — ¡Usted está muy flaca! La mujer en vez de contestarle se ruborizo y miro el alejarse del auto. Cuando regreso a su casa, colgó su bolso marrón un poco desgastado ya y se descalzo. Un miau enorme como el de un león la hizo conectarse con la realidad que vivía todos los días. 
 —Ya llegue Matita. Espera que te doy de comer. La mujer un poco cansina abrió la puerta de la alacena y saco un bolsita de nylon que tenía todavía comida para gatos. —Queda poco ya. La voy a tener que estirar—se dijo a sí misma en voz alta. 
 La mujer se quedó al lado de la gatita viéndola comer mientras observaba su documento. Le tapo los números de identificación, después las rayitas del código pero la imagen del documento seguía siendo la misma. En la imagen de la fotografía parecía casi una criminal, pensó ella. El rostro pálido, el pelo llovido más el saco gris mélange hacían la perfecta combinación de la marginalidad. En una de las paredes despintada había un reloj barato con su marco naranja, que todavía daba la hora; sobre la mesa un plato chico con dibujos de flores azules, en la otra punta de la mesa una máquina de coser vieja de acero, varios hilos de colores, un alfiletero lleno de alfileres con hilos cortados varios. En la silla había una pollera de raso rosa claro. Tenía que ponerse a arreglarla ya que para ello la habían contratado, pero ni ganas de levantarse y colocarse en la silla a trabajar. Muchas mujeres tenían hijos por la época, pero ella no encontraba la pareja estable, y la soledad hacia mella a veces, pero la gata había llegado sola, la había adoptado a ella una vez que tuvo a sus gatitos en el hueco del entretecho de la cocina. Le pasaba la comida, las croquetas para gatos, por la rendija que dejaban los vidrios del ventiluz subida a la mesada de mármol. Ella como buena madre partía a la mañana a buscarles comida a su cría y cuando volvía ellos maullaban mucho antes de que su madre llegara como anunciándole la bienvenida. Pero eso había sucedido hacia casi un año ya. Dejo a sus pensamientos a un lado, se sentó en la silla y tomo a la pollera. Con rapidez y con el oficio de años cosió el cierre invisible a la tela delicada. Satisfecha se levantó y fue a inspeccionar a la luz de la ventana. Con cierta sorpresa y nerviosismo exclamó un improperio. La pollera tenía una leve mancha muy cerca del cierre. Seguramente debía ser porque se había escapado algo del aceite de maquina con el que se solía aceitar a la maquinaria. Sin perder un minuto colocó bajo el grifo de agua a la parte de la pollera que tenía la mancha, le frotó el jabón y con cuidado se lo quitó bajo el grifo del agua. Mas aliviada la colocó en una silla cerca de la ventana abierta para que se secara. Sin embargo, al rato cuando fue a fijarse y con horror vio que la pequeña manchita había desaparecido, sí, pero que, sin embargo, un lamparón se había extendido desde la cintura hasta donde terminaba el cierre. Casi presa del pánico mojó de vuelta la parte de la pollera, le quito el agua con una toalla y la colocó otra vez sobre el respaldo de la silla. Cansada de los nervios fue hasta su cama y se arrojó contra ella. A los minutos sintió el cuerpecito de su gata al lado de ella.
Nunca salgo se decía a si misma; no me gustan las discotecas, ni los bares. No parezco una chica moderna. Agregaba suspirando: Soy antigua. No me pintarrajeo, no fumo, ni bailo rock and roll. Es cierto que estoy muy delgada. A veces me da vergüenza, pero es mi realidad. Pero el hecho de que la contactaran la había hecho sentirse especial. Quizás algún día se fuera y toda su soledad se terminara. Pero no sabía cuándo iría a suceder. El hombre con el que había hablado no le había precisado en que momento seria el próximo encuentro. Harta ya de su soliloquio fue a ver cómo estaba la pollera; horror otra vez y nerviosismo: el lamparón no solo no había desaparecido sino que se había extendido. Presa de los nervios arrojo la pollera en la pileta de la cocina y la lleno de agua. Con un suspiro la saco y suavemente comenzó a retorcerla con tanto cuidado como si fuera un bebe recién nacido. La tarea le llevo varios minutos en los que pensaba que se estaba jugando la vida, en cierta forma era cierto, tenía que cobrar el dinero por su trabajo, ¿y si le salía mal? Nunca se había encontrado con esa opción sin embargo, ahora la tenía delante de sus narices. Al fin, la colgó de vuelta sobre la silla mientras pensaba por que para algunos la vida era tan complicada y a la vez monótona. Se volvió a tirar sobre la cama con la colcha desvaída de tantos lavados hasta que vio que la pantalla de su celular refulgía del brillo. Todo indicaba que alguien la estaba llamando. Atendió no sin antes pensar quien podía ser ya que marcaba que era un número desconocido. ...


