domingo, 5 de mayo de 2024

NO SOMOS ÁNGELES



Cuando después de un tiempo en que todo parecía color de rosa fijaron la fecha de boda anunciándolo con bombas y platillos. El problema fue cuando llegaron al Registro Civil; estaba cerrado. Pero de todos modos no les importó, esperaron  afuera junto a los invitados y se pusieron a cantar las canciones de fines de los ochenta, y me mandaron a mí a buscar la guitarra  para acompañar a las canciones. Todo tenía que ser una fiesta y se casaron al llegar el juez de Paz. Pero todo eso había sucedido hace mucho y hay situaciones que es mejor olvidar. Sin embargo, nada podía ser tan funesto como un horrible fin de semana largo en una casa medio desvencijada, pero casa al fin,  en una calle solitaria y lejana de un Tigre que se veía cada vez más oscuro y patético a su otrora grandeza de los yates aparcados en la costa del río.  Allá fuimos los tres en el tren sorteando algunos que se iban para otro lado con la valija y los vendedores de mercancías baratas, y los que vendían chipa recién salido del horno.  Emilio no era el dueño de la casa. Se la había prestado el primo que vivía en el interior, él se levantó primero, después se escuchó a Sabrina haciendo ruido en la cocina. No me gustaba mucho el lugar, demasiadas cosas anticuadas y un olor a humedad que traspasaba las paredes. Entonces, decidí ir más que todo porque me estaba picando el estómago del hambre. De inmediato, me di cuenta de la cara de culo de la mujer, los ojos cansados de Emilio de tanto buscar algo y no encontrarlo. La sonrisa de la mujer lánguida y como de gata satisfecha que dice con ironía:—¿Y cómo estuvo tu viaje?—observándome de reojo y agregó dirigiéndose a Emilio que se encontraba de espaldas—Un viaje demasiado largo para mi gusto.               —¡Que decís! ¡Termínala con ese tema de una vez por todas!  —¿No hay edulcorante? —No lo saque de la mochila. —Voy a buscarlo.                                                                                                                   Los pasos decididos sonaron como un presagio de tormenta en el piso de mosaico. Emilio más compuesto sacó un pucho de la caja de cigarrillos que estaba sobre la mesa y dijo: —¡Que linda mañana! ¿No? —Si vos lo decís.  —A veces se pone cabrera como hoy, e insiste con ese tema.  —¡Pero vos no tenés nada que ver! —¡No hay nada peor que la sospecha! Me voy a cambiar la remera. Ahí tenés café, y las galletas están en el tarro.                                                                                                    Estaba tomando el café medio desvaído, pero hirviendo cuando escucho de golpe, el grito ahogado de Sabrina, quizá había descubierto una cucaracha, golpes dados sobre un mueble y la voz de Emilio repitiendo:¡Pero te dije y te aseguro que no pasó nada durante ese viaje! ¡No estoy tan segura! decía ella. Inclinado sobre la mesa de mármol de la cocina presentía que los dedos de Emilio se apretaban sobre el cuello de la mujer, la respiración jadeante y sin aire seguramente con el rostro ceniciento, pero viva. Lástima me dio la mujer, quizá no se lo merecía, ni tampoco yo la merecía en ese invierno de lluvias intensas y humedad, pasándole la mano por el pelo como un amigo, calmándola  y diciéndole que no sospechara de Emilio que ya faltaba poco para que volviera, estaba tan rubia y tan seductora que fue difícil no avanzar.     
 

                           



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