jueves, 31 de diciembre de 2020

EL JUEGO

  


Era una tarde más bien fría que anticipaba, como lo hacía siempre, al crudo invierno

que asolaba a las tierras cercanas a la frontera con Croacia,  Bihac más precisamente.

En el interior de una cabaña casi desvencijada se hallaban tres personas, todos hom-

bres con cara de cansancio y preocupación que trataban de sobrellevar con buen ani-

mo  la circunstancia de ser refugiados, ya que trataban de entrar a ese gran país como

lo denominaban los medios gráficos, un país no muy grande, pero que les permitiría 

ingresar a otro, aún más poderoso, Alemania en el cual pensaban pedir asilo co-

mo exiliados.  

-No, no- dijo el hombre que parecía ser el más joven o el menos cascoteado por la 

vida-esta vez tenemos que ser mas rápidos, no podemos dejar que la horrible poli-    

cia croata nos trate peor que a los perros. Yo todavía no me recuperé de la última 

operación que me hicieron en la pierna a raíz de querer huir de la persecución de 

los talibanes. No sé si la próxima vez que podamos salir a jugar el gran juego, pue-

da resistir una extensa caminata hasta la entrada a la frontera. 

-Mohamed, ¿Qué fue lo que te sucedió exactamente? Nunca nos contaste que fue 

lo que pasó-inquirió el muchacho más joven sin embargo, tenía el rostro surcado por 

líneas de expresión.   

-Sucedió hace ya como cuatro inviernos, pero los de mi tierra, no estos que son inso-

portables de lo húmedos que son. Estaba fuera de la casa, limpiando el cobertizo de 

las ovejas, a la noche las guardamos para que no pasen tanto frio, y también por los 

hurtos se las guarda. Entonces llegaron cuatro hombres, todos con el espantoso tur-

bante, el pakul, color negro que les tapa casi completamente los ojos, y ya se les no-

taba el aire de pendencia, pues los ojos no ocultaban la ira y el odio. Directamente 

me obligaron a que les cediera la mejor oveja, como venían haciendo desde hacia

un tiempo, y como me había cansado de que me burlaran los denuncié a la policía.

Por eso, cuando volvieron y eran más de dos, me percaté que venían con la violen-

cia y cuando me di vuelta para ir hacia la casa me descerrajaron un tiro con una es-

copeta, y se fueron riendo a carcajadas cantando una canción típica de allá. Tuve 

suerte de que ese día pasara el camión que lleva la mercadería al pueblo más po-

deroso, y al verme me ayudo a subir. Me llevó al hospital del pueblo donde hicie-

ron lo que pudieron. Pero cuando viene esta humedad, el cuerpo me hace acor-

dar lo que viví- relato Mohamed mientras atizaba el fuego de la hoguera. 

-Es muy feo lo que te pasó Mohamed, pero supongo que a todos los que estamos 

aquí les ha pasado vivir situaciones lamentables. No sé, lo único que se me ocurre

es que puedo dejar de recordar todas esas situaciones horribles que viví en la ca-

pital, Kabul, con mi familia. Lo que rescato es que ellos a pesar de todo lo que vi-

vieron están con vida. Mi único sueño es entrar a algún país europeo y conseguir 

un trabajo decente para poder mandarles algo de dinero a mi familia-habló Ma-

lik con tono melancólico.

-Sí, yo supongo que esto que estamos viviendo es como un paraíso, un paraíso con

penurias, pero por lo menos sabemos que al día siguiente vamos a despertar, y no

como en Afganistán donde sabemos perfectamente que el Estado Islámico ataca

como el peor traidor, desde las sombras. Yo también dejé familia, mi madre y mí 

hermana. Espero que Ala les tenga misericordia por vivir en un lugar tan violento,

perdí a mi mejor amigo al ser atacado el hospital central de la capital. Lo habían 

operado recientemente y estaba convaleciente. No soporté más que a cada minu-

to nos roben a los más queridos. La parca viene rondando desde antes de que yo

naciera, eso leí hace poco en una publicación antes de entrar a Serbia-se expresó

el tercer hombre que poseía unos enormes ojos verdes en un rostro alargado.