martes, 17 de mayo de 2022

LA PIEDRA



Levantaron como si no fuera nada, una vez que la fina lluvia de granizo dejo la superficie para una estructura que sirviera de base para erigir otro edificio. Parecía un enorme rombo, con brillo por demás y en un abrir y cerrar de ojos, los habitantes ya se encontraban dentro de ella. De cuando en cuando, abrían sin que nadie se diese cuenta las ventanas enormes hechas de un metal tornasol, el viento entraba y se llevaba lo que no tuviera armonía, no importaba que esto fuese la túnica o los elementos de simple uso en el hall central. Los mayores se quedaban dentro de sus compartimentos olvidando por primera vez las enormes bolsas verdes y acuosas hogar simbiótico del cual habían provenido. Los más jóvenes se desafiaban a ver quién podía resistir sin ser llevado por la gran corriente al espacio. Se apoyaban con sus cuerpos en las columnas como si estas fueran mástiles, pero sin bandera alguna, y gritaban a medida, que el viento casi huracanado revolvía los aires y las energías. Gritaban: -¡A ver quién es el más fuerte! Los más jóvenes llegaban cansados y entusiastas a sus hogares con las mejillas arreboladas y los músculos extenuados de forzar el cuerpo. Descansaban como seres angelicales después de engullir amplias píldoras vitaminizadoras y recordaban una vez ya acostados en sus catres las palabras de sus padres: ¡Ahora ya no hay tiempo para quejarse de lo hecho! Y creían que el viento que escuchaban con sus quejidos atronadores también los visitaba a ellos en los sueños. Mientras tanto las figuras de dos hombres en el hall central se alzaban como dos figuras estáticas que hacían juego con las columnas. Ya había terminado el viento furioso. La mayoría se encontraba en el gran sueño. Pero sus bocas hablaban. –No pueden irse. No ahora. No es tiempo. -¿Cómo lo sabes? ¡A mí nadie me alerto de nada! -Estoy la mayor parte del tiempo escuchando sin ser visto las conversaciones entre los hombres cuando estos se reúnen a pasar el tiempo. -¿Pero eso significa la insurrección al mando oficial? -Esto ya ha sucedido antes. ¿Por qué piensa que actúan como robots sino lo son? -La libertad aquí se ha perdido hace rato. Claro que siempre surgen anomalías en el comportamiento. Por ello es que hay ciertas nociones que desconocen. Las descono-cen porque es peligroso para el funcionamiento del sistema. –Es verdad, a veces sucede la insubordinación que es como la semilla que nace. –Acuérdese que aquí las semillas son todas artificiales. Ninguna es natural. -¿Cree usted que en el fondo son tontos? Hubieran no permitido los tiempos de descanso. El descanso les permite pensar. Ahora es demasiado tarde para parar la germinación de las semillas rebeldes. –Usted no entiende que los descansos se hicieron para que produzcan más y eficientemente. No es demasiado tarde para terminar con la germinación. Me pregunto cuando sucederá el hecho temido. –Nos enteraremos por las cámaras. –Alertaremos a las fuerzas de mando cuando el hecho se produzca, no antes. –Como usted ordene, Sr Oriux. –Manténgame informado de cualquier contratiempo. La vista y el ojo humano son distintos a los de los androides. El uniformado que recibía ordenes movió la cabeza asintiendo. Ambos hombres se escabulleron como criaturas invisibles en caminos distintos. Las Chlorophytas transparentes que descendían como una cortina difusa y brillante inundaban la superficie artificial donde se asentaba la base del segundo edificio de la comunidad Asiet24. El lento estancamiento del clima había sucedido hace rato, sin embargo, los trabajadores ya cansados de tanta parsimonia en su labor, descansaban hablando de utopías, como para desatarse de la esclavitud, a la que una vez por todas habían despertado. -¡Devolvedme el instrumento!-le grito uno. -¡Yo no lo tengo!-le respondió el incriminado. -¡Mejor será que me la devuelvas! -¡No permitiré que nadie me humille! -¡Cállate la boca! Irritados los dos hombres se agarraron a los golpes. Los otros hombres que se hallaban allí se pusieron a vitorear. La sirena de alerta no sonó, en cambio sonó como un rutilar de viento, y en ese viento lento, sombrío y continuo, que atravesaba la amplia área de trabajo de implantación de semillas artificiales, se veían los grandes ojos de la lente que todo lo ve, que miraban hacia un lado y hacia otro, mientras el grupo de hombres seguía insertado en una ola de violencia. El jefe de seguridad entró al área rodeado de oficiales provistos de la mancuerna eléc-trica. Un instante después ráfagas de electricidad azul se difuminaron en el recinto haciendo que el ojo de la cámara girara a toda velocidad en ciento ochenta grados. Allá quedó el impulso de la violencia retardado por el accionar de las fuerzas y todos los trabajadores aturdidos miraban a su alrededor como tratando de volver a la anterior normalidad: la vieja somnolencia del trabajo diario. -¡Si alguno de ustedes se atreve a rebelarse otra vez mejor que lo piense! Ninguno de ellos habló. –Va a ser fácil apuntarles-dijo uno de los oficiales. El hombre que había acusado al otro se encontraba tirado en el suelo se movió tratando de incorporarse. -¿Qué crees que estás haciendo?-le increpó el oficial que se encontraba más cerca. -¡Ahora se van a levantar todos y van a retomar las tareas que estaban realizando! ¡Arriba todos!-les dijo el jefe de oficiales.
Y se volvió con una sonrisa confiada hacia el resto de los oficiales que observaban la escena casi como espectadores.
La puerta de metal se hallaba cerrada. No había nadie más dentro de la habitación que pertenecía al jefe de la comunidad, que Oriux y el jefe de los oficiales. Ambos permanecían de pie como si lo de lo que estaban hablando fuera demasiado importante como para permanecer cómodamente sentados. Un polvillo de motas doradas se inmiscuía en el aire como imitando el refulgir de las estrellas del cielo.
–Escucha bien lo que te voy a decir-le dijo Oriux al jefe de oficiales, que se hallaba enfrente de él con gesto adusto-lo que sucedió fue lo que tenía que suceder. Espero que no se vuelva a repetir para el bien de toda la comunidad. ¿Tiene idea de lo que costo levantar el segundo edificio? No fueron solo maquinas las que trabajaron para erigir la base. –Es lo que se decía por atrás en un tiempo, señor. –Fue lo que tenía que suceder. A veces un grupo tiene que sacrificarse por otro.
-¿Adonde fueron a parar los muertos, es decir los que trabajaron como esclavos y sin paga alguna, sin beneficio alguno, para que el resto de los habitantes de la comunidad pudiesen tener otras viviendas? -Eso no se discute. ¿Acaso usted no lee entre líneas? -Creo que fueron mártires. –Claro, fueron mártires. Siempre en alguna época eso sucede. Algunos se sacrifican por otros. –Pero lo que se dice es que- el jefe de la comunidad lo interrumpió: -¡Lo que se dice no es verdad! -¡Lo que dicen es que realmente no fueron verdaderos mártires justamente porque no sabían a que causa defendían! -¿Qué esta diciendo? ¡Está ofendiendo la lealtad a la que pertenecemos todos los habitantes de esta comunidad! -¡Solo estoy diciendo lo que se dijo hace un tiempo! ¡Hay muchas cosas que no me gustan de la comunidad! -¡Esos chiflados no saben nada! ¡No tienen ni idea de lo que se trata una verdadera comunidad y de lo que significa pertenecer a ella! ¡Usted con lo que dice se está pa-reciendo a los insurrectos! ¡Debería darle vergüenza! ¡Váyase! ¡Ojala que el viento frio y destemplado de la atmósfera de Saturno lo obligue a cambiar de ideas!
-Como usted ordene, Señor Oriux.
La voz del androide a través del parlante trastabillo: -¡Vayan a la zona del hangar de germinación de semillas!¡No hay tiempo que perder! -¿Qué está pasando? ¡Nosotros no obedecemos a la orden de un androide! -¡Es ridículo!¡Nadie le hará caso! La luz fugaz de una estrella alumbrando el interior del hall central hizo que las caras de los que estaban allí resultasen grotescas; un color mortecino las iluminaba para luego desaparecer. –Ah-exclamó el hombre apoyado contra una de las columnas-indudablemente está sucediendo algo raro. -¡Ves!¡Nadie se movió de su lugar! -¡Es porque nadie les cree!¡Las conjeturas dieron lugar a la aseveración! ¡Hubo muchos muertos y nadie dijo, ni siquiera ellos, cual fue la razón! El grito de uno de los que se encontraba allí alteró el orden de la atmosfera del hall central. Algunos se volvieron hacia la ventana. Enseguida los rostros cambiaron de la tranquilidad al asombro del terror. Si, allí estaba la piedra, en el firmamento que alumbraba a la comunidad Asiet24, que daba vueltas como un eterno circular que tenía pegado una figura grotesca; un hombre vestido con el traje metálico que pertenecía al jefe de la comunidad. 
-¡Increíble!-exclamé al oír la historia que contaba el amigo de mi padre-No puedo olvidarme de lo que decían los más grandes, que durante un tiempo circuló la leyenda del hombre petrificado, como hielo pegado a la piedra que daba vueltas en un eterno circular. –Sí, Rodhyna. La leyenda era verdad. He vivido bastante tiempo como para saber que el accionar perverso de la autoridad contra la comunidad también se paga. –Señor Stiux, usted como técnico en cámaras de vigilancia pudo ver todo el acontecer desde el motín hasta la piedra de la que colgaba el jefe de la comunidad. Pero, ¿no vio el lente de la cámara quienes lo pegaron a la piedra? -Eso misteriosamente no se vio. Nadie sabe por qué. De pie, observaron el firmamento límpido de estrellas y piedras que parecía decirles la omnipresencia de algo mayor a lo que conocían.


