-A ella le gustaba mirar televisión hasta las dos de la
tarde en que apagaba la caja boba y hacia
la siesta hasta las cuatro de la tarde-dijo la muchacha del
buzo negro con el pelo teñido de vio-
leta. Estaba sentada en el sillón de piernas cruzadas, eran
casi las seis de la tarde y desde hacia
casi quince minutos hablaba sin interrumpirse en su
discurso.
-Es que tenia que alcanzarla-dijo después de haberse sumido
en un minuto de silencio del cual
pensé que iba a volver mas. Yo le pregunte en que tenía que
alcanzarla.
Es que estaba lejos siempre- dijo la muchacha y miro hacia
la ventana con gesto melancólico
como un querer irse del tiempo y del espacio.-Es que tenía
que alcanzarla o mejor dicho, ha-
cer que me mire cuando estaba como en una nube, pero quien
sabe si estaba en una nube o
en donde estaba . Cuando miraba la televisión sí que no
estaba presente. Estaba como meti-
da dentro de la caja boba. Yo aprovechaba para darle el
bifecito a mi gatito, el Michi. Creo
que tenía once o doce años.
-¿Por qué decís el bifecito?-me escuche decir y a la vez
preguntarle algo que parecía intras-
cendente frente a todo el contexto que si era importante. La
muchacha me miro con cierta
madurez como si tuviera más años de los que en realidad
tenia. Se había pasado gran parte
de su vida enclavada, si ese era el termino que había
utilizado, en un barrio del cual apenas
se identificaba o formaba parte de el, como si fuera una
plantita de esas silvestres que cre-
ce en el fondo del jardín y al que nadie mira porque es
común y corriente aunque sea visi-
ble.
-Dije bifecito porque era poca carne- lo dijo como
restándole importancia a que seguramen-
se te había pasado la mayor parte de la adolescencia mal
alimentada o como se categoriza-
ba ahora, subalimentada. Era extraño que ella estuviera
ocupando un espacio que general-
mente ocupaba la clase media, pero la prueba de que estaba
allí es que era una beneficia-
ria del estado. Alguna vez en la vida a los marginados les
toca la suerte. “ Todo lo demás
son palabras” en las circunstancias que le tocan a la gente.
“Le ofrecí que hablara, y volvió a negarse, era la tercera
vez que se negaba”, entonces le
relumbro entre sus ojos.
-“Yo se guiarme por las estrellas”-dijo y entonces la mirada
se le hizo triste, de golpe. Com-
prendía que la chica se enfrentaba a un abismo tal como se
pueden enfrentar los paracaidis-
tas cuando se les traba el botón y se ven enfrentados al
vacio de estrellarse contra la super-
ficie. Yo analizaba hombres y mujeres con sus conflictos,
revisaba las teorías aprendidas en
la facultad con ellos , y desmenuzaba el mundo que traían
eran de locos, que el llanto y la
angustia ya no les servía para vivir en ese conglomerado de
reglas al que habían sido arroja-
dos y tenían que construir todo de vuelta. Menuda tarea en
la que me había metido en los
años de idealismo en que creíamos que podíamos cambiar al
mundo, cuando tras mis es-
paldas aprendí que la voluntad del individuo es la que lo
hace cambiar y nosotros solo so-
mos muletas. La muchacha” no va a venir, nunca creí
realmente que viniera”, pero siempre
llegaba sobre la hora.
-¿Y entonces que conclusión se te ocurre con el termino
estrella? Le pregunte esperando
que la resistencia bajara y quedara el inconsciente al
desnudo a través de la palabra y me
la quede mirando con una sonrisa.
-Que mi mama era una estrella porque siempre estaba lejana
para mí. La muchacha alzo la
cara, se limito a cambiar la posición de piernas cruzadas y
pareció mirarme de vuelta desa-
fiante. Entonces con la voz fuerte hablo:
-Me dijo sentada en el sillón acodada en la ventana con la
estufa a todo lo que daba para el
mes de septiembre. Me dijo que “ aunque yo no pudiera verla más”
porque se iba a ir en
algún momento, que yo me levantara, que yo no era una
negrita como nos habían hecho
creer. Me dijo que brillara.
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