-¿Todavía hay cigarrillos?-preguntó Malik mirando hacia alrededor.

-Sí, todavía hay, pero están escondidos. Tienen que alcanzar hasta que salgamos 

afuera. Recuerda que la caminata es bastante larga y la ansiedad nos va a asechar.

-Creo que la última vez que intentamos cruzar la frontera fue hace como un mes y 

medio. 

-Yo tengo contadas ya siete veces los intentos de escape de este lugar, y también del 

pasado. A veces me vienen los recuerdos de las vivencias que tuve en mi país. ¿Al-

guno de ustedes dejó a alguien allá?-preguntó Malik con inocencia. 

-¿A qué te refieres con dejar a alguien?-pregunto Mohamed sospechando a que se re-

fería Malik. 

-Me refiero a algún amor que les haya inundado el corazón. 

El hombre que poseía los enormes ojos verdes dibujo su rostro con una sonrisa melán-

colica. 

-¡Me parece que hoy va a hablar Mikhail! ¡Preparémonos que va a ser larga la histo-

ria!-habló Malik con expresión divertida.

-Bien, érase una vez en un pueblo de grandes arboledas de cedros, roble y nogal cerca 

de Jalalabad donde yo me crie, un pueblo que vivía del comercio de sus productos, ni

más ni menos que otros pueblos de Afganistán, un muchacho que iba a entrar a la 

gran liga de futbol nacional conoció a una joven del mismo pueblo. No era lo que se

dice una gran belleza, pero su atractivo radicaba en un cuerpo grácil y una sonrisa des-

lumbrante además que la acompañaba un carácter noble. Era estudiante y su familia

había decidido que tenía que lograr un futuro fuera del país. Pero a ella no le importa-

ba mucho lo que le dijera su familia y se embarcó en la relación. Todo anduvo de mara-

villas hasta que la muchacha logró el ansiado título de médica y la familia contenta le 

compró un pasaje para el mejor país de Europa- la narración se interrumpió y los ojos

grandes de Mikhail se entrecerraron como recordando algo doloroso-en ese instante

todo se vino abajo para los dos. Pelearon como lo hacen todas las parejas y entre tan-

to beso y llanto, ella se subió al avión a hacer carrera en ese gran país.  Entonces el 

muchacho jugo como pudo los partidos, no le iba bien jugando solo, lejos de ella y 

cuando tuvo la suficiente añoranza que le indicaba que tendría que partir también se 

tomó el avión para lograr el reencuentro con su amada-Mikhail repentinamente calló. 

-Mikhail, ¿Estás hablando de vos,  verdad  ?-le preguntó Malik.

Los ojos grandes y verdes de Mikhail se abrieron de más como para indicar que así era.  

-¿Pero no la has vuelto a ver todavía?-preguntó insistente Malik.

-No. Estoy atrapado aquí como todos ustedes y esperando cruzar la frontera algún día

para poder reunirme con ella. 

Cada uno de los hombres que se hallaba dentro de la cabaña fue a sentarse en algún 

rincón para descansar pues al día siguiente iban a emprender la marcha hacia la fron-

tera. Malik se repantigó contra la pared y se cubrió con una manta descolorida. Moha-       

med extendió una bolsa de dormir que tenía un tajo en una de sus aberturas y se me-

tio dentro con rapidez. Por último, Mikhail abrió el único ropero que había y saco un 

cubrecama de piel bastante roída, la echo sobre el suelo y se tendió sobre la misma.

Rápidamente se quedaron dormidos pero se despertaron sobresaltados al escuchar  

que alguien llamaba a la puerta. Malik se levantó y abrió, pero no había nadie. Al cabo 

de unos minutos se volvieron a escuchar los golpes, pero esta vez en la ventana, situa-

ción que los sorprendió e hizo que Mikhail fuera esta vez a abrir. Se quedó unos se-

gundos en la puerta hasta que entró y los compañeros le vieron una expresión preo-

cupada en los ojos. 