                                                           




miércoles, 27 de abril de 2022

LA LENTE



Pero la idea de que había una vigilancia extrema en el anillo de Saturno no había dejado de rondarme en la cabeza, y tuve la ocasión de presenciar una situación extraña. En una pequeña cámara en el tercer piso del edificio de la comunidad provista de la piedra parda característica de la superficie gaseosa del anillo de Saturno, nos encontrábamos el jefe principal, el director de las tropas de seguridad, mi padre y yo de manera un tanto polizona oficiaba de espectadora mientras se movía por la habi- tación el jefe principal examinando lo que había arriba de la mesa sin soporte. El di-rector de las tropas de seguridad se encontraba un tanto nervioso, quizá por la pre-sencia de una menor en el lugar. Pero digamos que eso no importa ahora sino la si-tuacion. Todo lo que había allí para mí era nuevo. No era el sitio más importante en el que había estado, y tampoco me había preguntado el porqué de estar ahí, hay situa-ciones que una no tiene manera de influir, ni que hubiera dioses a quien pedir en la comunidad Asiet24. Esa era una visión que se había tenido hacia miles de años, y que había provocado guerras y desunión en los ancestros humanos. Eso sí sabíamos, eso nos habían permitido conocer. Las formas o los ritos, no. Entonces, me encontraba allí observando todo: la mesa, los objetos que no sabía para que se utilizaban, un gran armario que parecía empotrado a la pared, de un tono metálico tan intenso que hacia un resplandor en la pupila nuestra y se reflejaba en la misma. Lo único que no podía decir con certeza es que era lo que estaba escribiendo sobre el computador invisible el jefe de la comunidad. Según la mirada que tenía se podía deducir que no era algo que le provocase ira o enojo. Quizás estuviese dictando algún edicto de importancia para el funcionamiento de la comunidad. De repente, la voz clara y autoritaria del jefe de la comunidad habló: -Ya está todo arreglado. -¿Entonces se eliminará el trabajo del plantel?-pregunto el director de las tropas de seguridad. El jefe lo miro como preguntándole que era lo que no entendía. -¡Todo está arreglado!-lo escuche decir a mi padre con cierto contento. –Claro, que sí. Era de esperarse-dijo el jefe de la comunidad. Para ser justa tengo que decir que toda la conversación la encontraba un poco rara. Era obvio que no estaba enterada del todo de lo que estaba pasando. -¿Cuánto cree que durara la situación?-le pregunto el director de las tropas de seguridad.                           –Eso no es factible de prever. –Como todas las conductas humanas-acoto mi padre moviendo la cabeza en signo afirmativo.
En un momento dado creía que el jefe de la comunidad me estaba mirando a mí y su mirada me ponía nerviosa. Pero tras una inspección más detenida me di cuenta de que era simplemente una mirada vacía, reveladora de reflexión más que de visión, una mirada que hace las cosas invisibles, que no las deja penetrar y que por ello podía poner nerviosa a una muchacha joven. -¡Pero usted no estará allá!-dijo de improviso el director de las tropas de seguridad. -¿Qué me quiere decir?-le pregunto el jefe de la comunidad con los ojos entrecerrados. -¡Aquí abajo estamos nosotros!¿Pero allá arriba quien mira? El jefe de la comunidad se lo quedo contemplando como quien mira a un ser de otra galaxia. Hasta que dijo: -Apenas puedo imaginarme lo que está sucediendo aquí como para que piense en lo que podría suceder arriba. –Tiene usted razón. -¿Entonces ya podemos retirarnos?-pregunto mi padre. –Pues, claro que sí. Ya están dadas las órdenes. Rápidamente nos retiramos del lugar. Cuando llegamos al hall principal después de pasar por un túnel corredizo cada uno tomo su rumbo. Quería preguntarle muchas cosas a mi padre, pero sabía que por la edad no podía meterme en los asuntos de la comunidad, ni hacer preguntas indebidas. Sin embargo, a pesar de lo que me digo a mi misma, deduzco que, si es preciso vigilar a todos, a cada uno de los integrantes de la comunidad debería ser vigilado todas las horas de todos los días. Cualquier cosa que no sea una vigilancia constante no sería una vigilancia. ¿Y qué era eso de allá arriba que mira? ¿Era de suponerse que estábamos vigilados por algo que estaba allá arriba? Era inútil seguir preguntándose sobre algo de lo que en realidad no se tenía mucha idea. La vida se había vuelto tan drásticamente rápida que fui capaz de ver cosas que antes escapaban a mi atención. La trayectoria de la luz que pasaba por la ventana transpa- rente y dejaba ver a la caída de las Chlorophytas, y la forma en que la luz llegaba a ciertas horas iluminando de luz al hall central hizo que comprendiera nuevas ideas de las que no estaba segura a ciencia cierta de ellas.







