lunes, 7 de septiembre de 2015

Deuda

-A ella le gustaba mirar televisión hasta las dos de la tarde en que apagaba la caja boba y hacia
la siesta hasta las cuatro de la tarde-dijo la muchacha del buzo negro con el pelo teñido de vio-
leta. Estaba sentada en el sillón de piernas cruzadas, eran casi las seis de la tarde y desde hacia
casi quince minutos hablaba sin interrumpirse en su discurso.
-Es que tenia que alcanzarla-dijo después de haberse sumido en un minuto de silencio del cual
pensé que iba a volver mas. Yo le pregunte en que tenía que alcanzarla.
Es que estaba lejos siempre- dijo la muchacha y miro hacia la ventana con gesto melancólico
como un querer irse del tiempo y del espacio.-Es que tenía que alcanzarla o mejor dicho, ha-
cer que me mire cuando estaba como en una nube, pero quien sabe si estaba en una nube o
en donde estaba . Cuando miraba la televisión sí que no estaba presente. Estaba como meti-
da dentro de la caja boba. Yo aprovechaba para darle el bifecito a mi gatito, el Michi. Creo
que tenía once o doce años.
-¿Por qué decís el bifecito?-me escuche decir y a la vez preguntarle algo que parecía intras-
cendente frente a todo el contexto que si era importante. La muchacha me miro con cierta
madurez como si tuviera más años de los que en realidad tenia. Se había pasado gran parte
de su vida enclavada, si ese era el termino que había utilizado, en un barrio del cual apenas
se identificaba o formaba parte de el, como si fuera una plantita de esas silvestres que cre-
ce en el fondo del jardín y al que nadie mira porque es común y corriente aunque sea visi-
ble.
-Dije bifecito porque era poca carne- lo dijo como restándole importancia a que seguramen-
se te había pasado la mayor parte de la adolescencia mal alimentada o como se categoriza-
ba ahora, subalimentada. Era extraño que ella estuviera ocupando un espacio que general-
mente ocupaba la clase media, pero la prueba de que estaba allí es que era una beneficia-
ria del estado. Alguna vez en la vida a los marginados les toca la suerte. “ Todo lo demás
son palabras” en las circunstancias que le tocan a la gente.
“Le ofrecí que hablara, y volvió a negarse, era la tercera vez que se negaba”, entonces le
 dije que tenía que hacerse cargo del espacio que estaba ocupando. Una chispa desafiante
relumbro entre sus ojos.
-“Yo se guiarme por las estrellas”-dijo y entonces la mirada se le hizo triste, de golpe. Com-
prendía que la chica se enfrentaba a un abismo tal como se pueden enfrentar los paracaidis-
tas cuando se les traba el botón y se ven enfrentados al vacio de estrellarse contra la super-
ficie. Yo analizaba hombres y mujeres con sus conflictos, revisaba las teorías aprendidas en
la facultad con ellos , y desmenuzaba el mundo que traían eran de locos, que el llanto y la
angustia ya no les servía para vivir en ese conglomerado de reglas al que habían sido arroja-
dos y tenían que construir todo de vuelta. Menuda tarea en la que me había metido en los
años de idealismo en que creíamos que podíamos cambiar al mundo, cuando tras mis es-
paldas aprendí que la voluntad del individuo es la que lo hace cambiar y nosotros solo so-
mos muletas. La muchacha” no va a venir, nunca creí realmente que viniera”, pero siempre
llegaba sobre la hora.
-¿Y entonces que conclusión se te ocurre con el termino estrella? Le pregunte esperando
que la resistencia bajara y quedara el inconsciente al desnudo a través de la palabra y me
la quede mirando con una sonrisa.
-Que mi mama era una estrella porque siempre estaba lejana para mí. La muchacha alzo la
cara, se limito a cambiar la posición de piernas cruzadas y pareció mirarme de vuelta desa-
fiante. Entonces con la voz fuerte hablo:
-Me dijo sentada en el sillón acodada en la ventana con la estufa a todo lo que daba para el
mes de septiembre. Me dijo que “ aunque yo no pudiera verla más” porque se iba a ir en
algún momento, que yo me levantara, que yo no era una negrita como nos habían hecho

creer. Me dijo que brillara.  

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