-¿Qué viste Mikhail?- le preguntó Mohamed que rápidamente se levantó de donde es-

taba. 

-No había nadie. 

-¿No estará la policía croata tomándonos el pelo?-preguntó Malik asustado.

-¿Y para que querrían molestar? No somos importantes. 

-Para eso. Para molestar. Ya sabemos que no nos quieren en su territorio. 

-No creo que hayan sido ellos. ¿Para que vendrían hasta aquí?  Quizás algunos niños 

estén jugando a estas horas de la tarde-concluyó Mohamed seriamente. 

-Bueno. Volvamos a descansar. Mañana será un día pesado para todos nosotros. 

Cada uno de los hombres que se hallaba en la habitación volvió a recostarse y a tratar

de conciliar el sueño. Se despertaron cuando el cansancio se les fue del cuerpo y el 

alerta por el escape los llenó de adrenalina. Malik dejo la manta que lo cubría y se le-

vantó presuroso. Mohamed salió lentamente de su bolsa de dormir, pero la expresión 

de cansado la seguía teniendo en el rostro como si no hubiese descansado lo suficien-

te. Mikhail arrojó el cubrecama roído de piel y se levantó como si tuviera la rapidez de

un puma. Un aire de sencilla camadería varonil inundó el cuarto; parecía que no iban 

a buscar su libertad sino a salir de campamento en una medianoche bastante fresca.

Rápidamente cada uno se abrigó y se colocó las mochilas de viaje a sus espaldas. Pren- 

dieron sus celulares y los dejaron en modo silencioso. 

-Espero que esta vez tenga la suerte de salir y jugar bien el juego porque la anteúltima 

vez, la policía croata me quito el celular, mira mi mano como está rota.  No me importa 

que persigan a los hombres, pero pegar no está bien.  El teléfono móvil, dinero, cordo- 

nes de zapatos, todo lo tiran a la basura-se quejó Malik.

-Además que te rompió un par de costillas y te molió a palos. ¿No recuerdas?

- Yo pase por Croacia caminando por el bosque. Es difícil ir, el problema es el dinero; si 

pagas el dinero los traficantes te llevaran con ellos a través de la frontera caminando 

en el bosque, tienes que arriesgarte, pero ellos te llevarán consigo para cruzar la fron- 

tera, y necesitas dinero. Pero el verdadero problema aquí es la policía croata- dijo Mo- 

hamed con pena.  

-¡No es hora de andar quejándose! ¡Tuvimos bastante suerte de encontrar esta cabaña 

y además al señor que venía a darnos víveres sin pedirnos nada a cambio! ¡No sea que 

Ala escuché nuestras lamentaciones y no nos ayude a escapar!-profirió Mikhail con 

cautela.  

-¡No llamemos a la mala suerte o a la parca compañeros!-se expresó Mohamed con 

voz algo cansada.

-¡Salgamos de una vez!-dijo Malik con tono victorioso.

Al salir de la cabaña Mohamed alumbró con la linterna de su celular el suelo y vio que 

había una pluma blanca bastante grande como de ganso al pie de unos de los escalo-

nes. Se extrañó al principio, pero ya cuando junto a sus compañeros llevaban unos 

cuantos minutos de marcha, concluyó que la suerte o mejor dicho el rostro de Ala iba a 

resplandecer sobre ellos, pues las plumas eran signo de que los ángeles estaban velan-

do por uno. Al menos, eso le había dicho una vez, su abuela Elmira que lo llevaba a ju-

gar a la plaza de su pueblo. 