martes, 29 de marzo de 2022

EL MIRAR

No recuerdo muy bien cuando pasó lo de la estación climática que se convirtió en estática; recuerdo que las Chlorophytas siempre se desvanecían plateadas, pero ellas no cambiaban en su forma como si el hecho de cambiar el estado de la atmosfera del espacio no pareciera inmutarlas en lo más mínimo. Sin embargo, las personas que convivían en la comunidad Asiet24 si parecieron cambiar lentamente a medida que la atmósfera repetía su estación. Alteró a grandes y a chicos, nadie fue inmune. Estábamos en el columpio, después de la clase impartida de ciencia, algunos leían la pantalla donde se destacaban los adelantos de la comunidad en tecnología; otros permanecían silenciosos, quizás pensando cosas que no se podían decir. Aquel día el compañero de clases más fornido se hallaba practicando en la palestra los ejercicios de rutina, cuando de repente saltó y cayó muy cerca, casi rozando el cuerpo de otro compañero. No sé cómo sucedió, pero de inmediato se lanzaron en una pelea agresiva, el resto de la clase se agolpó como en una multitud que ve un espectáculo raro en un día normal. No recuerdo cuanto duro la pelea. Pero, como las cámaras captaron el hecho, raudos surgieron dos guardias que rápidamente separaron a los dos mucha- chos. -¡Fuiste vos!-le grito el más pequeño de talla al más grande. -¡No lo hice a propósito! -¡Vos no venís del mismo lugar que nosotros! ¡Es obvio que lo hiciste a propósito! ¡Tus padres vinieron de otro lugar distinto al nuestro!                                                              Un grupo de la clase comenzó a gritar como tomando partido de lo que decía el muchacho. -¡Cálmense!¡Las cámaras captaron todo!¡¡El magistrado de la justicia dictaminará quien fue el culpable! Se los llevaron a los dos. El magistrado de la justicia determinó que había sido un des-cuido del chico más grande al no tomar en cuenta que iría a caer demasiado cerca del otro chico. Ninguno fue justiciado. Sin embargo, la reyerta siguió como cuando se inicia una peste y nunca termina. Yo miraba la pantalla de la clase como quien mira un elemento demasiado conocido, cuando algo brillo velozmente delante de mis pupilas. El chico fornido que se encontraba delante mío se dio vuelta visiblemente molesto. -¿Fuiste vos? -¿Qué? -¡Mira!-me mostró un elemento metálico y puntiagudo que tenía en su punta un hilo de la chaqueta que llevaba puesta-¡Alguien fue!-dijo y miro a su alrededor con los ojos entrecerrados como si pudiera adivinar la procedencia del elemento cortante. -¡Yo no fui te dije! -¡Te creo! ¡Seguro que fue Lomir!¡Debe estar enojado conmigo por lo que sucedió en el parque! -¿Por qué no le dices al instructor? -No tengo pruebas de que haya sido él el que arrojo la pieza de metal.Lomir se encontraba en su asiento inmóvil como un guardia al que llaman para custodiar la comunidad. Pero me pareció que un brillo malsano emergía de sus ojos como un rayo fugaz. Llyam volvió a prestar atención al documental que teníamos que analizar y pareció olvidarse del incidente. Recordaba que cuando la estación climática siguió en sus manifestaciones como si se olvidara que en Saturno no había prisas y afanes, quizás olvidando que aun sus habitantes eran humanos, aunque a veces estos renegasen de serlo, las conductas de los habitantes se transformaron sin saber nadie por qué. La pequeña nave que nos llevó al otro lado del anillo de Saturno se complacía en moverse de un lado a otro. Apenas salimos, todos provistos con escafandras, se notó la densidad de la atmósfera. Pero eso no impidió la alegría propia de que estábamos yendo a una aventura. Mirábamos encantados el firmamento de un color indescriptible y asombrados de que no cayeran Chlorophytas en esa área que no nos percatamos de que Lomir tenía una mirada brillante y extraña que le trastocaba el rostro de una forma singular, como si no fuera humano. La nave que nos transportó desapareció presta como un rayo veloz y nos quedamos solos en la otra área desconocida del anillo de Saturno. -¿Dónde tenemos que ir?-pregunto Llyam como el típico líder de la clase. -¡Sigamos caminando entre este estado gaseoso que es muy divertido!-dijo uno de los muchachos. -¡Justo tenías que hablar vos!-saltó Lomir. La mirada le brillaba como una pieza afilada de metal. –Mirad, chicos-con una mano extendida hacia abajo uno de los compañeros indicaba-una Chlorophyta muerta. -¡Varias!-dijo una de las chicas-¡son como un colchón en un estado gaseoso! Todos habíamos mirado con asombro el lugar desconocido, pero a la vez atrapante. De repente, una Chlorophyta cayó encima de una mejilla de Lomir como un meteorito insospechado. Pegó el grito. -¡Fuiste vos otra vez!-le reclamó a Llyam. -¡No es cierto!¡Cayó del cielo! -¡Deja de acusarlo! ¡Cayó del cielo!-le dijo una de las muchachas más inteligentes de la clase. -¿Quién te llamó a meterte?-le dijo Lomir. -¡Vos no me vas a decir lo que tengo que pensar!-se defendió la muchacha. -¡Vos tampoco me vas a hacer creer que la Chlorophyta cayó del firmamento sino caen aquí, en este lugar!¡Están todas muertas! Todos nos encontrábamos observando la reyerta como si hubiésemos olvidado para que estábamos en esa área de Saturno. Llyam giro la cabeza dos veces como demostrando que estaba en contra de lo que estaba sucediendo y enfiló hacia el norte alejándose de nosotros. Entonces, sucedió lo peor: Lomir como si estuviera preso de algún ente negativo se arrojó sobre Llyam. Lo único que vi fue un par de piernas que revoleaban en el aire gaseoso y denso, que hacían imposible de ver que era exactamente lo que pasaba. Se oyó un ruido de maquinaria. Todos nos dimos vuelta para ver. La nave que nos había transportado a aquel lugar estaba otra vez de vuelta. Se abrió la escotilla y salió un robot que rápidamente se metió entre los que estaban peleando, y los apartó, llevando a cada uno por sus brazos metálicos y contundentes hacia el interior de la nave. Así como había venido se fue, dejándonos a los demás solos y con ánimo de explorar el área. Contentos y en silencio como si nada hubiese pasado nos pusimos a investigar el lugar. No se escuchaban ruidos, excepto los casi indescriptibles que hacíamos al notar los elementos nuevos del ambiente, el aire seguía denso, y las Chlorophytas estaban todas muertas y habían perdido el brillo particular que tanto me encantaba cuando descendían del firmamento. -¿Cuándo nos vendrán a buscar?-pregunto uno de los compañeros, quizá aburrido del espectáculo. –Quizá muy pronto. Lo que es seguro es que nos vendrán a buscar. -¡Creo que tienen todo controlado!¿Sino como supieron que Llyam y Lomir estaban peleando?                                                Los que estaban cerca nuestro cruzaron la mirada como preguntándonos si era tan cierto que nos hallábamos vigilados no sabíamos por quién. La expedición terminó de una vez, y nos encontramos todos de vuelta en el ambiente familiar y dormido de la comunidad, envueltos en la estación que no terminaba nunca.


