domingo, 31 de diciembre de 2023

MEMORIAS -ARGENTINA 1891



Es seguro que cada segundo que pasa sin verla se pondrá más inestable, irascible aunque este confinado a vivir en un lugar al que supuestamente odia moviendo con un gesto articulado una parte de la cara como un muñeco. Igualmente, está lejos-ahora que se llama Antonio, y no Tonio y se dedica a fumar una hierba seca, una vez que tiene hechas las facturas o las bolas de fraile como bien las denominaron los anarquistas que huían del azote de la monarquía italiana en sendos barcos con ratas malolientes y virus a punto de reflotar. Casi siempre lo pasaba solo en la fiesta de verano sentado bajo la parra con su mirada de ojos verdes deteniéndose en mirar como absorto la llama centelleante que hacia la madera juntada para hacer la pira. Se interrumpía la mirada como distante para hacer de la realidad y parecía que quería encontrarse en las tierras altas del Piamonte, cuando todo parecía normal o tranquilo en el largo devenir de los sucesivos días en que se agotaba la siesta en tomar el moscato y escarbar los últimos gramos de unos restos de faina. 
Pensaba en su mujer que había dejado en su pueblo natal junto a sus tres hijos. Ya no le importaba mucho si las ideas que había leído en el panfleto-gracias a que era uno de los pocos que había llegado a escribir y a leer. Creer que había hecho lo correcto no era cierto. No había sido nada fácil irse y llegar a un país que no conocía y que por supuesto, no era el que le habían pintado que era. Pero había que ir a alguna parte, y eso era lo que contaba realmente. La realidad era detestable, con toda esa gente que caminaba de acá para allá apurada no entendía por qué. Para alguien que había llegado hacia poco era difícil amoldarse. Entonces, pensaba en su cuarto de alquiler que extrañaba a su mujer en su pueblo natal, pobre condenado, al que habían pisado las botas alemanas en algún tiempo anterior a ellos, y una angustia le atacaba en la boca del estómago, que parecía que no se merecía nada de lo bueno que había en ese país en cierta forma detestado, cuando el silencio lo hacía caer en su realidad en su pieza de conventillo pobre, muerto de cansancio casi siempre, después de reunirse con los otros inmigrantes a tomar la sopa acuosa de verduras iba arrastrándose como un polizón al cuarto mísero con el colchón raído, y la hilera de chinches presta a atacar como un soldado al ocupante.



                                   

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