El frio calaba los huesos en la noche oscura y húmeda, con una niebla densa que les 

hacia entrar el aire frio por la nariz,  sin embargo, ellos no parecían cansados, ni im- 

portarles la inclemencia del clima, lo único que parecía llevarlos hacia adelante era la 

ilusión, o la esperanza de encontrar un futuro mejor pese a todos los obstáculos que 

había en el camino, y los que habían tenido que enfrentar. El bosque se hacía eterno

en las sombras de la noche, y cada uno iba caminando enfrascado en sus pensamien-

tos, sin tomar en cuenta cuanto tiempo había pasado, ni la probable suerte que en-

contrarían una vez que llegaran al límite de la frontera con Croacia. En el medio del 

silencio, en el bosque se escuchó la voz de Malik decir:

-¿Están escuchando lo mismo que yo? ¡Son los grillos!

Mohamed se sorprendió y agudizo su oído al sonido de los insectos. 

-¡Parece que es verdad! ¡Los grillos nos acompañan con su buena suerte!

-¡Mejor no hablar! ¡Se dice que hay drones dando vueltas para informarles!

El silencio se impuso otra vez en la inmensidad de la arboleda yugoslava. Quizás la in-

mensidad de la noche los resguardo de las acechanzas de los animales que habitan en

ese espacio, pero lo que si sabían que los peores animales los iban a encontrar apenas

la luz se reclinara sobre esa faz de la tierra y fueran visibles para los verdaderos depre-

dadores, los eficientes oficiales del país al que querían ingresar para obtener la ansiada

libertad. Al llegar a la orilla de un rio divisaron que era atravesado mas adelante por un 

cerco de alambre grueso y lo suficientemente alto como para que un hombre no pu-

diera escalarlo, como ya despuntaba la luz matinal decidieron quitarse las mochilas

pero Mohamed sintió que algo le decía en su pecho que se volviera sobre el camino

que habían caminado.  Ya se estaba dando la vuelta cuando de reojo diviso a unos ofi-

ciales que venían caminando en territorio serbio como dirigiéndose hacia el lado don-

de se encontraban ellos. Eran policías croatas. Tomo impulso y con todas las fuerzas

que poseía salió corriendo para quedar fuera de su vista. Inmediatamente escuchó 

los gritos de furia de sus compañeros al verse rodeados por los oficiales. Mohamed

no se dio vuelta para mirar hacia atrás en ningún momento, pues intuía que al estar

ocupados los oficiales en sus compañeros, él tendría tiempo para encontrar la salida

por otro lado, muy cerca de donde habían pensado escapar. 

Los otros hombres que se hallaban acorralados por la policía croata rojos de furia in-

tentaron moverse de lugar a pesar de estar rodeados por la fuerza.                             

-¡Pónganse de pie!-ordenó uno de los policías.  

-¿Dónde está el dinero que me habéis quitado la última vez?-preguntó Malik con rabia.  

En lugar de responderles, cogieron sus porras y  los golpearon en los brazos y las pier-   

nas, los afganos corrieron hacia el agua, cruzaron como pudieron por el rio la frontera, 

pero en el otro lado, se hallaban otros policías apostados que les tiraron piedras obli- 

gándolos a nadar de vuelta hacia la frontera bosnia. 

Mohamed con los nervios en la punta del estómago y con hambre, ya que había perdi-

do la cuenta de las horas,  caminaba  otra vez en el bosque donde los fresnos, abetos 

y otros árboles se le asemejaban a sombras siniestras. Hasta que llegó a una carretera

y comenzó a caminar al borde de ella, rezando para que alguien se detenga y lo lleve

de vuelta cerca de Bihac.            

La mañana llega a su fin cuando una camioneta aparece y para cerca de él, baja la 

ventanilla y, desde su interior, una voz misteriosa y cavernosa, le pregunta en inglés: 

-¿Qué queréis?, ¿Hacer el juego o que os llevemos de vuelta otra vez al mismo lugar? 

Mohamed no lo piensa dos veces y se sube al auto mientras un conjunto de lechuzas

trina apoyadas sobre un cartel de madera como anunciando, esta vez, la victoria.


                                     


                                                                    

Registro Nacional del Autor PV 2019-91715904-APN-DNDA#MJ 

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