                                                     



domingo, 6 de marzo de 2022

AMOR APOCALIPTICO

 



Ocurrieron mil cosas, como cuando chocan los meteoritos contra la tierra uno tras otro, en una escena de espanto estrepitoso, aunque con cierto azar; dirían los que no creen en Dios y sí, en el poder de las piedras y del cosmos chillando ante los últimos estertores de un mundo agonizante que se lanzaron valientemente fuera de las casas arrastrando horribles maldiciones al aire. Y en la llameante entrada de una casa una voz leyó una cita tras otra de la Biblia con una preocupación visible, hasta que se carbonizaron todos los árboles, plantas, cimientos hasta que todos los cables de las torres se retorcieron y se extinguieron dando un olor a chamuscado que humillaba las fosas nasales de los que habían quedado vivos.

La pareja miro con un asombro de ingenuos, y la ciudad devastada se mostraba por donde se mirase como un espectáculo negro y casi fantasmagórico, desaparecida del mapa terrestre para ellos, devastada en contraste con el límpido cielo azul. Y miraron lo que tenían ante sus ojos como si les angustiara que ellos estuvieran vivos. La mujer suspiro y dijo: -¿Y ahora que vamos a hacer? -Habrá que pensar en algo-dijo el hombre con voz de ultratumba. -¿Por qué no te fijas si hay electricidad en la casa? -¡Mujer, estás loca! ¡Es obvio que no hay! ¡La ciudad y me atrevería a decir que el mundo ha muerto! La mujer de largo pelo castaño sacó su celular del bolsillo de su campera y lo des- bloqueo. Sus ojos se abrieron grandemente. -¡Tampoco hay señal! -¡Estamos solos! -¡Ante la nada!-agregó el hombre entrecerrando sus ojos ante el espectáculo sombrío.

Era la hora del atardecer. Nada se escuchaba. Solo un viento con olor a quemado tenía la insolencia de presentarse como un invitado indeseado. En el pequeño arbusto de hojas con aristas redondeadas como de muérdago, frente a la entrada de la casa, brilló como una joya un brote nuevo que nacía frente al menguo de la luz. Una voz habló cortando la aridez del silencio. -¡Tendremos que irnos! -¿Adónde? -¡A cualquier parte donde haya vida! La mujer no habló como si tuviese miedo de proferir palabra frente a la inmensidad ruinosa del paisaje. –Indudablemente, no es lo que nosotros prefiramos sino lo que él prefiere.
-¡Otra vez estás hablando de Dios! ¿No puedes dejarlo tranquilo alguna vez? -Siempre tuve conversaciones con Dios. ¿Por qué no habría de hacerlo ahora? -Entiendo, pero no es momento para tener tus conversaciones con tu Yahvé. ¿Acaso no te das cuenta de que estamos en el medio de la nada? ¡Todo está destruido! -¡Por eso mismo es que debo hablar con él! ¡Para que me guie en el medio de la adversidad! -Hace lo que quieras. A mí nunca me escuchó. -¿Vos seguís resentida, verdad? La mujer no contestó. El hombre le dio la espalda. Su cabeza emergía como un casco gris contra un fondo de edificios derruidos por el fuego, árboles sin sus copas y una humareda lejana visible a lo lejos. La espalda pareció moverse en cuestión de segun- dos, los músculos volvieron a su posición normal, no obstante la misma chaqueta parecía emanar desde sus arrugas una preocupación visible y constante que provenía de la cabeza del hombre. -¡Ismael! -¿Qué pasa ahora? -¿No los ves, a los pájaros que están emigrando hacia el sur? ¡Son bandadas! El hombre giro la cabeza y sonrió. -¡Es la señal que estaba pidiendo! ¡Me contestó! -¡Tu Yahvé amado!-agregó irónicamente la mujer. -¡Hay que ir hacia el sur! ¡Vamos!¡Levántate Julia! -¡No me des ordenes! El marido hizo caso omiso de lo dicho por su mujer y comenzó a caminar con ímpetu. Ella se levantó con cansancio y antes de seguir a su marido se dio vuelta para observar lo que quedaba de su morada. De las guaridas que imprevistamente habían hecho los roedores salieron disparadas cientos de cucarachas. La mujer grito y las maldijo. Tropezó con el frente de un auto casi chamuscado y se detuvo para aspirar el aire toxico. Resopló varias veces antes de que su marido la tomara por el brazo y la ayudara a emprender el paso. Luego, mientras la luz iba menguando siguieron su camino como ladrones que no desean ser vis-tos en un ambiente desolador y atemorizante. Cuando avanzaba la noche, la tierra se abrió en dos marcando una hilera serpentina golpeando las cosas que todavía quedaban en pie; los animales que se hallaban cobijados salieron de sus cuevas, los humanos aún vivos vieron con horror la rajadura como dientes cortantes que los deseaba tragar. -¿Y ahora que vamos a hacer? ¡No tenemos salida! -Tranquilízate. Ya nos marcó la salida de este atolladero. No tenemos el control de nuestra vida. ¿Cuántas veces te lo dije?
-Recuerdo que es una de tus frases favoritas. ¡No es el contexto!-le contestó la mujer que termino su frase con un rictus que marcaba amargura en la fina línea de su boca. -¿Hasta cuándo vas a seguir enojada con la vida? ¿Seguís estando resentida, verdad? La espalda de la mujer a la altura de los omoplatos se encogió como queriendo resguardarse de algo o quizás de alguien. Apretó la mandíbula y la línea de sus ojos se desdibujo al entrecerrarlos. Detrás de ella el crepúsculo dio origen a que todas las cosas se perdieran en un lugar oscuro que por su mutismo robaba a la calma. El hombre, apoyado contra lo que quedaba en pie de un poste de luz, contemplaba con la vista perdida a un horizonte lejano. De pronto, habló: -Tendremos que descansar aquí. Lamento no tener una manta para por lo menos no quedar por la mañana tiesos como un árbol. Se recostó sobre un césped aun tibio por el calor que parecía emanar del centro de la tierra, y llamó a su esposa para que se tendiera al lado de él. Ambos se quitaron sus chaquetas y las dispusieron como una manta sobre el pasto. Durante toda la noche incluso cuando los fuertes rayos del cenit deslumbraron con todo su fulgor a la atmósfera, ellos permanecieron dormidos. El gavilán cola roja se posó sobre la punta del poste de luz, extendió sus alas café, erizó las plumas de su cabeza y espalda como viendo un rival a lo lejos. Su pico se abrió para vocalizar su canto seductor y emprendió el vuelo. La pareja se despertó, ambos se deshicieron de su abrazo sorprendidos de que una mañana los encontrara vivos. En la punta de un techo a dos aguas el aguililla cola roja volvió a abrir su pico. Sonó su canto. La voz masculina se hizo notar en una resonancia lejana. -¿Qué te parece si emprendemos el camino? -¿Qué camino? -Sabes que el rencor te va a encoger los huesos. -¿Está escrito?-la voz de la mujer sonó irónica. –Claro, que sí. No te hablo por hablar. –A veces pienso que tu Dios habla a través de vos. –No siempre el Señor habla a través de otros. Te lo dijo todo el mundo, que debías perdonar. Yo no puedo hacer más nada. -¡Vos también tuviste que ver! -¿Cómo puedes acusarme a mí de hechos que no están bajo mi control? Te lo dijeron los médicos. Tenía que pasar. Quizás haya una segunda oportunidad. Quién sabe. -¡Lo que decís suena desatinado en este contexto que tenemos!¡Ni siquiera tenemos para comer! ¡Ni si te ocurra tocarme! -¡Basta Julia!
La mujer se levantó con apresuramiento y se tomó las manos restregándolas como para limpiárselas. Otra vez el canto del aguililla sonó. El hombre camino por el sende-ro que marcaba una calle atravesada por escombros, ramas de un árbol, automóviles que despedían olor a una mezcla de gasolina quemada. Las pupilas del individuo se contrajeron al ver una sombra que media apenas un metro cincuenta. El cuerpo al que pertenecía la sombra se ocultaba en la parte trasera de un auto. Acelerada la sombra se presentó ante la vista sorprendida de la pareja. Una niña pálida y llorosa apenas vestida se arrojó hacia ellos. El rostro de la mujer pareció cobrar vida, de repente. -¡Viste mujer!¿No era lo que estabas esperando? Yahweh contestó el deseo de tu corazón.                                                                      Los cuerpos de ambos formaron una ronda donde la niña era el centro total del amor de padre y madre. Las plumas rojas del aguililla batieron la retirada hacia el horizonte.


       










lunes, 21 de febrero de 2022

ME DUELE VERTE EN TODOS LADOS

                                                            AÑO 2000

La muchacha escribía como una autómata en la libreta del libro de prácticas. Su mente volaba y su alma también traspasando moléculas del tiempo presente. Concentrada en las palabras que emergían como un rio sin cause. Estaba lejos de allí, envuelta en espa-cios inconmensurables y desconocidos para el conocimiento humano. Dos palabras la dejaron completamente anonadada: fantasma, era una de ellas; la segunda: pasión.  Los sonidos externos se estrellaban y caían como soldaditos de juguete, sin lograr interrumpir la concentración de la joven. De repente dejo de escribir, como si su alma y esta vez su cuerpo, se hubieran transportado a otro tiempo. A la joven repentinamente le subieron los colores a las mejillas. Cuando su mente, cuerpo y alma volvieron, ya estaba todo escrito así como en el papel, en el tiempo.  

 

                                                           AÑO 2018

La muchacha prende la radio vieja. Escucha hablar al locutor. La respiración se detiene. La voz del locutor mareaba a la muchacha que enloquecida no puede creer lo que está pasando. No, no va a escucharlo. Apaga la radio en un impulso violento. La joven continua enloquecida, los ojos abiertos como platos, el corazón palpitando exultante parecía contar con la complicidad del repentino viento que se levantó asustando a los pobladores del pueblo costero. El corazón vuelve a ganar templanza. Su pareja aparece y le pregunta porque apago la radio. Le contesta que no tenía ganas de escucharlo. La mujer aparenta frialdad, o tal vez en ese momento ya anticipaba el instante de una separación anunciada. No lo mira a los ojos. No entiende por qué, ese otro, se empeña en volver como un fantasma, a través de la radio. El viento súbitamente para y arranca de vuelta.       

 

                                                           AÑO 2019

Levanta la vista del celular nerviosa. Su vista se posa en su valija que portaba todas sus cosas. Era hora de volverse a casa. La relación no había funcionado y lo sabía. No había tiempo para recriminarse eso ahora. Sus ojos se abren de par en par. Desde el asiento de la terminal de micro no puede creer lo que está viendo. La publicidad del micro, el escudo de tres colores de una bandera flamea como una burla del destino. La mano se apoya sobre la mejilla derecha en señal de incertidumbre;  con la otra se rasca la pierna izquierda lentamente. Los gritos que provienen alrededor de ella no parecen alterarla en su ánimo. Observa al micro con atención hasta que se va. Una mueca de extrañeza surca su rostro. Los ojos color café de la muchacha miran el frente como queriendo entender la señal. Otra vez, el fantasma o el monstruo de alguna mala película se empeña como un antihéroe en volver, en revolverle ese recuerdo que no se muere nunca.

                                                         TIEMPO INTERESTELAR

Los ojos de la muchacha se expanden a pesar de escribir como una autómata en la libreta de prácticas. Su mente volaba y su alma también traspasando moléculas del  tiempo presente. Algunas veces ve la oscuridad por un segundo en la extensa línea que divide el velo del cielo. Su alma pestañea por un segundo. Él respira. Fue un resplandor  entonces lo ve entre la penumbra que oscila en la oscuridad. A través del resplandor se dibuja la figura de un hombre tal cual como era en la tierra. Resplandece como un sol que no ha cesado de buscar a la luna, y que ahora, ya no sabe qué hacer con el antiguo deseo tan gastado y aquiescente. Con un leve movimiento, el espíritu de la muchacha se acerca hacia la figura del hombre escoltada por sonidos celestiales. La unión queda sellada en el espacio tiempo del cielo.      

 

                                                       


             

martes, 18 de enero de 2022

EL LÁPIZ

 



¿Hay algo más terrible que perder algo? ¿Encontrar lo que hemos perdido? ¿Volver a

poseer lo perdido?. Todo por momentos parece terrible, pero en ese preciso instante

importante. Lo perdido, perdido está aunque se busque en los recuerdos del pasado.

La historia comenzó hace mucho en un lugar que ahora no interesa, las ciudades en

algunos lados son todas iguales; la gente salía de las casas y entraba en ellas, después

de trabajar, y llevaba vestimentas doradas, amarillas y rojas, zapatos de plata y bolsos

de bronce, sombreros multicolores de los más diversos diseños, según el status de los

dueños. Era la hora veloz y calurosa de los primeros tiempos del cambio.

La mujer se encontraba caminando por la avenida más cara de la ciudad donde vivía

con su amante, cuando le oyó decir a una muchacha con los labios pintados de un

violeta tornasol :

—En este mundo ya hay tantos labiales de diversos tipos que deben llenar una casa

si se juntan los de todos los países. No es una novedad

—¡La verdad nunca lo había pensado! —le contestó moviendo con coquetería su ca-

bellera negra.

Los nervios la llevaban a hablar como si olvidara que era tímida. Poco a poco, insen-

siblemente advirtió que, al pasar por los locales caros inconscientemente buscaba

lápices labiales de otras marcas que no conocía, nuevos colores, quizás también con

otros olores. Ya no recordaba cuantos lápices labiales tenía en la casa. Más de cinco

seguro, pensó restregándose las manos envueltas en guantes metálicos. Como llevada

por un impulso al que no pudo resistirse entró a un negocio muy colorido y muy osten-

toso, que tenía en el escaparate un labial enorme como del tamaño de una mano me-

diana, el color quizá no decía mucho, o era rojo carmín o bermellón o tenía una espe-

cie de purpurina colorada, que le hacía acordar a lo jocoso de los payasos. Lo compró,

aunque el precio significara triplicar la entrada de dinero de todos los meses. Cuando

llegó a la casa se di cuenta que estaba sola y respiro aliviada. No sabía dónde iba a

esconder el lápiz sin que a su amante lo encontrase. Él siempre encontraba lo que

compraba. Corrió como avergonzada al galpón con el lápiz envuelto todavía en el papel

de regalo. Como de costumbre estaba abierto para que la oveja pudiese entrar y salir

cuando se le cantara. Se metió dentro, desenvolvió de su papel de regalo al enorme

lápiz labial y rápidamente como en un pantallazo vio donde tendría que ocultarlo: al

fondo había pasto seco y aserrín, era un lugar al que la oveja no se le ocurriría ir como

si no fuera una oveja y fuera cualquier otro animal, pero, ya estaba acostumbrada a

que en esa casa muchas cosas estuvieran al revés; pensó que mismo su novio a pesar

de ser alto y bastante corpulento se comportaba como un niño con enormes ojos ce-

lestes que parecían de vidrio. El lápiz labial quedó oculto en su envoltorio dentro de

los pastos secos y el aserrín, tan seguro como si estuviera en una caja acerada e impo-

sible de abrir.

Cuando ya era pasada la mañana, después de desayunar fue corriendo al galpón y

buscó el lápiz emocionada como si fuera un vestido de fiesta. El color era realmen-

te raro. No pudo resistir la tentación de pintarse los labios, pero sintió una desespe-

ración tan grande que terminó pintándose toda la cara. La sensación era extraña, pe-

ro agradable. Sin darse cuenta, se desvistió y comenzó a pintarse desde el cuello has-

ta los pies, su cuerpo pesado y voluminoso. El tamaño del lápiz labial había desapare-

cido por completo después de haber terminado de pintarse entera. Se tapó con la ropa

que tenía puesta antes y salió como pudo del galpón para quitarse con el agua de la

ducha toda la pintura que olía de verdad como un perfume.

Ese mismo día lo había mirado rascarse la herida hasta que parecía que había dejado

de molestarle. Cuando comenzó a arrancarse con la uña la costra, había dejado de

mirarlo. La mujer tenía los ojos increíblemente grandes y brillaban como el oro líquido.

—Tenes que ir a ver a un médico!¡Es obvio que te rascas de noche cuando dormís!¡Yo

te he visto hacerlo!

—¿De noche? ¿Cuándo?

—En días pasados.

—¿Pero cuando?

—¿Acaso no me crees?¿Cuándo se supone que lo harías si vos mismo no recordas

cuando te rascas?

—Bueno, cuando tenga plata lo voy a hacer.

—¡Con ir al Centro de Salud basta!

—¡Te dije que no tengo plata!

—¡Es mentira!

Su novio había desaparecido por la puerta del pasillo. Había recordado que la señora

que guíaba el grupo del Uno le había comentado una vez que los hombres son como

chicos y que había que tratarlos como tal. Sin embargo, no estaba tan segura de que

esa era la forma de tratarlos.

Pocos días después, regresó y volvió a tomar el lápiz labial. Increíblemente el lápiz no

se encontraba gastado como si no lo hubiese usado la anterior vez. No pudo resistirse

y volvió a pintarse de pies a cabeza con el lápiz. Esa vez bailó una danza y no se cayó ni

una sola vez en el suelo sucio y maloliente del galpón. No sé cuántas veces se pintó con

el lápiz y bailó como una desaforada, como siempre su novio no se dio cuenta de nada.

Vivía entre la normalidad de lo cotidiano y la extrañeza de su rito oculto. Sin embargo,

como todo lo que empieza tiene un final, siempre, el indicio comenzó un día con los

gritos alarmantes de su amante que provenían del fondo. Asustada fue como una

autómata hasta el galpón, y vio ante sus ojos a Lanita, la oveja androide en el fondo

sobre el pasto seco y el aserrín, con un aspecto espantoso, con los ojos abiertos de

cristal tan inocentes como los de su novio. Los labios pintados grotescamente con su

lápiz labial. Estaba tiesa, con las cuatro patas apuntando hacia el techo, seguramente

el contacto con la sustancia del labial le había producido un electro circuito. El hombre

se largó a llorar desconsoladamente. La mujer vestida con un traje ampuloso, con las

manos en las caderas, desconcertada le dijo:

—Siempre pagan los justos.

—¿Y ahora que ?

—Creo que no comprendes.

Su novio la miro sorprendido:

—¡Hay que darle sepultura!

—No tengo tiempo ahora. Hay que cocinar, lavar la ropa y preparar la vestimenta para

mañana.

La mujer visiblemente nerviosa dio media vuelta y se marchó hacia la entrada de la

vivienda. Una vez dentro cerró la puerta con llave.

No tardaron en sonar los golpes de su novio en la puerta.

La mujer llenó la valija con algunas cosas porque no tenía suficiente capacidad para

todas ellas. Al encontrar el neccesaire con todos los cosméticos incluidos los lápices

labiales, con furia los tomó y los arrojó a la bolsa de desperdicios. Del cajón donde

guardaba todas las cosas importantes su amante, tomó la tarjeta para poder utilizarla

una vez que estuviera fuera del pueblo. Al rato, otra vez prosiguieron los ruidos en la

puerta.

—¡Escuchame!-le dijo el hombre cuando la mujer le abrió la puerta-¡Este no es modo

de tratarme!

—¡Mis pisos limpios!¡Fuera!¡Tenes los zapatos sucios!

—¡No es hora de preocuparse por nimiedades mujer! Y miro fijamente a la mujer

como si de repente se hubiera vuelto loca.

Afuera, brillaban intensamente en toda su blancura las dos lunas del país que había

ganado la guerra hacía ya un sinfín de años. La luz irradiaba dándole un tono sobrena-

tural a la ciudad que ya entraba lentamente en la monotonía de la vuelta a casa de los

trabajadores.

—¡Anda a limpiarte! Yo tengo que ir a comprar el polvo blanco para las presas antes de

que cierren los negocios y no pueda circular libremente.

El hombre lanzó como un improperio, pero se dirigió al cuarto de baño. La mujer rá-

pida y sigilosa como una serpiente, tomó el bolso y sin hacer demasiado ruido abrió

la puerta.

Más tarde, cuando toda la ciudad dormía en el lento sueño de la ciudad, la mujer del

iris como de oro líquido, sentada en la cama del hotel más caro de la ciudad bebía un

sorbo de vino del mar, musitó sin que nadie pudiese escucharla: -Perder algo siempre

duele. ¿Sin embargo para que llorar si la leche derramada no se puede volver a recupe-

rar? Nunca más voy a volver a buscar un lápiz labial como el que perdí.


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